Todo comenzó cuando Eugenia me advirtió que desperdiciaba mucha papa al pelarlas con tan poco esmero. Como replicar intentando demostrar que el esmero era insignificante en sus resultados. Elegí dos papas de similar grosor estimado por medio de una báscula doméstica. A la primera papa le llamé A y le apliqué un esmero cuidadoso. A la segunda papa le llamé B y fui tan grosero como habitualmente soy con las cosas en general y con las de comer en particular. Los resultados aparentemente confirmaban mis prejuicios: La diferencia entre A y B era solo de un 4% de ganancia comestible, lo que suponía cuatro gramos y un ahorro de 0,8 euros por kilo y solo un 1% de menos cáscaras para reciclar. A cambio, el coste sicológico que me suponía la autovigilancia que implicaba el esmero, no me compensaba. Pero este cálculo funcionó como un simple analgésico contra el malestar que suponía la evidencia de mi reiterado descuido; los efectos fueron transitorios y a las pocas horas el malestar volvió.
El cálculo de las patatas A y B era abstracto en términos hegelianos. Es decir, descontextualizado y, por tanto, irreal. Si sumamos todo, los 4 gramos comestibles de los muchos alimentos que tomamos al mes y el 1% de cáscaras residuales de todo esos productos o los 0,8 euros del precio, las cantidades ya no eran nada despreciables. Y esto era así porque el esmero era un acto puntual, mientras que el descuido era una regla habitual. De hecho, lo que incrementa el coste sicológico de autovigilancia era la puntualidad del esmero y la rutina del descuido. Evolutivamente, automatizamos muchos procesos por eficiencia para reducir el coste de la toma de decisiones. Por ejemplo, hablando de comida ¿Se imaginan el coste energético de tener que tomar decisiones conscientes de cada uno de los estados fisiológicos de la metabolización de las patatas que hemos pesado y comido?
Por tanto, estaba equivocado en mi desprecio del esmero con las cosas. Mis reglas interiorizadas de conducta estimulaban el despilfarro y la ineficiencia, algo para mi claramente aborrecible. El cálculo de la función de utilidad era desfavorable. Pero de nuevo estuve tentado de hacerme trampa en el solitario. ¿No es el utilitarismo de Jeremy Bhensam la filosofía moral de la economía capitalista tan aborrecible, para mí, como el despilfarro? Ummm…, otra vez el Nolotil ideológico. Veamos, hay muchos tipos de utilitarismo, por ejemplo el llamado utilitarismo de la media o del acto, que consiste en estimar la media aritmética de un acto; esto es lo que he hecho en el cálculo de las papas A y B. Peor si miramos bien, he aplicado antes un criterio del cálculo más complejo, presuponiendo que mi conducta de descuido es habitual y la del esmero inusual, eso se llama utilitarismo de la regla y eso es ya, amigos, harina de otro costal. El utilitarismo de la regla no es ya el soporte moral del capitalismo, más bien sostiene su negación. El premio nobel John Harsanyi fue uno de los primeros formuladores del utilitarismo de la regla, donde lo que se evalúa no es un acto, sino la aplicación de una regla, y este cálculo de utilidad es mucho más complejo (contextual) y cualitativo (no es solo ordinal sino cardinal). El utilitarismo de la regla es el precedente del consecuencialismo ecológico al cual me adhiero, todo en regla, valga la redundancia. El cuidado con las cosas como regla de vida es mucho más eficiente que el descuido como regla de vida.
El premio nobel de economía de Harsanyi fue compartido con Jhon Nash, el gran matemático de la teoría de juegos (hay una película sobre su vida titulada Una mente maravillosa) y precisamente, como la relación con las cosas también denota las relaciones sociales (eso nos enseña el marxismo y el feminismo) miremos los efectos en la teoría de juegos de esta regla de vida del cuidado sobre las cosas. Muy a groso modo podemos distinguir dos tipos de juegos que dibujan dos modelos de interacciones entre los agentes o individuos: competencia (juego de suma cero, de alguien gana lo que el otro pierde) o cooperación (juego de suma positiva, donde todos ganan). Ejemplos de suma cero son el mercado y de suma positiva la familia igualitaria. Si evaluamos la puesta en práctica de la regla de vida del cuidado con las cosas en los juegos de suma cero, aquel o aquella, que la aplica tiene muchas más probabilidades de ganar en el mercado que de perder. Si lo medimos en juegos de suma positiva aquel o aquella que ejecuta la regla tiene más probabilidades de encontrar y mantener familia que quién no la aplica.
A mí me ocurre con el feminismo, como con el ecologismo o la ciencia, al final, incluso cuando lo que afirman es contraintuitivo, casi (y este casi es muy importante y olvidarlo es incurrir en un nuevo dogmatismo deplorable) siempre tienen razón. Constatada la formidable fuerza del cuidado de las cosas como regla de vida, hay otra pregunta muy personal ¿Cómo consigo yo pasar del utilitarismo del acto al utilitarismo de la regla? O dicho de otra manera, ¿cómo me evito los costes sicológicos de la autovigilancia del cuidado en el manejo de las cosas? Al igual que todos tenemos ciertas y delimitadas propensiones innatas o muy tempranas, genéticas o epigenéticas, en algunas patologías fisiológicas también estas propensiones se encuentran en la conducta; en mi caso personal me muevo entre el TOC y el espectro autista. Como ven atesorar este tipo de propensiones privadas, no favorece precisamente la adquisición de esta regla de vida en la que como hombre (género) o protoautista no he sido entrenado.
La interiorización de las reglas de vida se produce en la socialización matutina mediante la impronta, por eso las reglas de vida se entrenan más que se aprenden, ¿y qué es el dispositivo de la impronta? Es un dispositivo etológico de aprendizaje animal y, por tanto, también humano, aunque en nuestra especie su peso sea menor que en otras por la fuerza de la selección cultural. Cuando un animal o una persona aprende las características de algún estímulo, por lo que se dice que está "impreso" en el sujeto. Se supone que la impresión tiene un período crítico. En mi caso espero, deseo, que ese periodo crítico sea la carga hormonal que he empleado en darme cuenta de la validez de esta regla de vida (y en escribir este artículo). La ética del cuidado de Caroll Gilligan y del pensamiento feminista se dirige esencialmente hacia las personas y los seres vivos, pero también hacia las cosas: No tengo mucha fe en mi conversión en cuanto a las cosas, pero al menos habré perdido la arrogancia de la ignorancia y seré consciente de cuando meto la pata con las papas, un “poné”.
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