Están matando a mi hija

Padece Trastorno Límite de Personalidad (TLP). Se ha autolesionado en numerosas ocasiones. Piensa que no vale la pena vivir.

ramon reig

Catedrático de Estructura de la Información, Universidad de Sevilla. Entre 1974 y 1991 ejerció el periodismo en medios y gabinetes de comunicación. De todas las tendencias. Desde 1991 hasta ahora es profesor de periodismo. Ha tenido su faceta de literato. Más de veinte libros publicados sobre Comunicación, Historia, Periodismo y Antropología. Once libros de poemas, tres de narrativa, algunos premios, estancias académicas en el extranjero (América y Europa). Ama la música y el gazpacho. Y cree que el periodismo es imprescindible. 

Cartel conmemorativo del Día Mundial de la Salud Mental. "Están matando a mi hija", de Ramón Reig.
Cartel conmemorativo del Día Mundial de la Salud Mental. "Están matando a mi hija", de Ramón Reig. ESTEBAN

Padece Trastorno Límite de Personalidad (TLP). Se ha autolesionado en numerosas ocasiones. Piensa que no vale la pena vivir. Ha pasado demasiadas veces por Urgencias, ha estado en la unidad de Salud Mental del prestigioso Hospital Virgen del Rocío, de Sevilla, que es una referencia nacional e internacional en varios aspectos y se lo tiene merecido. Pero en salud mental no se puede decir lo mismo, lo sé por mi hija y por otras personas que han ingresado allí. 

La han recluido en ese otro hospital que fundó, en el siglo XIII, Fernando III, declarado santo, Hospital de San Lázaro, lo llaman. Creo que ahora cuidan más a la momia -cuerpo incorrupto para los católicos- de Fernando III que está en la catedral de Sevilla y la exponen al público de vez en cuando, que al servicio de Salud Mental del Hospital San Lázaro en el que sus profesionales hacen lo que pueden y lo que no pueden, aunque yo opino que se debe hacer más y que no toda la culpa es siempre “del gobierno” que, sí, es el culpable último, el de San Telmo y el de Moncloa, ambos son quienes están matando a mi hija.

Es una mujer joven, de 33 años, con baja forzosa en una empresa importante, se le está pasando la vida y se la está pasando el sistema sanitario de un lado a otro como a una pelota de pin pon hasta que no haya remedio. Estudió Turismo, se fue a trabajar y a aprender inglés a Londres por iniciativa propia, con sus propios medios, allí aguantó graves agresiones sexuales machistas por la calle, regresó y ha pasado por trabajos abusivos hasta el actual que es digno, simplemente digno. 

Tanta monserga con la protección de la mujer, tanto minuto de silencio, tanto adoctrinamiento feminista, tanta cuota, tanto enfoque artificial, parcial, ideológico y anticientífico del problema de la mujer y mientras tanto a mi hija la tienen abandonada, tomando pastillas para que se olvide de sí misma y del mundo, ¡fabulosa terapia! Pago mis impuestos -y son muchos, me miran con lupa estos mandados, mi sueldo está en el BOE, soy funcionario público, a mucha honra-, tanto mirar mi declaración de la renta, tanto IBI y ¡tanta leche!, para que estén cuidando así a mi hija en el estado del bienestar, la solidaridad, la igualdad y el feminismo barato. Yo cumplo, ella cumple de sobra y aguanta mucho más de lo que debe, cumplan ustedes, se supone que estamos en el primer mundo.  

Las terapias son de higos a brevas, el psiquiatra está cuando está o cuando puede, solicita hospital de día y nada, y mientras tanto la atiende una enfermera, ¡a una paciente con TLP! que, harta de todo, de tantos años así, me da permiso para que escriba esto, le he dicho que lo haga ella, escribe muy bien, y me ha respondido que lo elabore yo porque “a mí me da igual, si yo me quiero morir, ya ves tú, a mí sólo me gustaría que se fueran todos al infierno”.  

Como me han dado este espacio en este medio que alza su voz desde el sur de España y de Europa, su padre la defiende y deja a un lado tanta batallita política de tres al cuarto -el opio nuestro de cada día, protagonizado por mediocres- para bajar a la arena de lo cotidiano. Escribo porque estoy seguro de que no se trata de un caso personal e intransferible sino de interés muy general en un mundo y, en especial, en un país que ni es país ni es nada, ha perdido las riendas y la dignidad.  

El 024, ese teléfono del suicidio, es muy útil para las buenas palabritas y porque tiene que existir como tiene que existir el 016, como tiene que existir el defensor del pueblo, el defensor del receptor y el defensor de las habas verdes, todo muy de marketing en la democracia. 

Pero cuando mi hija entra en Salud Mental de San Lázaro la meten en un espacio pequeño, inaccesible a familiares, la comunicación con los familiares es escasa, hay gente amable allí, dicen que tienen muchos pacientes para pocos médicos. La hartan de pastillas en un ambiente de tensiones continuas donde los pacientes están mezclados, no juntos sino revueltos, le dicen que necesita un hospital de día que está en Los Bermejales, en Sevilla también, piden sitio para ella y responden que no hay, que no cabe nadie más. 

Sin embargo, a mi hija la mandan a casa, a su suerte, a dormir con las pastillas que la dejan k.o., con mareos y vomitando. Y con unas terapias que no llegan o son insuficientes.  Es una joven mujer independiente, una resistente, paga con esfuerzo un abusivo alquiler que le dificulta llegar a final de mes y ahora con más esfuerzo al estar de baja. Una maravilla, todo un ejemplo de cómo cuidamos el futuro de nuestros jóvenes que es el de España y Europa. Una mierda de continente y de país, llenos ambos de falsos progresistas y de una oposición que tuvo su oportunidad y sigue con la tabarra de Sánchez, Begoña y la amnistía. Vivimos sin ilusiones y creemos que la solución está en los extremos.  

Habla tú, hija, que se me calienta la boca demasiado y esta gente es capaz de condenarme a mí a través de no echarte caso a ti, tendrían otra excusa para seguir viviendo del bla, bla, bla, mientras invierten en guerras, en cargos, quioscos de votos cautivos, y en hablar de dictaduras y democracias. Habla tú: 

“Muchos me vieron en emergencias en el Hospital Macarena, al menos dos veces, y en el Virgen del Rocío me ataron cuando yo solo intentaba hablar con ellos”. 

“Creo que en el Macarena también me ataron, pero creo que ahí me lo merecí”

“El caso es que me tenían la noche durmiendo allí (me inyectaban cosas que ni yo sabía lo que eran y que me dolían mucho), luego para mi casa después de dormir. Lo que quieren es que no des guerra. Es decir, contención, pero nunca curación”. 

“En cuanto te pones a implorar, a pedir que no te aten porque eso da mucha ansiedad, no te echan nada de caso, pasas sola mil horas y muerta de sed, mientras escuchas gemidos y lamentos de los de al lado”. 

“Y por mucho que les digas porfa, quiero hacer pis, lo tienes que hacer en la palangana ésa llenándote de pis y pasando frío”.

“Todo lo solucionan igual, atándote y pinchándote en el culo”.

“Una vez una enfermera gritó cuando no venía a cuento: ¡BASTA YA! Y yo cogí mi silla, me levanté educadamente y dije: “esto no se puede consentir”. Me fui a mi habitación y ella me buscó para pedirme perdón, pero en el momento en el que yo le dije “quizás no estás preparada para trabajar con personas malas de los nervios”, se puso supernerviosa conmigo. Esos cuidados nos infantilizan”.

“Un tío me enseñó el pene y cuando fui a reportarlo me dijeron que no le diera tanta importancia. En resumen: esos sitios sólo sirven para que no te mates físicamente, pero puedes estar muriendo lentamente que a nadie le importa”.

Mi hija asegura que me puede narrar muchos hechos más que ha vivido. Justo frente a la unidad de Salud Mental, en el interior de San Lázaro, se están muriendo personas en una excelente unidad de cuidados paliativos, cargada de reconocimientos a su labor. Casi todos los días muere alguien. Cuando he ido a visitar a mi hija y me la entregan desde Salud Mental -porque me prohíben acceder- bajamos a charlar al patio del hospital. Allí están otros pacientes mentales, con varios intentos de suicidio algunos, historias de todo tipo para novelas, reportajes o una serie en televisión. Mi hija me ilustra un poco de todo.  

Varias veces, estando nosotros, ha entrado en el patio una furgoneta fúnebre por una puerta trasera. El conductor la detiene, se baja, abre la puerta de atrás y extrae una camilla. Se va con ella a paliativos y regresa al rato con un cadáver, cubierto, pasa por delante de nosotros, lo sube a la furgoneta y se marcha. Muy adecuado para el tipo de enfermos que lo presencian. 

Ah, ya, existe la sanidad mental privada. La de espacios amplios, bien decorados, la de las palabras siempre educadas y medidas, la de mucho continente y menos contenido, la de los precios carísimos que no puedo pagar aunque tenga un salario alto. Ahí sí que puedes hablar con los médicos, todo es amabilidad, los médicos son bipolares si ejercen en la pública y en la privada.  En San Lázaro, dos veces me han negado que me pueda recibir un momento el psiquiatra que estaba allí. Dejé mis datos en un papel oficial del hospital mismo que me dieron para que me contactara y nada de nada. En el hospital de día no me cogen los teléfonos. Voy como una marioneta en manos de un sistema siniestro, miserable y tenebroso que aplica un protocolo ruin y rutinario. 

La que lo tiene peor es mi hija y tantas personas que padecen enfermedades como la suya o más serias, qué impotencia ante tanta adversidad que tiene nombres y apellidos.

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