No va a llegar el fascismo, tranquilidad

El sistema tiene grandes resortes para que el fascismo, la ultraderecha o como leches deseen llamar a los “malos”, nunca lleguen al poder

ramon reig

Catedrático de Estructura de la Información, Universidad de Sevilla. Entre 1974 y 1991 ejerció el periodismo en medios y gabinetes de comunicación. De todas las tendencias. Desde 1991 hasta ahora es profesor de periodismo. Ha tenido su faceta de literato. Más de veinte libros publicados sobre Comunicación, Historia, Periodismo y Antropología. Once libros de poemas, tres de narrativa, algunos premios, estancias académicas en el extranjero (América y Europa). Ama la música y el gazpacho. Y cree que el periodismo es imprescindible. 

Franco, con altos jerarcas nazis, en una imagen del diario BILD de la época.
Franco, con altos jerarcas nazis, en una imagen del diario BILD de la época. WIKIMEDIA

Tranquilidad en las masas democráticas y progresistas. El fascismo no va a llegar, le falta muchísimo tiempo y eso si es que llega. El mundo ya no se debate entre capitalismo y comunismo, sino entre capitalismo liberal globalizador y capitalismo conservador y ultraconservador. La izquierda -por mucho que parezca que se une en Francia- se hundió poco a poco tras la caída del Muro y de la URSS y ahí sigue, convertida ahora en una religión ortodoxa de pura ignorancia e inseguridad, formando parte del sistema. La sociedad digital la ha terminado de destrozar, a ella y a toda ideología. La cabra tira al monte y el humano al individualismo más feroz y autodestructivo. La digitalización es el humano mismo y su creador, el Poder mercantil, nunca ha encontrado una mejor arma de dominio que ella, dominar mediante la aparente democracia.     

De tanto mirar al futuro y prepararnos para la llegada del fascismo no caemos en el fascismo de color de rosa, siempre sonriente, en el que llevamos décadas metidos y que sigue en ascenso. La digitalización es tan necesaria como destructiva de la sociabilidad y de la existencia de ilusiones reales por las que vivir. Dios ha muerto y es la digitalización la que lo ha sustituido, no exactamente los cacharros sino lo que significan: el retrotraimiento sobre nosotros mismos y el deseo de ser dioses y diosecillos. 

El progresismo malentendido rinde culto a todo este estado de cosas, con lo cual le ha robado también al humano algo que precisa para existir: las ilusiones reales, no virtuales. Es la sociedad del éxtasis cibernético de la que traté en mi libro del mismo nombre del año 2001. He aquí, una de las manifestaciones del fascismo rosa y sonriente: el éxtasis ante un algoritmo. Los jóvenes no viven en este mundo sino en otro escapista formado por un presente sin basamento cognitivo en el pasado ni perspectivas de futuro. El espíritu es lo que está muriendo y la gente se va refugiando en el fascismo clásico que promete acabar con tanta confusión y regresar al Dios, Patria y Justicia.  

No lo va a conseguir. Porque lo que le interesa al Poder liberal del consumo a toda costa y precio no son principios, sino consumidores de posmodernidad que, por serlo, se sientan progresistas. La posmodernidad ha incrementado muchísimo la variedad consumidora, es una industria también. El divide y vencerás ha pasado a mejor vida para evolucionar hacia el atomiza y vencerás para siempre. Una sociedad que no colabora entre ella, una especie que no colabora, sino que se limita a sobrevivir con cuentos y a competir sin ton ni son, es esclava de sí misma y de quienes organizan este cotarro que tal vez ni ellos mismos dominen. Lo dominan a ellos.  

El sistema tiene grandes resortes para que el fascismo, la ultraderecha o como leches deseen llamar a los “malos”, nunca lleguen al poder. El sistema está formado por los liberales, la socialdemocracia o izquierdecha y los verdes que empezaron muy fuertes y cuando pisaron moquetas se olvidaron de que para que la Tierra esté fuera de peligro hay que destruir al mercado salvaje actual. Ya en la Italia de posguerra se unían democratacristianos, socialistas y radicales para obedecer la consigna de Estados Unidos: prohibido que el Partido Comunista llegue al poder. Ahora, muerto el comunismo, le toca al fascismo, al capital liberal y enfermo que derriba barreras y pacta entre él ni le interesa el fascismo ni una guerra mundial. Tranquilos, siempre habrá alianzas para detener al fascismo que sí, gobernará en zonas determinadas, pero no mandará en el mundo ni en Europa. 

Luego está la propia división de la ultraderecha. Es tanto o más idiota que la izquierda. Los personalismos pesan más que la razón, también son víctimas del individualismo atroz y de la falta de miras, les señalas la luna y te miran al dedo. Cuando menos te lo esperas brota un influencer o un Alvise y nos sorprende. Un tipo con un megáfono y unas teclas del ordenador de su casa puede lograr que 800.000 personas lo voten. No tiene nada, solo palabrería y vocinglería, pero la gente está tan harta que va y lo vota. Los Alvises me recuerdan a la Palestina que los Monty Phyton muestran en la película La vida de Brian, una fila de predicadores en la calle -supuestos profetas- cada cual a su bola y la gente -dividida en grupos- escuchándolos y siguiendo sus prédicas. Ahora todo eso se hace por redes sociales y una sociedad chillona, ingenua y sin alternativas, sigue ciegamente a los profetas, a los ecos, no a las voces, sin preguntarse nada. No son votos, son terapias, como terapias son los nacionalismos que se refugian en unos úteros maternos llamados señas de identidad, empezando por el andalucismo que de nuevo ha hecho el ridículo en las elecciones europeas y se ha tenido que consolar como ha podido.  

La gente está harta. De feminismos destructivos que dividen y perjudican a las mismas mujeres, feminismos reaccionarios, en suma. De inmigrantes ilegales que no aportan nada bueno, por lo general. Con frecuencia es al revés. Miren, si el inmigrante llega para sobrevivir, el ciudadano occidental resulta que también lucha por lo mismo. El humano es territorial, se defiende, si a eso lo quieren llamar odio, racismo y xenofobia que lo llamen -también está harto el personal de insultos injustificados-.  Aquí, la inmensa mayoría no quiere rechazar ni matar a nadie, solo sobrevivir y defender su tierra. ¿La solidaridad? No me hagan reír, eso no existe. Decía Nietzsche: los pobres nos molestan porque si les damos dinero nos quedamos nosotros con menos y si no se lo damos nos remuerde la conciencia. En efecto, la solidaridad es, asimismo, un acto egoísta e ingenuo.   

La gente está harta de los okupas y de que la excepción se convierta en regla con privilegios. La gente está harta también de no poder hablar libremente en un bar o en una charla familiar o de amigos que dejan de serlo de inmediato porque el fascismo rosa, rojo y sonriente nos ha convertido en inquisidores ortodoxos seguros de que la verdad está en la mente que llevamos y no en la de los demás. Lo de la tolerancia cero y el enfoque simplón de buenos-malos ha conducido a la democracia a un fascismo con votos, el fascismo rosa, rojo y sonriente.  

Los jóvenes están hartos y hastiados y no saben por qué. Lo tienen todo, pero lejos, han ganado el cuerpo en gimnasios y demás despistes y, sin embargo, han perdido el alma, se les ve saltar de gozo y dentro tienen un pozo sin agua que los lleva a la depresión y al suicidio. Son también las consecuencias de la muerte de Dios, todo esto lo predijo genialmente el mentado Nietzsche que, en efecto, no era un hombre, era dinamita, como él mismo afirmaba. 

El sistema va a impedir que el fascismo “tradicional” gobierne a nivel mundial o europeo. Y el propio fascismo no posee un horizonte común, en buena parte es presa de lo que somos esclavos todos: una naturaleza y una educación que nos obligan a la dispersión, a ser centrífugos, no colaborativos. Una mente dominada por las emociones y el postureo. 

Lo normal es que sea el propio sistema el que reaccione por motivos de autoconservación. Hay miles de billones detrás, los demás nos limitamos a votar sin saber ni qué votamos, lo hacemos por instinto más que por consciencia. El fascismo va a servir para que el sistema mejore, siempre ha servido para eso, antes para que lo ayudara a combatir al comunismo, el aparato de espionaje de Hitler trabajó para EE. UU. tras la guerra. Franco alejó el comunismo de España y posibilitó el nacimiento de la clase media para que jugáramos a la democracia, la misma estructura de poder mercantil, militar y eclesiástica que lo llevó al poder siguió vivita y coleando en la democracia, hasta hoy que quedan restos con influencia, más esa derecha meapilas que lo añora. 

Ahora, la amenaza de la ultraderecha puede servir para que el capitalismo salvaje se convenza de que no puede seguir así, con la complicidad de sus aliados supuestamente progresistas. No puede regar tanto el cuerpo y echar estiércol sobre el alma y sus señas de identidad. Algo ha dicho ya esa señora llamada Ursula Von der Leyen, la que mira con carita de enamorada a Pedro Sánchez (qué envidia te tengo, Pedro, tan guapo como eres). Ha dicho doña Ursula que hay cosas en la llamada ultraderecha que no le parecen tan diabólicas. 

No va a haber fascismo. Lo habrá -poco a poco- si esta sociedad sigue presa del desbocamiento que produce el materialismo liberal y la idiotez posmoderna. Entonces, ese nuevo fascismo se irá organizando y será imparable. La gente ya no se asusta porque a Trump lo hayan condenado ni porque regulen unas leyes que supuestamente roban derechos humanos. Votan porque han asimilado que todos van a lo suyo y han decidido que los suyos sean los que afirmen que les van a traer orden y estabilidad para poder vivir más tranquilamente los dos días para los que nos traen a este mundo. 

No apoyaré eso, sé que es pan para hoy y hambre para mañana. No lo viviré, tardará en llegar, si llega. Y si lo viviera lo comprendería, sería responsabilidad de la izquierda miserable que lleva desde siempre defendiendo imaginarios y de una derecha liberal, depredadora, superada por sus mismas creaciones. ¿Qué puedo hacer para evitarlo? Nada, este ya no es mi mundo, no estoy de moda, no tenemos condiciones objetivas, los cuatro gatos peleones que quedamos, no estoy dispuesto a ser un Don Quijote al que volteen las aspas de unos molinos a medio hacer. Solo me queda la palabra escrita. Por ahora. La oral la utilizo poco por prudencia y porque no me invitan a hacerlo, tal vez sepan que, a estas alturas, y por mi parte, tonterías, las precisas.  

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