Poco he oído o leído sobre la vertiente en la que el fallecido Papa Francisco I reflexiona sobre los medios de comunicación y el periodismo y critica, a veces con decisión, claridad y rotundidad, lo que considera aspectos negativos de la actividad comunicacional. He seguido el tema durante los últimos años y voy a recordarles a ustedes dos ejemplos y el contexto de ideas papales de Francisco en el que se enmarcan sus críticas.
Las consideraciones de Francisco I sobre los medios van unidas a un cambio profundo socioeconómico, ético y moral, de ahí me parece que se deriva el silencio mediático mercantil sobre éste y otros temas mientras se le daba mucha pista a aspectos emocionales, lacrimógenos y sentimentaloides. Resultan más fáciles de tratar y además son más “comerciales”. Pero el difunto Papa era una personalidad que ha tomado el rábano por las hojas, es alguien clave en la historia de la Iglesia y por eso está sufriendo terribles ataques desde sectores católicos especialmente conservadores. La izquierda lo está utilizando en su mundo de fantasías electoralistas y de autoconservación.
Hace diez años, en 2015, en una visita a Bolivia, el Papa insistió en algo que había dicho antes: condenó la concentración de poder en el mundo de los medios de comunicación. La Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP) lo vio así bajo el titular “El papa condena la concentración de medios”:
- Aunque la visita de Francisco I a varios países de Sudamérica ha merecido justificada difusión en casi todos los medios “serios” españoles, no todas sus declaraciones han merecido ese mismo altavoz.
- Por ejemplo, hay que buscar con mucho esmero para hallar las referencias a la concentración de medios que el papa ha hecho en su discurso en la ciudad boliviana de Santa Cruz.
- Entre otras críticas más que virulentas expresó que esa práctica empresarial de los grupos mediáticos reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato. En este sentido, dijo que el monopolio de los medios de comunicación es peligroso pues pretende imponer “pautas alienantes de consumo” que solo afectan a los más pobres.
Entre numerosos expertos en el estudio de las estructuras mediáticas era y sigue siendo una crítica negativa unánime la dinámica de concentración informativa. En la universidad la hemos estudiado -unos pocos- ampliamente, yo tengo mis puntualizaciones esenciales que hacer a esas críticas, pero no es éste el momento de desarrollarlas, algo he hecho en mi libro de 2023 Estructura y Poder de la Comunicación. Fuera de la universidad han puesto en solfa la concentración de medios personas tan dispares como Donald Trump o Pablo Iglesias.
En 2019, Jordi Évole entrevistó a Su Santidad (utilizo con todo respeto el título honorífico católico) quien le apuntó al periodista “cuatro pecados o cuatro actitudes malas” relacionadas con el periodismo “de las cuales tienen ustedes que defenderse”, aconsejaba Francisco I: primero, la desinformación que va contra el derecho a una información veraz; en lugar de información rigurosa aparece esa otra en la que se proyecta una parte del hecho y la otra se silencia.
La segunda anomalía es la calumnia que se lleva a cabo habitualmente sin que nadie se atreva a responder judicialmente. Es una impunidad mediática, según el Papa. La tercera es la difamación “que es más sutil todavía”. “Si vos hace veinte años pegaste un resbalón en la vida, pagaste la cuenta, pagaste la pena, es ahora una persona libre y sin mancha, no te pueden sacar ahora por un medio de comunicación una historia que está bien pagada, bien resarcida”.
La última advirtió el Papa que es una palabra técnica: es “un poquito arriesgado decirlo”, reconoció, pero la dijo: la coprofilia, la atracción de los medios por la porquería, “el amor a las cosas sucias, el amor literalmente a la caca”. Es cuando los medios viven de proyectar y conectar escándalos, sean o no verdaderos.
El Papa que se nos ha ido creía que superando estas cuatro malas actitudes podría aparecer una comunicación que sería “algo maravilloso”.
Como afirmé antes, lo anterior no se entendería sin el contexto doctrinario de Francisco I. Lo han acusado de ser el anticristo, de comunista, de peronista, de antiespañol, de dividir a los católicos (como si los católicos no hayan estado divididos desde siempre)… Es buena señal, no se ha limitado a seguir la corriente de ese personal que tan maravillosamente se lo ha montado utilizando el cristianismo. En lo que a los medios se refiere, los hay que han baboseado hasta lo indecible en días pasados la figura del Papa fenecido para a continuación apoyar el rearme de la OTAN cuando Francisco I lo repudiaba. Son los mismos que han construido un catolicismo no a imagen y semejanza de su fundador sino de sus conveniencias vitales, de sus intereses y posesiones materiales y de sus gustos y comodidades.
Es maravilloso para quien lo ha logrado: la derecha se ha apropiado del discurso del Evangelio y lo ha colocado a su servicio y la izquierda lo ha confundido con ser progresista y ha creado el progresismo de salón a costa también de la religión. Los vulnerables y los necesitados les están haciendo a todos un gran favor existiendo, no se comprendería el mundo sin ellos, gracias a los pobres y a los miserables vive mucha gente espiritual y materialmente. Negocio redondo.
Francisco I ha estado en esa onda de amor a los menesterosos pero no sólo y exactamente en ella sino que además ha aportado desafíos terribles para la Iglesia del futuro y sus seguidores: las mujeres no tienen por qué estar al margen de toda la vida interior de la Iglesia, ¿no podrían ser sacerdotes? Los homosexuales y los divorciados también son hijos de Dios, merecen comprensión. Ahí queda eso. No hay vuelta atrás, salvo la implantación mundial de un neofascismo y ni siquiera así las cosas volverían a ser como antes. La Iglesia o espabila o seguirá viendo cómo se le quedan vacíos los conventos, los seminarios, los fieles de los templos serán los viejos y poco más y las masas populares devotas procederán de las culturas más manejables por desconocimiento.
En Sevilla, los nazarenos aumentan. ¿Por qué?, preguntaron algunos medios. Por religiosidad, por supuesto. Y le consultaron a Isidoro Moreno, catedrático de Antropología de la Universidad de Sevilla y especialista en la llamada Semana Mayor: y por modas, por postureo, respondió. Mínimos segundos para la opinión de Moreno (creo que nunca le encargarán que pronuncie el pregón semanasantero). La farsa debe seguir.
Francisco I ha puntualizado, ha abierto horizontes, ha razonado globalmente y la ha liado parda. En la citada entrevista con Jordi Évole:
- Pregunta. Muchos inmigrantes huyen de situaciones de pobreza en sus países. ¿Es el sistema económico que domina el mundo, el capitalismo, el que provoca estas situaciones?
- Respuesta. En general, sí. Cada vez hay menos ricos con mucha plata y cada vez hay más pobres con muy poca plata. Ese es el reloj de arena. El capitalismo concebido como salvaje, no una economía social de mercado, que si es social puede andar, la economía. Lo que no anda es el mundo de las finanzas. También esto crea las guerras, por la posesión de la riqueza, ¿no es cierto?, sean internacionales o nacionales. Sostengo que estamos ya en una tercera guerra mundial, a pedacitos.
Otros papas habían condenado el llamado capitalismo salvaje. Bergoglio fue bastante más allá y fue más concreto. Tres años antes, en 2016, la prensa recogía con sorpresa estas declaraciones que he extraído del huffingtonpost.es:
- El papa Francisco afirmó que son los comunistas los que piensan como los cristianos", al contestar sobre si querría una sociedad de inspiración marxista, en una entrevista publicada en el diario italiano La Repubblica.
- "Son los comunistas los que piensan como los cristianos. Cristo ha hablado de una sociedad donde los pobres, los débiles y los excluidos sean quienes decidan. No los demagogos, los barrabás, sino el pueblo, los pobres, que tengan fe en Dios o no, pero son ellos a quienes tenemos que ayudar a obtener la igualdad y la libertad", explica Jorge Bergoglio.
- Por ello, Francisco espera que los Movimientos Populares, de los que recibió en el Vaticano hace unos días una representación, entren en política, "pero no el politiqueo, en las luchas de poder, en el egoísmo, en la demagogia, el dinero, sino en la alta política, creativa y de grandes visiones".
No conforme con eso, un año después, 2017, Bergoglio se mordió aún menos la lengua. La Agencia EFE publicó:
- El papa Francisco sugiere que es mejor ser ateo que católico hipócrita
- El pontífice carga contra los que se declaran católicos pero después hacen “negocios sucios” y “se aprovechan de la gente”.
- (Durante la misa matutina en su residencia en Casa Santa Marta).
Lo anterior no significa que hayamos tenido a un papa comunista al frente de la Iglesia porque las palabras de Bergoglio que acabo de constatar se han pronunciado en otras épocas y por otras bocas también cristianas, del alto clero. Sin embargo, ¿comprenden ahora esa tirria con el Papa que se nos acaba de ir? Algunas de sus opiniones no han buscado su descalificación sino el despertar de una Iglesia a la que se supone inmortal.
Si Nietzsche dijo de sí mismo que él no era un hombre sino que era dinamita, Bergoglio, salvando las distancias y en su contexto, es alguien parecido. Menudo papel le deja a quien venga detrás: un mundo a punto de estallar donde lo que antes era de una forma hoy es de otra, le pese a quien le pese, empezando por mí que con el corazón echo de menos aquella España en blanco y negro, aparentemente ordenada, que viví, al tiempo que acepto y comprendo este mundo pleno de colores aparentes y desafiantes. Aquella España era falsa, la realidad es la que tengo delante. Eso lo sabía Bergoglio, pero supongo que también sabría que la religión, en gran medida, es el cobijo ante el miedo a la libertad y a la muerte. Y que, como cantaba aquel grupo de los años 80, Gabinete Caligari, “la fuerza de la costumbre es mi guía y mi lumbre”.
Es más fácil tumbar un muro a puñetazos que cambiar costumbres centenarias o milenarias, cimientos de un mundo imaginario pero preciso para existir.