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Pero, ¿hubo un 28F?

¿Dónde está esa mentalidad y sensibilidad que llevó no sólo a cinco diputados andalucistas a Las Cortes sino a dos por el Partido Socialista de Andalucía-Partido Andaluz al Parlament de Catalunya en las elecciones autonómicas de 1980?

02 de marzo de 2025 a las 07:23h
Andaluces y andaluzas celebrando los resultados del referéndum del 28F.
Andaluces y andaluzas celebrando los resultados del referéndum del 28F.

Afectado todavía por la muerte de Gene Hackman —la sonrisa más picarona de Hollywood—, impresionado por la gran carga de realidad y transparencia en directo del encuentro Trump-Zelenski y con el riesgo de estar perdiéndome los múltiples textos y videos bendecidos con millones de visitas que recibo a diario con el fin de que sea sabio y feliz, me atrevo a concentrarme para hacerme una pregunta: ese 28F que se acaba de celebrar y cuyo puente termina hoy domingo -empezó el jueves para los docentes de primaria y secundaria-, ¿existió de verdad? Yo estuve el 28 de febrero de 1980 en el Casino de la Exposición, en Sevilla, ya ejercía el periodismo y como periodista acudí. Y acudí a un recuento de votos de un referéndum cainita, abierto a la gente, repleto de público que gritaba, jaleaba, cantaba… Había ilusión allí, deseos de no ser menos que nadie. ¿Fue verdad aquello?

La cuestión era: no que el 50 por ciento de los que fueran a votar por la autonomía de Andalucía tal y como se la iban a regalar a las tres “nacionalidades históricas” tenían que decir sí, quiero, sino que lo tenían que decir más del 50 por ciento del censo de votantes de cada una de las ocho provincias que no es lo mismo. Qué mala leche tenía aquello. Y con una pregunta churrigueresca en la papeleta.  

La Unión de Centro Democrático (UCD), Alianza Popular (AP, hoy PP) y por supuesto Fuerza Nueva (FN) (todos formaban la “fachosfera” de entonces) no querían compararnos con las razas superiores peninsulares -vascos, catalanes, gallegos- con algunas excepciones honrosas y coherentes como los liberales Soledad Becerril o Jaime García Añoveros, o conservadores como el periodista Nicolás Salas y, por supuesto, el broche de oro: el liberal don Manuel Clavero que dimitió como ministro de UCD y por eso pasó a la historia ya que en España quien dimite pasa a la historia de las grandes personas. 

Clavero, además, una vez que habíamos perdido el referéndum por no llegar Almería ni al 45 por ciento de síes, propuso que se acudiera al artículo 144, lo cual le pareció bien a don Adolfo Suárez, presidente del gobierno UCD y cabeza visible de la Transición aquella de cambiar todo para que todo siguiera igual. El progresismo estaba a favor del voto afirmativo, se trataba sobre todo del PSOE -que entonces era marxista-, del PCE -que no se escondía en aquellos tiempos y era marxista-leninista- y del Partido Socialista de Andalucía (PSA) que empezó a llamarse Partido Andalucista (PA) o, más exactamente, PSA-Partido Andaluz. 

El andalucismo tenía entonces cinco diputados en Las Cortes con Alejandro Rojas-Marcos a la cabeza, más Emilio Rubiales, Miguel Ángel Arredonda, Luis Uruñuela (alcalde de Sevilla, además) y Emilio Pérez Ruiz. A todos les pareció bien lo del articulo 144: “Las Cortes Generales, mediante ley orgánica, podrán, por motivos de interés nacional: Autorizar la constitución de una Comunidad Autónoma cuando su ámbito territorial no supere el de una provincia y no reúna las condiciones del apartado 1 del artículo 143”. 

Así se salió del atolladero, pero el PSOE vio la oportunidad de presentar aquello como la traición al pueblo andaluz del andalucismo que había pactado con la “fachosfera”. No vayan a creer que esto de presentar lo que es blanco en negro es made in Pedro Sánchez, el PSOE siempre ha tenido una buena estructura de asesores en comunicación. Y la gente se lo creyó. Desde entonces estoy dudando si fue o no realidad el 28F. 

Quizás lo fuera, pero desde 1977 y antes, servidor había visto, participado y comprobado un ambiente de ilusión en Andalucía. ¿Adónde ha ido ese ambiente? ¿Quién se lo ha cargado? ¿La “fachosfera”? No, el progresismo y la izquierda en general, el progresismo en el que yo estuve y en el que ya no puedo estar, es como la frase de mi maestro Nietzsche: lo malo no es que no te crea, lo terrorífico es que ya no puedo creerte. 

Quitarle la ilusión a un pueblo sólo lo hacen los caciques ignorantes del siglo XIX, XX y XXI, hasta los dictadores crean ilusiones aunque sean coyunturales. He dicho muchas veces que a mí no me gusta el nacionalismo y menos el racista de la pela es la pela o el vasco que es ignorante y tiene la pata hecha un lío. Pero el andalucismo que yo conocí era respetuoso, cuando en la antigua Diputación de Sevilla -hoy Casa de la Provincia- un señor de derechas degradó a la bandera de Andalucía, creo que fue el abogado andalucista don Pedro Ruiz-Berdejo, que estaba entre el público, quien le dijo que levantara la cabeza y mirara al techo donde se encontraba un pequeño detalle con la bandera andaluza en el centro. Había estado ahí durante todo el franquismo, en el mismo lugar en el que poco antes de estallar la guerra civil se aprobó un borrador de Estatuto de Autonomía para Andalucía, algo que sólo habían hecho las tres zonas privilegiadas aunque ellas ya tenían las cosas más en regla con el apoyo de sus respectivos pueblos. 

Hace 45 años estuve en el interminable recuento de votos en el Casino de la Exposición, cuando existía una Andalucía donde los niños y jóvenes veían un ambiente -y participaban de él- en el que algo se sabía de Andalucía. Escuchábamos las canciones de Carlos Cano y de Pepe Suero, leíamos a periodistas-escritores como Antonio Burgos, Antonio Ramos Espejo, Manuel Barrios, Antonio Mozo Vargas, Sebastián Cuevas, Antonio Guerra; contábamos con historiadores y pensadores de Andalucía (Lacomba, Enrique Iniesta, José Aumente, Manuel Ruiz Lagos, José María de los Santos, Antonio Miguel Bernal, unos jóvenes Manuel Ruiz Romero y Manuel Ángel Vázquez Medel…); novelistas célebres, los narraluces, que se llevaban casi todos los premios de prestigio de Andalucía y España: José María Requena -con el que comencé mi vida como periodista-, José Luis Ortiz de Lanzagorta -que me dio clases de literatura-, Julio Manuel de la Rosa -que enseñaba redacción periodística en el Centro Español de Nuevas Profesiones y con quien homenajeé a Luis Cernuda junto a mis amigos del colectivo Gallo de Vidrio-. Alfonso Grosso, con quien charlé un par de veces en su casa de Valencina y además me presentó un libro… Y algo más tarde a Emilio Durán que se me acaba de morir y acaso esté en su entierro cuando lean esto. 

Teníamos pintores magistrales de Andalucía como mi amigo el catedrático granadino de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla, Amalio García del Moral, o “los tres Pacos sevillanos”: Paco Cuadrado, Paco Cortijo y Paco Maireles. Tuvimos revistas andaluzas: Tierras del Sur -dirigida por el cura José María Javierre, que me enseñó mucho periodismo por las buenas y por las malas-, Torneo, Algarabía. Y la decana -nació antes que las otras citadas, en 1974- que más se jugó el tipo ante el franquismo: La Ilustración Regional que sufrió varias censuras a pesar de estar impulsada por personalidades no izquierdistas. 

Todo este ambiente que tanto nos enseñó, ¿dónde está? ¿Dónde está esa mentalidad y sensibilidad que llevó no sólo a cinco diputados andalucistas a Las Cortes sino a dos por el citado Partido Socialista de Andalucía-Partido Andaluz al Parlament de Catalunya en las elecciones autonómicas de 1980?: Francisco Hidalgo y José Acosta. Puede que sea porque me estoy haciendo viejo, pero cuando juego, en estos momentos, al antes y ahora, lo que me dicen los hechos es que Andalucía hoy está huérfana. 

En mis tiempos mozos, cuando no nos gustaba un rector o algún político, gritábamos los progres: “que le den una medalla y que se vaya”. Tenemos ahora una ceremonia de medallas y banderas y no sé qué más festividades donde reparten medallas y luego fuéronse los agraciados y no hubo nada. No hay empresariado poderoso andaluz, no hay amplias infraestructuras en la capital de Andalucía, hay un parque de Doñana que da más problemas para conservarlo antes y ahora que cuando Franco. Hay mucho parado, mucho indolente y mucho meapilas que en lugar de trabajar para agradar a Dios le reza para que trabaje por él. Dios es el trabajador más pluriempleado del pluriverso, espero que no le eche mucha cuenta a tanto listo cuando ya mandó a su Hijo a redimirnos. 

No hay cinco diputados en Las Cortes para que le digan a Pedro Sánchez cómo gobernar igual que hacen los de Junts, ERC y PNV. Hay un montón de diputados y senadores procedentes de Andalucía, pero no con orígenes en Andalucía, eso es lo que ha querido lo que llamamos “el pueblo”. Pues muy bien, adelante. El presidente Moreno Bonilla se ha apuntado al andalucismo a su estilo porque sabe que hay unos votos huérfanos por ahí y que el PSOE le ha prestado una parte de los suyos. Da igual, todos se ponen firmes cuando el árbitro de Madrid toca el silbato. Miren por dónde, a mí que, repito, no me gusta el nacionalismo, resulta que tiene su utilidad en estos momentos.  

Como profesor de universidad he vivido esta semana un momento significativo. Mis alumnos del último año de la carrera de periodismo tenían muy poca o ninguna información sobre el 28F. ¿Existió aquello o ha sido un sueño mío? Durante la etapa progresista de la Junta, en el colegio les han enseñado sobre todo a degustar tostadas con aceite andaluz -que no está mal-, a pintarse de blanco y verde, a dibujar muñequitos y a ondear banderitas de papel. No sé si ahora con la “fachosfera” seguirán igual. O sea, como en el día de la paz, cuando les pintan de blanco las manitas a las criaturas: mucha movida, poca sustancia. 

Ni tanto ni tan calvo. Ni tanto como el supremacismo catalán aprobando leyes para que todos y todas se vean obligados/as a hablar catalán ni tan poco como una Andalucía que utiliza el 28F para hacer puente vacacional, tal vez porque no existió. Ni tanto culto a la memoria de personalidades históricas de Cataluña ni tanto olvido como en Andalucía. 

Cuando sólo quedaba un superviviente de la Junta Liberalista de Blas Infante, don Emilio Lemos Ortega, y este servidor de ustedes -que lo conocía desde los años 70 del XX- se pasó meses visitándolo en su casa sevillana para escribir un pequeño libro sobre él, nadie lo conocía. Ahora tampoco. Tras publicarse mi libro en 1991, se le dedicó una calle y se le concedió la Medalla de Hijo Predilecto de Andalucía a título póstumo, había muerto poco antes de editarse mi texto que contaba con su visto bueno. Pero, que yo sepa, no hay ninguna placa ni en la casa de la localidad sevillana de Constantina, donde nació, ni en la casa sevillana donde murió. En Cataluña estaría en los altares, publicó varios libros, montones de artículos y se carteaba con personas destacadas, fue vicepresidente de la Liga Internacional Georgista con sede en Londres. Y si te he visto, no me acuerdo. 

¿No les parece lógico que me pregunte si hubo alguna vez un referéndum el 28 de febrero? ¿De qué año? He bebido demasiado gazpacho para la edad que tengo, me gustan hasta los de tetrabrik. Ahí debe estar la causa de mi pesadilla, el 28F lo contemplo hoy como una simple indigestión, un espejismo por exceso de pepino. Me he perdido la alineación de planetas que leí que se iba a producir la noche del pasado 28F. La siguiente es ya en el año 2492, no hay prisa, para entonces espero que nos acordemos del 28F y del aniversario número mil del descubrimiento y colonización de América y de la toma de Granada. 

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