La actualidad más esencial de la semana se supone que ya la conocemos y mucho más mis lectores habituales que son la minoría selecta más selecta. A nivel internacional lo que más han querido los medios que sepamos es lo de Venezuela y a nivel nacional siguen con Pedro Sánchez: que si es bueno o malo. Lo de Venezuela está claro que está oscuro y lo de España y Sánchez, igual. Yo no les voy a hablar aquí de lo que dicen unos y otros desinformando a diestra y siniestra, sino que voy a reflexionar sobre la mentira de fondo en la que vivimos. Antes, unas consideraciones.
La guerra civil no declarada pone sobre el tapete la necesidad de aumentar hasta el sumun las plantillas en los juzgados y en el mundo de la abogacía en general. Yo me querello, tú te querellas, él se querella, nosotros nos querellamos, vosotros os querelláis, ellos se querellan. Es la conjugación obligatoria en todos los niveles de la enseñanza. Entre eso y que un periodista ya ni puede decir en los Juegos Olímpicos -que ojalá terminen de una puñetera vez- que las mujeres habrán ido a pintarse los labios o que cuestionar a ciertos movimientos que son también lobbies de poder te puede llevar a la cárcel, esto es Sodoma y Gomorra en versión no la Ciudad de la Justicia sino Nación de la Justicia o República de Presuntas Naciones Ajusticiándose.
Qué duda cabe de que en los años 30 o incluso en los 70 del siglo pasado todo esto nos hubiera llevado a que las dos Españas se hubieran echado al monte, qué digo las dos Españas, las varias Españas contra ellas mismas y contra los demás ibéricos a excepción de Portugal que se evitó este follón con el Tratado de Tordesillas y con los fados de Amália Rodrigues y además con un ejército joven, no meapilas, que mandó a Marcelo das Neves Alves Caetano a por tabaco.
El follón de Venezuela y de América Latina en general es uno de los efectos del legado de la España vieja. Por supuesto, aquella colonización no fue tan animal como las inglesas, holandesas, etc. Dejó huellas culturales y académicas imborrables, por el momento. Pero también dejó el caudillismo y el papanatismo porque Maduro es un ejemplo de ambas cosas mal utilizadas. No es caudillo, puesto que está en manos de la misma nomenclatura que ha creado en su beneficio y, sin embargo, es un papanatas cuando empieza a hablar de la crueldad de España colonizando y de que España crucificó a Jesucristo.
No entiendo cómo Hugo Chávez nombró sucesor a un palurdo así. Un diario invitó hace años a dos personas a escribir sendos artículos sobre Chávez. Una de ellas tenía que hacerlo en contra y otra a favor. Como yo conocí personalmente y asesoré un poco a Chávez, me dijeron que yo aplaudiera al expresidente. Lo hice con gusto, no es coherente hablar tanto del chavismo porque el chavismo tiene muy poco que ver con la corruptela que ha montado lo que llaman la revolución bolivariana.
Ya no puedo estar a favor ni de eso ni del comunismo, que es simple fantasía de la que nuestro cerebro crea para sobrevivir. La fantasía revolucionaria consiste en creer que va a redimir “al pueblo” aplastado por la derecha y la ultraderecha, sin caer en la cuenta de que el ser humano, “el pueblo”, es de derechas por naturaleza. O, mejor dicho, algunos lo saben, pero su forma de sobrevivir material y espiritualmente es fabricar fantasías con las materias primas “pueblo”, “solidaridad” e “igualdad”. ¿Qué es el pueblo? ¿Qué es la igualdad? ¿Qué es la solidaridad?
No existe nada de eso, salvo en momentos de catástrofes, cuando la especie se siente amenazada y entonces se une por necesidad. Yo sigo a Schopenhauer y a Nietzsche: nadie, en primer lugar, hace nada por el otro, sino por sí mismo. Los actos de filantropía son en realidad acciones por uno y para uno mismo. Hasta con la guerra y con los inmigrantes se organizan negocios. Lo que hace Maduro es conservar su poder y el de quienes lo sostienen en él y, aun así, no las tiene todas consigo, yo creo que van a pasar más cosas en Venezuela que no le van a gustar nada a Maduro porque esta vez sí hay motivos sólidos para dudar del resultado de unas elecciones consumadas bajo el criminal cerco de EE. UU. y de la UE.
La revolución popular es una fantasía, pero la crueldad del mercado y su orden mundial es una realidad, quien saque los pies de ahí que se arremangue, si bien ese orden ha encontrado un contrapeso en los BRICS y sus aliados que no es un contrapeso comunista, sino capitalista, volvemos a los inicios del siglo XX, corregidos y aumentados. Aquel contexto nos trajo dos guerras mundiales, como ahora no son convenientes, desarrollamos la tercera, como dice el Papa, a pedazos. Y ya veremos si se queda así. Rusia acepta las elecciones de Maduro porque si EE. UU. le coloca misiles en Alemania, ella los colocará en Venezuela y Cuba, por lo menos.
Putin no es un mequetrefe como Maduro, no me extraña que quisiera apoyar la segregación de Cataluña porque bastante tabarra le está aplicando a Rusia una UE servil de EE. UU.. ¿Por qué no están los rusos en las Olimpiadas ni han estado en la Eurocopa y los israelitas pueden estar? ¿Por qué tiene que pagar un grupo de jóvenes rusos entusiastas del deporte lo que decida oficialmente el Estado ruso? ¿No hemos quedado en que hay que distinguir entre el “criminal Putin” y su pueblo, aplastado por el maligno?
Hablando de Cataluña, la solidaridad y la igualdad han salido de nuevo a la palestra con el tema catalán y Sánchez. En España y en el mundo se habla cada minuto de igualdad y solidaridad. Desde hace siglos. Dos fantasías más. Nos decía en la universidad el magister profesor Carlos Álvarez Santaló, especialista en Historia de las Mentalidades, que en los lugares donde se abusa de determinados conceptos es porque no se ejercen lo debido. Cataluña quiere lo que es suyo. Pues para ella. Euskadi ya lo tiene. Y Navarra. Por historia de ambas. Cataluña también tiene historia en un sentido similar, se la quitaron los Borbones, entre otros. Y quiere lo que es suyo.
A mí el nacionalismo me asquea y, por una parte, doy gracias por no tener en el poder en Andalucía a partidos nacionalistas como ERC, Junts, PNV o Bildu. Por otra parte, me pregunto una y otra vez si para lograr algo importante del gobierno estatal del exvillorrio llamado Madrid hay que incendiar y destrozar Sevilla, como hicieron los separatistas catalanes. Y entonces, como parece que la violencia concede réditos, sí echo de menos una Junta en manos del andalucismo radical.
El nacionalismo es el miedo a la libertad. Les escribo ahora mismo desde Euskadi y además tengo familia catalana. Comprendo que aprender euskera y catalán es una seña emocional de identidad que engorda los egos de quienes hablan estos idiomas. Pero tal y como está el mundo, dedicarles siquiera unos minutos a estos idiomas residuales es robárselo a los idiomas y otros conocimientos de aquellos vectores que dominan el planeta. ¡Pero si dentro de un siglo, aproximadamente, ni el castellano será idioma dominante si España sigue así!
Las comunidades autónomas externas a las beneficiadas ya están otra vez lloriqueando. Pues a mí no me parece mal que, si Cataluña se ha currado gran parte de lo que ha logrado y está logrando, aprovechando lo que quiera hacer Sánchez -que no se sabe ni sé si lo sabrá él-, Cataluña se quede con su dinero, el que nos da a nosotros que sea para ella, claro que sí, y luego ya nos aportará una limosna. El dinero para quien se lo trabaja.
Ya veo que de esto que está pasando a la independencia va un paso que no es aconsejable: si Madrid te paga unos gastos que son servicios caros, pero tú te quedas con la caja de los ciudadanos, negocio redondo, ¿para qué quieres independencia? A ver si tanta avaricia rompe el saco porque si sacas los pies del plato tendrá que intervenir el Ejército y acabar con este juego. Digo yo. Aunque sea peor, podría pasar.
Miren, Andalucía tuvo un cierto poder industrial puntual en el XIX que, por razones que no vienen al caso, se largó de aquí. Y ahora cuenten: Isabel II, Dictadura de Primo de Rivera, Alfonso XIII, República, Franco, Transición, Democracia, Autonomías. ¿Dónde han estado Andalucía y las demás lloricas todo este tiempo? Salvando las distancias, donde están ahora. Y en Andalucía, casi cuarenta años de progresismo autonómico, seguidos. ¿Progresismo? ¿Qué sería de nosotros sin los fondos de Madrid, Cataluña y la UE?
Lo que quiero decir es que no hay mal que por bien no venga. Lo de Cataluña es un reto para los demás, empezando por Andalucía. La famosa solidaridad siembra vagos e indolentes. La igualdad no existe, desde el mismo momento en que un esperma se une con un óvulo ya no es igual a otro cigoto. Que Cataluña se meta su dinero por el esfínter anal -si es que lo aprueban Las Cortes- lo que hay que hacer es trabajar más, como chinos, que dijo Roig, el de Mercadona, sin esperar la caridad de nadie. La meta es no pedir sino que nos pidan a nosotros y me temo que nos estamos acostumbrando a pedir. ¿Cabe mayor falta de dignidad? Oh, Andalucía, la grande, la de las leyes en verso, la que le servía vino y aceite al Imperio de Roma, la del gran Califato de Córdoba, convertida en pedigüeña crónica.
Esto parece ya una península confederal, pues cada uno a buscarse sus habichuelas. Pongamos el asunto al revés. Si necesitamos más transportes públicos, más infraestructuras -empezando por Sevilla-, más viviendas sociales, y somos una comunidad autónoma muy rica porque nos lo hemos ganado, ¿nos gustaría darle parte de nuestras ganancias a una imaginaria y empobrecida Cataluña? La caridad empieza por uno mismo, si no tengo lo que necesito no puedo estar contento para ayudar a los demás.
Para terminar, me hago otras preguntas: ¿dónde están los grandes empresarios andaluces? ¿Dónde está otro Benjumea, fundador de Abengoa, que, si levantara la cabeza, se moriría del sobresalto? ¿Dónde está otro Lara, nacido en la empobrecida Sierra Norte de Sevilla -despoblándose- que fundó Planeta? Se fue a Cataluña y la engrandeció. Habrá que buscar inversión extranjera no turística que en eso vamos sobrados, ¿permitirá Madrid que lo hagamos libremente? Es que eso es el liberalismo.
En la letra de la Constitución están todas esas fantasías de la igualdad y la solidaridad e incluso el artículo social-comunista que asegura que lo que hay en España es de los españoles. Queda todo muy bien, el papel es muy sufrido. Es cómodo y necesario vivir en la mentira, solo reconociéndolo se podría mejorar el paisaje. Es el camino más difícil, por eso seguimos fantaseando. A ver si los lloricas socialistas se aplican en Las Cortes lo de por sus hechos los conoceréis, no por sus llantos. ¡Oh, no, que entonces pueden llegar los fascistas! Y la fantasía prosigue su camino.
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