Datos, datos…; que es lo que les jode

Efectivamente: hoy día se lee mucho, y los jóvenes leen incluso más. Todo esto me decía a mí mismo el viernes, sábado y domingo que estuve paseando por la Feria del Libro de Madrid

Filólogo, autor de varios libros de poesía

Dos jóvenes consultan el móvil mientras sostienen unos libros, en una imagen publicada por la Feria del Libro de Madrid en redes sociales.

Este fin de semana pasado estuve en la Feria del Libro de Madrid. Era la primera vez que asistía y mis ojos hacían chiribitas. Como un niño en Port Aventura. Decenas y decenas de casetas atestadas de libros, y autores y más autores: columnistas famosos, prestigiosos poetas, novelistas de alto copete. Todos ellos allí, en el mismo sitio. Y, claro, lo más importante, lo que hace posible este escenario para cualquier amante de los libros: decenas, centenas, millares de personas, cada una de su padre y de su madre, atravesando el Retiro como un río de ansias por desembocar en el autor o en la caseta deseados y dejarse medio sueldo. Una maravilla.

Yo estaba haciendo cola para que me firmase Fernando Aramburu y veía colas aún más largas, y no podía más que ser optimista: eso de que en España ya no se lee como antes, no podía ser posible. Y me sentí tentado de darle la razón a Bibiana Collado en aquella columna que publicó hace pocos meses en El País. Efectivamente: hoy día se lee mucho, sin duda más que hace unos años. Y los jóvenes leen incluso más. Todo esto me decía a mí mismo el viernes, sábado y domingo que estuve paseando por la feria. Era como una especie de mantra que no podía dejar de repetir en ciertos momentos, rodeado como estaba de gente cargando tote bags llenas de libros, y de datáfonos y billetes rulando entre libreros y lectores. Hasta que el domingo por la noche, ya en casa, eché un vistazo por Facebook. 

Un usuario, profesor mío de literatura en la universidad, expresaba su descontento por el cierre de una librería, que en su lugar había sido sustituida por un bar con veladores. La librería era Yerma, en Sevilla. Recordé entonces que, en muy poco tiempo, Sevilla había perdido alguna que otra librería más, como Caótica, el mítico El gusanito lector o Verbo, una pantagruélica librería situada en un antiguo teatro de la calle Sierpes. Hasta ahora he hablado solo de Sevilla, pero el panorama de las librerías en el resto de España no es que sea muy diferente. Al contrario: es más bien idéntico.

Pero si nos alejamos del sector de las librerías y nos acercamos al de las editoriales, la situación tampoco varía mucho, como es natural. Me tengo que acordar, en este sentido, de Abelardo Linares, editor de Renacimiento, que se ha pronunciado en los últimos años en varias ocasiones afirmando que ya no se vende lo que se vendía antes. Estamos hablando de un hombre que inició su proyecto editorial en los años 80; o sea, que tiene para comparar. En una entrevista que le hicieron para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes aseveraba que, cuando empezó, podía vender de un primer libro de un poeta entre 400 o 600 ejemplares, mientras que hoy, de un poeta nuevo, apenas llega a los 100. Y remataba con que, muy a menudo, de una novela o un ensayo no llegaba ni a los 50.

En fin, aquí he dejado una ristra de ejemplos, todos ellos, diríamos, encaminados a hacernos pensar que estamos en un momento en que no se lee lo que se leía antes. Por mucha feria del libro y mucha tarjetita posándose en TPVs que yo viese en Madrid. La cosa es que la realidad es complicada, y no basta con la experiencia sesgada de cada uno para llegar a una conclusión real de qué está pasando con respecto a la lectura en España. Uno no puede pensar en lo que hacían sus padres o los amigos del barrio; uno debe ir a los datos. Yo solo he aportado algunos: referente a una única editorial de España y a una ciudad. Y no tengo ni idea de cuál es la respuesta clara a esta pregunta, pero muchos parecen dispuestos a tenerla.

A confirmar sus prejuicios: 'este país', un lugar donde se lee más que nunca; o España, país semianalfabeto, epítome de la decadencia de Occidente, con sus jovencitos atontados por las pantallitas. Repito: no sé la respuesta. Mi inclinación natural –aristotélica, me dijeron hace poco– me lleva a pensar que debemos de estar algo peor que hace 20 o 30 años, pero que no es para tanto. Pero luego, están los datos, y ahí es donde hay que ir. Dejarse de pedradas ideológicas ya, y acudir a los datos. Los necesitamos como el comer. Datos, datos…; que es lo que les jode.