Me gustaría que lo que va a leer en adelante se lo hubiese escrito Soraya, una mujer trans de 70 años que vota al PSOE hasta cuando lo hace mal y que me encantaría que usted la conociese para entender que nunca eligió su género, jamás eligió lo que es, porque de haber podido elegir su vida hubiese sido mucho más fácil de lo que ha sido. Conocer a Soraya le ayudaría a entender que las teorías sin empatía son fanatismo y que el género no se elige, se manifiesta a muy temprana edad. Las personas trans, así como las personas que somos gais, lesbianas o bisexuales, lo único que decidimos desde que somos bien pequeñas es cómo intentar que no se note lo nuestro para evitar un destino lleno de piedras que supone nuestro camino a la libertad.
Soraya fue expulsada de su hogar familiar a los 13 años, con una paliza de por medio, porque un amigo de su padre le dijo a éste que la había visto con los ojos pintados por el centro de Sevilla. Pasó tres meses durmiendo debajo del puente de Triana por el pavor que le daba regresar a casa. A los 14 años, esta señora fue violada por un vecino y en un solo día llegó a ser detenida más de 20 veces sólo por andar con sus andares y mover las caderas a un ritmo prohibido por el franquismo.
En una de esas detenciones fue trasladada a la prisión a cumplir condena durante seis meses en aplicación de la ley de vagos y maleantes. Soraya no eligió las palizas que le pegó su padre, ni dormir durante tres meses debajo de un puente, ni que la violara un hombre a los 14 años. Mucho menos eligió pasar seis meses de los mejores años de su vida en una prisión inmunda ni soportar las torturas de un régimen que le pegaba palos pensando que así dejaría de ser mujer y se haría un hombre hecho y derecho, que era la expresión machista que se usaba y se usa para corregir a las personas que se salen de las normas de género hegemónicas impuestas por el patriarcado.
Soraya ahora cobra un pensión no contributiva y vive en un apartamento de 25 metros cuadrados. Ha trabajado toda su vida, pero gran parte de ella ha sido en el espectáculo, haciendo reír y divirtiendo a una sociedad hipócrita que le aplaudía de noche y de día la encarcelaba. Vive sola, sola como la una, y aún hay miembros de su familia que la siguen llamando en masculino, cuando la llaman, a pesar de que es una mujer como usted. Está sola también porque en el amor ha tenido poca suerte. Los hombres la querían para el sexo, pero no para presentarla en sociedad porque ser trans era un motivo de vergüenza y deshonra para la masculinidad hegemónica. Me gustaría que este artículo lo hubiese escrito Soraya, pero no puede, Carmen, a los nueve años fue expulsada de la escuela por alterar la moral de la época.
Esta mujer, a la que yo quiero y admiro, no ha elegido casi nada en su vida. No ha elegido las hostias que le pegó la policía franquista, ni la pensión de miseria que cobra, ni haber sido una paria de la sociedad y un objeto sexual para los hombres que luego le negaban el amor. Soraya no eligió nunca ser mujer, lo es desde que tiene conciencia, a pesar de las palizas de su padre, de las hostias de la policía, del abandono familiar, de los trabajos de miseria, de los codazos y de la soledad que sufre a sus 70 años. ¿Usted se imagina que alguien en su sano juicio iba a elegir una vida tan amarga por puro capricho?
Este artículo se lo podría haber escrito también Silvia, otra mujer trans, canaria, que abandonó su isla en el año 73 y, a los seis meses de llegar a Barcelona, se encontró con la cárcel y la prostitución, de la que todavía no ha podido salir porque, a sus 68 años, se ve obligada a aceptar servicios para ir ganándose la vida y sortear la situación de extrema vulnerabilidad social que sufre. Nunca pudo recuperar la relación con sus padres, Carmen, y su vejez se avecina sola, pobre y con secuelas en todo su cuerpo de tratamientos médicos clandestinos y procesos de autohormonación sin control alguno. Silvia se intentó matricular en la Universidad de la Laguna para estudiar Medicina pero no pudo ser: “O te vistes como un hombre o no serás admitida”, le dijeron el día que quiso matricularse. Rechazó disfrazarse de hombre porque no podía elegir ser lo que no era, Carmen.
Dirá que me remonto a muy atrás y que la situación de las personas trans en España ha cambiado mucho. Le diré que lleva razón, pero aún hay casos de maltrato hacia las personas trans que estremecen y no se cuentan. Este artículo se lo podría también haber escrito Oscar, un joven trans de 25 años de Jerez de la Frontera, que a los 19 años tuvo que huir de su casa. Su padre lo encerró con llaves en su habitación porque no toleraba que hubiese comenzado su transición. Hoy este chico vive en Madrid, laboralmente navega en la precariedad más absoluta y no cuenta con el apoyo de su familia. ¿De verdad piensa que este chico ha elegido el abandono familiar, la pobreza y el desarraigo como forma de vida?
En Córdoba vive una chica trans de unos 20 años, Carmen, que me gustaría que la conociese en una de las veces que baje a su tierra. Esta chica ha contado con el apoyo de su familia desde que tiene 16 años. Hoy está estudiando y su futuro no será en nada parecido al de Soraya, Silvia u Óscar. Alma, que así se llama la chica cordobesa, ha tenido la suerte de tener unos padres que la han apoyado, pero hay miles de personas trans que no tienen esa suerte y sus vidas son una continua cuesta arriba. ¿De verdad cree que una persona trans elige la exclusión laboral, que no le alquilen un piso, la expulsen de bares o discotecas, la echen de vestuarios y baños públicos o recibir insultos, humillaciones y palizas sólo por poner un pie en la calle?
Imagínese qué ha sentido estos días Soraya, Silvia, Oscar o Alma al escucharle decir que han elegido su género, ser lo que son, y que todo lo que les ha pasado en la vida, poco más o menos, se debe a una decisión caprichosa que lo único que persigue es borrar a las mujeres, cargarse el movimiento feminista y querer acabar con la leyes de igualdad y de violencia de género. No dudo que sepa teoría feminista, señora Calvo, pero estaría bien que entendiera que la vida real tiene muchas más aristas que las teorías y que imponer teorías como si fueran moldes de hormigón es un ejercicio de ausencia absoluta de empatía que está más cerca de los regímenes totalitarios que de un Estado democrático.
Aprobar la ley trans es una urgencia porque bien sabe, tanto como jurista y como política con varios trienios en las instituciones, que las leyes sirven para educar a la población y esta ley servirá para lanzar un mensaje rotundo a la sociedad de que las vidas trans importan, que no son un chiste, ni un capricho, ni una performance y que se merecen un Estado que las acompañe y reconozca su identidad para que ser feliz no dependa de la suerte de nacer en una familia o en otra.
Seguramente sepa usted mucha teoría feminista, pero me temo que no conoce a ninguna persona trans, que no se ha sentado nunca delante de una de ellas y las ha mirado a los ojos, sin medios de comunicación de por medio, para conocer sus recorridos vitales y el mucho sufrimiento que llevan en las mochilas desde que se presentan al mundo como lo que son. Sería interesante que lo hiciera a la mayor brevedad posible, señora vicepresidenta del Gobierno.
Las personas trans no son una teoría, son realidad y a usted, que es ministra, le pagamos por hacer política, por gestionar la realidad, y no para imponer sus dogmas teóricos a ninguna vida. Créame, las personas trans son un colectivo vulnerable, desde que manifiestan su identidad descienden a los sótanos de la sociedad y sus vidas están repletas de muros difíciles de saltar. No han elegido su género, lo único que han elegido en la vida es a esconderse de la violencia, del abandono familiar, de los insultos, de las humillaciones y de los codazos a su paso. Más empatía y menos teoría, señora Calvo.
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