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Demasiados saltos de fe por hoy

La (des)confianza no se debe pagar con abuso. Y el uso bien entendido de la confianza, que bien merece presunción de inocencia, es un compromiso bidireccional; algo que va más allá de etiquetas y prejuicios

17 de marzo de 2025 a las 11:27h
Salto de fe.
Salto de fe.

Aviso para navegantes: no soy quien ni pretendo quitarle las ganas. ¿Que a qué me refiero? Siga leyendo y me entenderá.

Lo que antes nos fascinaba, hoy nos horroriza, o viceversa. Y es que, la escala de valores y placeres es directamente proporcional a la tonalidad argéntea que van adquiriendo las sienes del interesado.

En la infancia  ―y me atrevería a decir que en la adolescencia―, viajar, como tal, era poco más que una actividad programada o una premisa extraescolar de obligado cumplimiento.

Conforme nuestra vida laboral suma años de calendario, el hecho de ir a conocer mundo se eleva a la excelsa categoría de EXPERIENCIA con mayúsculas.

Todos lo hemos pensado alguna vez, viajar ―aunque tarde o temprano te devuelva a la cruda realidad― es un billete sin retorno que nos permite huir de todo aquello que nos mantiene anquilosados en la peor de las enfermedades: la monotonía. Algo así como trascender a una realidad diferente a la que pertenecemos. Por eso es un placer sin parangón.

Eso sí, no todo el monte es orégano, ni el Rembrandt que tenemos entre manos es tan bonito como pensábamos.

Y es en este preciso momento cuando acude a mi mente el recuerdo de la mítica escena de “Indiana Jones en la última cruzada”; justo en la que nuestro heroico protagonista es sometido a prueba con el imponente “Salto de fe”. Porque viajar, querido lector y lectora, se ha convertido en eso, en un placer transmutado en un pírrico ejercicio de confianza. ¿No me cree?, se lo detallo a continuación.

Primer salto: no apto para aprensivos. Cruzar los dedos y confiar en la pericia del piloto de avión o que el cambio climático, en una de sus múltiples y caprichosas variantes no te hagan el lío (como hemos visto recientemente en el acongojante aterrizaje de un avión en el aeropuerto de Málaga a causa de la borrasca Konrad; que por cierto, maldita manía de ponerle nombres desagradables a los fenómenos climatológicos adversos).

Segundo salto: según un reciente estudio elaborado por el experto en ciberseguridad y perito judicial, Bruno Pérez Juncal, algo tan simple y banal como entregar el DNI al hacer el check-in en nuestro hotel de alojamiento, se ha convertido en una acción que compromete un alto riesgo habida cuenta de los múltiples casos que se han registrado de delitos y estafas. Una pista al respecto, nuestro DNI en las manos equivocadas da acceso a la apertura de una cuenta corriente sin nuestro consentimiento, amén de que nuestra privacidad se ve seriamente comprometida.

Tercer salto: las tips o propinas de obligado cumplimiento. En la amplia mayoría de casos con porcentajes preestablecidos y sin opción a réplica que sitúan al cliente en una posición tan incómoda como violenta. Hecho constatado y personificado en un reciente viaje a la preciosa y monumental Praga, en el que la práctica totalidad de hosteleros, como si de una cimitarra se tratase, blanden un segundo datáfono con el que teclear el incentivo a elegir. 

Y yo que pensaba que en nuestro querido país el hostelero españolito “expoliaba” al guiri de turno…

Lo cual nos conduce a la siguiente analogía: si tomamos los tres puntos y los introducimos en una coctelera, el brebaje resultante es que la (des)confianza no se debe pagar con abuso. Y el uso bien entendido de la confianza, que bien merece presunción de inocencia, es un compromiso bidireccional; algo que va más allá de etiquetas y prejuicios, y que compromete a las partes implicadas. No todo vale para justificar el trato hacia el turista como un individuo sospechoso. 

¿Rozumíš? (por si cae la breva y me lee algún checo desubicado).

Ea, ya me he desahogado. Gracias por la lectura.

 

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