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Un fracaso como Dios manda (no que te pongan una multa de tráfico o que se estropee la lavadora, que no son fracasos sino contrariedades) nos ofrece un sinfín de nuevos aprendizajes.

“Espalda: Parte del cuerpo de un amigo que uno tiene el privilegio de contemplar en la adversidad”.

(Diccionario del diablo, Ambrose Bierce)

 

Tiene más dignidad, mucho más, un fracaso que un éxito, una derrota que una victoria. Los estadounidenses utilizan la palabra perdedor como sustantivo para indicar una persona sin éxito y, por tanto, sin valor. Son catetos como nuevos ricos confundiendo valor y precio; les sobran artefactos y les faltan años. Sabemos (por experiencia propia) que aprendemos de algo que vivimos como una derrota: la volubilidad del azar o los caprichos de la diosa Fortuna, la inconstancia de muchos de los afectos que considerábamos incondicionales y la sorpresa de algunos otros que se mantienen firmes contra viento y marea, la distinción entre amigo y conocido, la tozudez de las cosas, la dificultad (imposibilidad) de una comunicación leal y sincera, la posibilidad de levantarse, el orden alterado en la prioridad de lo que nos importa y, en especial, el hecho de que tu voluntad no sea omnipotente y que tu deseo no se considere ley universal.

Un fracaso como Dios manda (no que te pongan una multa de tráfico o que se estropee la lavadora, que no son fracasos sino contrariedades) nos ofrece un sinfín de nuevos aprendizajes que siempre nos remiten a uno solo: no somos tan importantes, ni tan imprescindibles como nos gustaría.

Tengo más dudas sobre la lista de aprendizajes que nos puede enseñar una victoria, un éxito. ¿Qué se aprende de un éxito? Se puede aprender la vanidad. Lo malo es que no lo aprendas...

Y todo esto no tiene nada que ver con el sufrimiento real y vivo que puede ser, por suerte o por desgracia, la mayor fuente de aprendizaje. Ante el dolor ajeno, hondo y desconsolado, solo cabe el silencio; sobran las palabras. Y como un relámpago ilumina las sombras de lo que verdaderamente importa. Todo lo demás cobra el tamaño insignificante que siempre tuvo.

 

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