La importancia de Pablo Iglesias para la política española tiene pocos precedentes en nuestro país si se mira desde diversas ópticas. En apenas seis años ha sido el líder de un movimiento que nacía de las influencias directas del 15-M. Profesor universitario y conductor de programas en televisiones minoritarias, ambos elementos le valieron para defenderse con rotundidad en espacios televisivos masivos en años de gran convulsión política. La Sexta Noche fue el verdadero escenario del inicio de Podemos como partido de vocación mayoritaria. Antes de las elecciones europeas, creó un proyecto exprés aprovechando esa visibilidad mediática para reunir los descontentos, apelando a las mayorías, de izquierdas y de derechas.
En aquel tiempo, en aquellas tertulias de Fort Apache y en las entrevistas de Otra Vuelta de Tuerka, daba las claves sobre cómo quería construir ese proyecto: una profundización en los populismos, en el sentido más científico del término y menos peyorativo, que implicaba poner en el centro de los debates las necesidades de la gente. Era una forma de leer el 15M y prever una estrategia, basado principalmente en dos pensadores en los que no entraremos, Ernesto Laclau y Antonio Gramsci.
Sin embargo, el tiempo fue provocando ciertas rupturas. Primero, con el ala izquierda de Anticapitalistas, el partido minoritario que ocupaba ese espacio de descontentos hacia IU, que es muy anterior a la salida de Teresa Rodríguez. Luego, con el ala más moderada, que se simplifica en la ruptura con Manuela Carmena e Íñigo Errejón, que más que en la creación de Más Madrid tiene que ver con dejar de seguir ciertas previsiones de ese plan que tenía Podemos, un nuevo cambio para un nuevo tiempo más institucionalizado que cada uno quiso pensar de una manera. Antes de eso, una convocatoria electoral con IU que fraguaría el actual binomio de Unidas Podemos, -ahí parece estar el verdadero detonante del cambio en Podemos hacia el actual-. Entre medias, la adquisición de un chalé en Galapagar. Así llegaría al Gobierno tras muchos nones del PSOE a cerrar un acuerdo antes. No fue hasta el enésimo adelanto electoral español en la década cuando Pedro Sánchez accedió, y tras los gritos del famoso "con Rivera no".
Así, Iglesias se convirtió en el epicentro de las críticas de la derecha. Ya no era contra Podemos sino contra él personalmente. Procesos judiciales que no iban a nada, rumores en la era de las fake news que no eran más que humo sobre su vida personal según luego se cerraban procesos judiciales... La exposición mediática de Iglesias es comparable a algún fenómeno Sálvame porque la derecha quiso que fuera una persona y no una marca o unas ideas quien representase todos los fantasmas de la izquierda. Y la forma de comunicarse Pablo Iglesias daba a ello, porque sus palabras, aunque luchase por parecer tranquilo, no impedían que propusiera cosas como subidas de impuestos que realmente tuvieran un trasfondo de revolución -nótense las cursivas-. Es decir, las formas se moderaron con los años y ya no había gritos, pero sí contundencia en los mensajes.
La otra cara de Iglesias ha sido cómo parece ser responsable, al tener la última palabra, de movimientos de divisiones y subdivisiones. Claro es el caso de Íñigo Errejón y de Teresa Rodríguez. Algunos ven afanes de protagonismo y malas relaciones en lo personal, pero lo cierto es que Podemos se fue transformando de partido de círculos asamblearios a uno de estructura más centralizada y vertical, buscando más el pragmatismo político que la práctica de la política. El 15-M, el de proyectos de democracia 3.0, se fue apagando en Podemos en paralelo a como se fue apagando en la sociedad. Eso fue estrechando el abanico de colores en un partido que tenía vocación de concurrir con nacionalismos de izquierdas -con muchos de ellos- a las elecciones hacia una búsqueda de consolidación de su propia marca. Iglesias tenía otras estrategias, legítimas y no necesariamente equivocadas, pero como líder no consiguió que cupieran todos.
Ahora, Podemos buscará su sitio con el liderazgo de Yolanda Díaz. La política, decía Iglesias en su despedida, va en el camino de una feminización. Lo demostraría el apoyo a Ayuso, a Mónica García, etc. En este tiempo, la gran incógnita es si la vicepresidenta y ministra de Trabajo buscará el reencuentro con las fuerzas de izquierdas que nacieron con el 15M y se despegaron posteriormente, e incluso tender puentes con las otras formaciones amigas en cada autonomía. Y la pregunta es si eso supondrá un nuevo impulso para el partido.
Y Pablo Iglesias se va de la política antes de que el proyecto se desangre, como intuye que ocurriría si se mantiene él, para que sean otros quienes den ese impulso. La única persona que tuvo un paso tan fugaz e importante en la historia política de la España reciente es, quizás, Adolfo Suárez, primer presidente democrático que tras UCD tuvo algún intento de volver con el CDS, pero ya sin influencia. Poco más en común se le puede buscar a ambos políticos más allá de esa importancia fugaz de apenas un lustro. Ambos dimitieron de sus cargos. Sea cierto o no lo que dicen algunas informaciones de que negocia su llegada a la televisión, el trabajo estará hecho. El de un profesor universitario que, con errores y aciertos, reventó el bipartidismo y despertó una nueva ilusión entre muchos. Quedará tanto de Podemos como ilusión siga despertando ahora que no está Pablo Iglesias.
Comentarios