Cuesta mucho sustraerse a dedicar esta columna a lo ocurrido en Algeciras el pasado miércoles cuando se vive a poco más de cincuenta kilómetros de la ciudad y se tiene conocimiento del papel histórico jugado por la misma y de su situación geoestratégica en los tiempos que corren. La ciudad se convirtió hace ya bastante tiempo en mirador privilegiado sobre las relaciones entre las dos orillas y ha sabido mantener sus obligaciones de puerta sur de Europa incluso en los momentos más difíciles.
Los hechos ocurridos en la céntrica Plaza Alta que derivaron en la muerte del sacristán de la Iglesia de la Palma, Diego Valencia, y el ingreso hospitalario del párroco de San Isidro, el sacerdote Antonio Rodríguez, han conmovido las entrañas no sólo de la ciudad sino de todo el país por la crueldad de lo sucedido y el hecho de producirse contra la Iglesia. La similitud con algunos asesinatos llevados a cabo en Francia contra sacerdotes llevó rápidamente a considerar lo ocurrido aquí como un acto de terrorismo yihadista y así lo está investigando la Fiscalía de la Audiencia Nacional, aunque desde las Fuerzas de Seguridad del Estado se contemplan algunas otras hipótesis y conviene por el momento no prescindir de ellas para el correcto enjuiciamiento posterior.
Sea fruto de la locura yihadista, o de cualquier otro tipo de locura, lo cierto y verdad es que, sin probablemente pretenderlo, lo ocurrido ha puesto sobre el escenario el dolor de la comunidad, que pierde a uno de sus hijos y contempla a otros heridos, la solidaridad ante las dificultades y el aliento social. Pero también surgen posicionamientos menos deseables, pero desgraciadamente siempre presentes en este tipo de tragedias. Frente a la serenidad dolorida del ciudadano de a pie se levantan los profetas del odio que sólo buscan demonizar en beneficio propio y de su proyecto político. Las declaraciones, a bote pronto y sin la más mínima objetividad en el análisis de lo ocurrido, lleva a la extrema derecha a demonizar a miles de ciudadanos que viven en la ciudad y cuyo único pecado ha sido el de pertenecer a una etnia, árabe, y practicar una religión, musulmana, al igual que el agresor.
Conviene en este punto destacar lo manifestado por el Portavoz de la Conferencia Episcopal, Cesar García Magán, en el sentido de no demonizar a pueblos o religiones por crímenes como el ocurrido en Algeciras. Actitud más que sensata la de quien representa en este caso a la institución víctima de los hechos, la Iglesia española, que huye de la instrumentalización social y política del dolor de esa muerte y esos heridos y defiende la convivencia entre religiones más allá de comportamientos individuales como el del autor de los tristes hechos de Algeciras.
Tampoco ha resultado muy acertada la reflexión pública del líder de la oposición, el señor Feijoo, con el argumento de que los católicos no matan en nombre de su religión. Una reflexión que se ha visto obligado a retirar ante lo inoportuno e inadecuado de su formulación. Poco ayuda una reflexión como esa a la paz social y la convivencia ciudadana, más aún cuando todos los cargos públicos del PP entrevistados en estos días, desde el propio alcalde al presidente de la Junta pasando por la secretaria general del PP, han coincidido curiosamente en hacer referencia a la necesidad de ser informados por el Gobierno incluso en un momento inicialen el que ni el propio Gobierno contaba con información más allá de los hechos contrastados. Y es que ese extremo, la demanda de información al Gobierno en materia antiterrorista, es uno de los principios del Plan de Calidad Institucional que había presentado días antes el propio Feijoo en Cádiz.
No era este el momento para poner en marcha estrategias políticas particulares de oposición al Gobierno, era el momento de apoyar a las familias de las víctimas, de trasladar seguridad a la ciudadanía algecireña, en definitiva, de contribuir a la necesaria convivencia en una ciudad que se caracteriza por su diversidad étnica y religiosa al tiempo que por su condición de puerta sur de Europa y lo que ello conlleva.
Descanse en paz Diego Valencia, sienta su familia el aliento ciudadano en estos días difíciles y tengan los algecireños y algecireñas el ánimo suficiente para superar este triste momento.
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