Resulta sorprendente la capacidad del ser humano para ocultar sus miserias utilizando palabras cuyo significado real desconocemos. Es el caso que nos ocupa, el acoso psicológico o físico a quienes se considera más débiles en función de sus propias condiciones personales o sociales. Parece que utilizando un anglicismo, como es el caso al que nos referimos, estamos rebajando la gravedad de lo que con tanta frecuencia viene sucediendo en nuestras aulas y patios de recreo. Con la palabra bullying pretendemos, consciente o inconscientemente, apartar nuestras mentes del sufrimiento y la dureza que llevan implícito palabras como intimidación, acoso o agresión, haciendo más confortable y llevadera nuestra cotidianidad.
Lo ocurrido esta semana en un instituto de Jerez de la Frontera ha puesto de manifiesto esa realidad que tanto nos cuesta aceptar, el acoso en nuestros centros escolares. Los hechos ocurridos en el centro educativo, la agresión de un niño de 14 años a profesores y alumnos son de una enorme gravedad y sólo la investigación policial podrá arrojar luz sobre lo acontecido. Pero creo que coincidiremos en que hechos como estos no ocurren porque sí y que normalmente responden a situaciones previas que han escapado al control de los responsables de mantener la convivencia en el centro.
Comentaba en sus RRSS David Gallardo, profesional jerezano de la comunicación, que ante el acoso sólo existen tres respuestas: los que aguantan, los que se defienden y los que se suicidan. Coincido plenamente con su afirmación y me inclino a pensar que el alumno del instituto jerezano podría encontrarse entre los que se defienden. Y a los hechos me remito, las primeras impresiones de sus compañeros y compañeras, que son las más sinceras por mor de su inmediatez y falta de mediatización, confirmaban la existencia del acoso sobre su persona e incluso relataban un incidente en el día previo.
Quienes intentan explicar lo ocurrido basándose en el hecho de ser un alumno con necesidades educativas especiales, sea cual sea la naturaleza de estas, incurren en grave error por cuanto ninguna de las posibles causas de esas necesidades especiales conduce a prácticas violentas, como confirman las asociaciones y profesionales de la conducta. Por tanto, la causa de lo ocurrido se aleja de los posibles trastornos de la conducta del niño para adentrarse en un mundo de especulaciones por el que transita hoy y en los próximos días buena parte de la realidad mediática.
Lo cierto es que desde que las RRSS empezaron a comentar lo ocurrido en la mañana del jueves, no consigo apartar de mi mente la imagen del niño arrojado al lado oscuro de la vida por un vaivén forzado del destino. Me interrogo continuamente sobre qué momentos de intimidación rasgaron las cortinas de su mundo, de ese espacio personal e íntimo que custodiaba celosamente y que sintió invadido por un mundo exterior agresivo en el que no quería vivir.
Siento pena, dolor ajeno por los compañeros heridos y por los profesionales educativos, pero también siento rabia por no haberse detectado que la tragedia podía llegar en cualquier momento. Rápida recuperación para los heridos, mis mejores deseos de que se recupere la normalidad en las aulas, y para él y su familia, suerte, mucha suerte, porque en esta sociedad caníbal que vivimos la van a necesitar.
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