Quién nos iba a decir hace unos meses que los cubitos de hielo, esos gregarios de toda la vida en la hostelería, se iban a convertir en protagonistas de titulares apocalípticos en los medios de comunicación. Pero elevando una vez más nuestro inestable listón para la sorpresa esa minúscula pieza de agua helada se ha convertido en el último exponente mediático de la situación de crisis generalizada que vivimos desde la pandemia, agravada ahora por el conflicto generado por la invasión rusa de Ucrania.
El cubito de hielo se ha convertido en nuestra última especie en extinción con esa retórica profética y apocalíptica tan del gusto de la sociedad en su intento de colmar sus angustias con tragedias menores como si con ello consiguiéramos alejar el horizonte de las mayores. Pero con todo el cubito de hielo no es sino la punta del iceberg de una crisis económica latente y que emerge puntualmente con el rostro que cada momento requiere para mayor disfrute de los guionistas de informativos que nunca lo tuvieron tan fácil.
Y es que cada profecía mediática sacude el consumo con una voracidad acaparadora capaz de vaciar en horas los lineales de aceite de los supermercados, las estanterías de papel higiénico y ahora las vitrinas de cubitos de hielo con el consiguiente estrés en el común de los mortales que todavía tienen papel higiénico en casa desde marzo de 2020, aceite de girasol para una década y cubitos de hielo para mil resacas.
Ante este horizonte conviene alegrarnos de que no podamos almacenar en nuestros hogares gasolina, diesel o gas, convirtiendo cada una de nuestras casas en un potencial artefacto explosivo de dimensiones incalculables. Pero es lo que tiene el tiempo que vivimos con una realidad económica difícil sin lugar a dudas pero también con una pérdida de la racionalidad que nos hace dejarnos llevar por el alarmismo mediático y su correa de transmisión que son las redes sociales.
Y junto al hielo hay otro tema que llena nuestro tiempo ocioso, las medidas de ahorro energético, que más allá de su necesidad aceptada por la inmensa mayoría salvo la emperatriz Ayuso, ha hecho de cada español de a pie un técnico especialista en frigorías cuando no un experto en mercadotecnia. En esto todo vale con tal de mostrarse disconforme sobre todo entre los partidarios del iglú comercial que han hecho de los 18 grados del aire acondicionado su oscuro objeto de deseo.
Lo cierto y verdad es que la entrada en vigor de las medidas de ahorro energético han hecho que el consumo se reduzca en un 5,3% en su primer día de aplicación. Miedo me da que tengamos un otoño caliente y los aires acondicionados tengan que seguir funcionando, por eso yo lo que quiero es que llegue el invierno y pasemos a hablar de las olas de frio polar que son más confortables que las calimas saharianas.