Y eso por decirlo de una forma políticamente correcta, porque la realidad del sentimiento y consiguiente comportamiento de ese espectro ideológico está siendo aún más fuerte de lo que podría imaginarse.
Y de ese comportamiento enrabietado, propio de quienes no se han salido con la suya por la vía democrática de las urnas, que esa y no otra es la causa, participan todas las derechas que en el mundo han sido: la política, representada por Partido Popular y Vox, la militante, la sociológica, la mediática encarnada por la acorazada de toda la vida con el apoyo de cientos de panfletos subvencionados de reciente creación tipo Negre, la judicial de una APM agradecida porque no se renueva el Consejo General del poder judicial y ellos siguen y siguen como los muñequitos de Duracell, la cavernaria representada por el irredento secundario del trío de las Azores, el señor Aznar, y la tabernaria como gusta llamar Ayuso a la derechona de barra brava que tanto la quiere y la vota.
No resulta difícil que cualquier votante de esas derechas, no hace falta que sea un miembro cualificado de la que hemos considerado derecha política, se vea con el derecho de acosar en estos tiempos que vivimos a cualquiera que haya votado a los partidos que pretenden constituir una mayoría parlamentaria que lleve a Sánchez nuevamente al Gobierno de España con permiso de los que se reúnen en Bruselas para alargar la negociación jugando al intermitente de la investidura, ahora sí ahora no, tan del gusto del ínclito Puigdemont.
Y es que a fuerza de proclamas de la acorazada mediática por tierra, mar y aire, y de declaraciones altisonantes y vacías de sus dirigentes, se han venido arriba y se creen en el derecho casi divino de arrollarte con sus insultos a Sánchez y a todo el que hable bien de él. Y es que todas esas derechas, desde la más cualificada dialécticamente a la más zorrocotroca, siguen pensando que el poder de gobernar les corresponde a ellos y nada más que a ellos digan lo que digan las urnas.
El señor Aznar, el que nos llevó a una guerra no deseada por la ciudadanía española para satisfacer su ego de estadista fallido con las graves consecuencias que tuvieron sus actos, afirma ahora que Sánchez es un peligro para la democracia por el simple hecho de negociar una mayoría parlamentaria que su alumno aventajado, el señor Feijóo ha sido incapaz de conseguir. Y este último, henchido por la rabia del mal perdedor, llega a afirmar que España está al borde del precipicio constitucional por el que él no habría dudado en lanzarse si Junts le hubiera dado sus votos para su investidura fallida. Con declaraciones como estas, el cinismo pretende ocultar el fracaso del candidato popular y su incapacidad para conseguir apoyos más allá de la derecha ultramontana.
Y de la judicatura conservadora, mejor no decir nada, su propia declaración de principios en la soflama que han hecho pública, arrogándose la representatividad de la que carecen, les define perfectamente en ese escenario apocalíptico en el que quieren convertir unos y otros la realidad.
Y por no hablar de los presidentes autonómicos del PP, esos a los que no les ha importado entregar su alma al diablo de Vox con tal de gobernar, y que han salido en tromba, ridículamente orquestados como si de un coro infantil se tratara, a criticar la condonación del 20% de la deuda del FLA recogida en el acuerdo con ERC. Su sentido caniche de la obediencia les ha hecho obviar que esa condonación puede llegar a cualquier Comunidad que la solicite, por los que algunos de ellos, como el moderado Juanma se ha subido a la parra de la hipérbole monetaria pidiendo 18.000 millones de euros para Andalucía, ellos que décadas tras décadas se negaron cuando gobernaron a reconocer la deuda histórica con nuestra tierra, vivir para ver y es que a converso no hay quien le gane al moderado Juanma.
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