Esta cobardía de mi amor por ella

Ha quedado manifiestamente claro que a Carles nada le importa más que su propia persona, un rasgo este demasiado extendido en la clase política en el último lustro

Puigdemont, en Barcelona, este jueves.
Puigdemont, en Barcelona, este jueves.

El espectáculo al que hemos asistido el pasado jueves en Cataluña con la reaparición de Carles Puigdemont, el tiempo justo y necesario para hacer de nuevo el ridículo más espantoso, ha puesto de manifiesto que el final del procés ha llegado de la mano de la voluntad mayoritaria de los catalanes y catalanas que dijeron hace unos meses: ¡hasta aquí hemos llegado!

Podría decirse que aquel president, que se atrevió a declarar en 2017 la república catalana para horas más tarde poner en practica el escapismo que viene caracterizando su figura desde entonces como si de un Guadiana de la política se tratara, ahora aparezco y ahora desaparezco, ha entonado su particular canto del cisne con su escapada, nunca mejor dicho, barcelonesa que no solo ha puesto de manifiesto en relación con Cataluña una actitud y un talante que ya definiera el propio Chiquetete con aquella canción de "esta cobardía de mi amor por ella, hace que la vea igual que una estrella, tan lejos tan lejos en la inmensidad que no espero nunca poderla alcanzar".

Pues eso, perdonen la frivolidad musical pero no se me ocurría mejor forma de definir el proceder del expresident. Y es que la política, como todo en la vida requiere de un mínimo de dignidad, y en este caso con mayor razón puesto que estás obligado ante la voluntad de cientos de miles de ciudadanos que de buena fe han depositado en ti su confianza, probablemente uno de los actos más nobles de una sociedad democrática.

Pero ha quedado manifiestamente claro que a Carles nada le importa más que su propia persona, un rasgo este demasiado extendido en la clase política en el último lustro. No fue capaz de afrontar como Oriol Junqueras y algunos otros de sus propios compañeros de partido quedar a disposición de la justicia e ingresar en prisión, bien al contrario no dudó en poner tierra de por medio mientras su correligionarios empezaban a pagar por sus desmanes.

En este punto conviene recordar que el independentismo catalán de nuevo cuño tiene dos protagonistas excepcionales, uno el propio Puigdemont y otro el expresidente Mariano Rajoy. Y trataré de explicar esta aparente incoherencia que tiene su fundamento en el hecho más que probado que Rajoy y sus gobiernos a partir de 2011 fueron un auténtica máquina de parir independentistas hasta el punto de que todos los estudios de opinión confirmaban en aquellos años un auge del independentismo soberanista difícilmente explicable sin las acciones del gobierno de Rajoy.

Y lo más grave es que esos estudios demoscópicos se vieron confirmados e incluso superados por la triste realidad de los resultados electorales que convirtieron al independentismo, en sus más variadas formas, en la mayoría política gobernante en Cataluña y a la historia del procés debemos remitirnos. Y si el nacionalismo español de Rajoy fue el mayor impulsor del independentismo catalán su antítesis, el nacionalismo independentista de Puigdemont, ha sido lo que ha dado la puntilla, por obra y gracia entre otras cosas del comportamiento histriónico del expresident, a ese movimiento político del procés que provocó el mayor terremoto político de la España democrática en el siglo actual.

Y muy a pesar de los Tellados y Gamarras de turno, de honorables jueces intentando investigar El Truco final como en la película de Nolan, lo cierto y verdad más allá del espantoso ridiculo de los Mossos y la sobreactuación permanente del equipo de Producciones Puigdemont es que Cataluña empieza a vivir nuevos tiempos, buenos para la sociedad catalana y española en su conjunto y malos, muy malos, para quienes han perdido su juguete roto, el nacionalismo español y el independentismo catalán de derechas. Por eso hoy como en la canción Fiesta de ese catalán universal, Serrat, en Cataluña la gente sensata canta aquello de: vamos bajando la cuesta que arriba en la calle se acabó la fiesta.

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