Visto lo visto a lo largo de la semana que ahora termina, resulta comprensible que la señora Ayuso se sintiera como Julia Roberts ante Patrick Bergin en aquella célebre película titulada “Durmiendo con su enemigo”. Resulta también comprensible que a la señora Ayuso le hayan dado ganas de desaparecer como a Julia, pero ha preferido quedarse y protagonizar otro de esos ataques de victimismo que tanto le reconfortan a ella misma y a su clientela política.
Pero visto lo visto, en especial la carta que el abogado de su pareja dirigió a la Fiscalía reconociendo dos delitos fiscales con el fin de negociar una rebaja de la pena que pudiera corresponderle por ellos, parece que en esta ocasión la señora Ayuso ha pinchado en hueso y las cañas se le están volviendo lanzas por muchas conspiraciones judeo-masónicas que se invente su admirado jefe de gabinete, el afamado enólogo madrileño señor Rodríguez.
Pero más allá de estos hechos, los más recientes en la escandalosa vida política española y de que la señora Ayuso esté agotando las siete vidas con las que cuenta un gato, el proceso de autodestrucción de la clase política al que venimos asistiendo es para sentirse preocupado y casi angustiado por la calidad de nuestra vida democrática.
Porque más allá de la ideología de cada cual, y la mía es claramente de izquierdas, resulta difícil no ruborizarse ante el espectáculo al que asistimos desde hace ya algunos meses y que en estos días está adquiriendo nivel de Final Four a juzgar por el hooliganismo que unos y otros, los míos y los demás, vienen demostrando a medida que este inicio de legislatura va avanzando.
Creo que ni en los peores momentos del acoso del llamado “sindicato del crimen” sobre el último gobierno de Felipe González habíamos asistido a tal nivel de violencia conceptual y verbal en una derecha que pretende considerarse a sí misma como moderada. Y eso sin tener en cuenta la habitual en los argumentarios de la extrema derecha que incluso empieza a sentirse empequeñecida ante la agresividad sin límites de sus socios autonómicos del Partido Popular.
Pero el ciudadano de a pie de este país no merece que el Partido Socialista caiga en la trampa de la guerra sin cuartel que los populares han puesto en marcha por tierra, mar y aire, incluyendo a las instituciones europeas. Se equivoca Sánchez, como se equivocaba la paloma de Alberti, lanzando a los miembros de su gobierno a esa guerra que sólo sirve para alimentar la desafección de la ciudadanía por la política y también por quienes la protagonizan.
Y es bien sabido que quien más puede perder con esa desafección ciudadana es la izquierda, cuyo electorado se resiente más fácilmente ante situaciones como la que estamos viviendo. Grave error está cometiendo el Partido Socialista entrando en esta guerra sucia que la derecha popular y la extrema derecha han puesto en marcha con el único objetivo de degradar la vida política, enfangar el terreno de juego y con ello invisibilizar los logros del gobierno de coalición cuya vida guarde dios muchos años.
Conviene que Sánchez y su gobierno, o al menos la parte socialista de ese gobierno, hagan control de daños y dejen de abandonarse a las legítimas pasiones que el amor propio y la propia condición humana ponen cada día por delante, lo suyo es gobernar de manera distinta a como lo hicieron sus adversarios políticos. Toca gobernar y ello requiere de todas las energías.
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