Todo empezó el día de su fallida sesión de investidura, esa que siempre pareció imposible y que sólo sirvió para alargar la agonía política de él mismo e ir preparando el fuego al que en estos días no paran de echarle leña. Fue ese día cuando Feijóo, desde la frustración de su resultado electoral debió pronunciar para sus adentros esa frase tan ególatra como manida de “yo o el caos”, una forma muy de la escuela gallega del Partido Popular de imitar a Saturno devorando a sus propios hijos por miedo a ser destronado, tal como presagiaban aquellos gritos a favor de Ayuso que se escucharon en el balcón de Génova la misma noche electoral.
Y desde entonces el presidente del PP no tuvo otro interés que ir arrasando con todo aquello que pudiera sonar a concordia política y a respeto al derecho democrático de otros, en este caso Pedro Sánchez, a intentar aquello mismo en lo que él había fracasado estrepitosamente y que no era otra cosa que sumar los votos necesarios para esa investidura.
Y ha ocurrido que en su intento de superar a la extrema derecha ha terminado identificándose con ella, promoviendo protestas callejeras que sus socios de Gobierno en cinco comunidades han terminado convirtiendo en algaradas peligrosas para la seguridad ciudadana y que han devenido en una especie de happening trágico protagonizado por cayetanos y filonazis. Nunca mejor esta palabra happening, que Wikipedia define como toda experiencia que parte de la ecuación provocación-participación e improvisación y que se considera una manifestación artística multidisciplinaria. Y a esto lleva ya una semana dedicándose lo mejor de la extrema derecha y de la derecha extrema madrileña ante la ambigüedad de sus líderes que participan por acción u omisión para luego de tirar la piedra intentar esconder la mano.
Nunca la derecha representada por el Partido Popular lamentará lo suficiente el comportamiento de sus líderes en estos días, envalentonados en los atriles, pero enredados en una dialéctica difícilmente aceptable para una derecha moderada que siente vergüenza ajena ante el comportamiento de la cúpula popular que ha visto como lo más granado de los violentos ultraderechistas se han apoderado de sus convocatorias y han sido incapaces durante muchos días de condenar esa violencia y cuando lo han hecho, forzados por la contundencia retransmitida del happening, ha sido con formas de mal perdedor.
Y en esta misma provincia, en Sanlúcar de Barrameda, hemos conocido los daños colaterales de esa violencia desatada por la extrema derecha y la derecha extrema cuyos pronunciamientos públicos un día sí y otro también han creado el caldo de cultivo para que cualquier tarado imbuido de un patrioterismo deleznable se crea con derecho a agredir de palabra y de obra al responsable del Partido Socialista en la ciudad, el anterior alcalde y actual teniente de alcalde Víctor Mora, haciéndole responsable de no se sabe qué delito vicario de traición. Esperemos que la justicia haga caer todo el peso de la ley sobre quien se cree con el derecho divino de defender de esa manera su España en detrimento de la España de todos.
Lo más gratificante de todo este espectáculo de luz y de color ha sido que los cayetanos han descubierto que la Policía Nacional no es su guardia de seguridad privada, sino los guardianes de los derechos democráticos y de la seguridad del conjunto de la ciudadanía española, que esa y no otra es la tarea que les tiene encomendada la Constitución Española. Por todo ello está bien que quienes se han encargado de echar tanta leña al fuego se hayan convertido en protagonistas indeseados de esa otra leña al mono.
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