Macarena se ha ido y nadie sabe cómo ha sido

Macarena Olona durante la sesión de investidura.

El escenario político andaluz no deja de deparar sorpresas y la última semana ha sido pródiga en noticias inesperadas. Bien es verdad que tras la mayoría absoluta de Juanma Moreno cualquier cosa es posible en esta tierra nuestra. 

A mitad de semana nos sorprendía el anuncio de que la sentencia de los ERE por parte del Supremo confirmaba la pena de prisión para Griñán, un político honesto y cabal que, como mucho, cometió el pecado de estar en el lugar menos adecuado y en el momento más inoportuno, la Consejería de Hacienda del Gobierno andaluz, cuando se buscaba un mecanismo que garantizara la paz social y laboral en Andalucía. Pero más allá de eso nadie ha podido acusar al ex presidente socialista de haber utilizado la política para su propio beneficio personal ni para lucrarse económicamente.

Ni Griñán ni Chaves se han quedado un solo euro de los andaluces y eso hay que decirlo alto y claro por mucho que moleste a la acorazada mediática tan dada a la benevolencia con otros políticos de la derecha española; y es que en política, como en otros tantos sectores de la vida, unos roban y otros van a la cárcel.

Por si el terremoto provocado por el conocimiento del fallo del Supremo hubiese sido poco la semana termina con otra réplica sísmica, el abandono de la política de Macarena Olona, la que hace muy poco tiempo fuese presidenciable del partido de la extrema derecha en Andalucía. Más allá del error estratégico de su nominación por parte de Vox y el nefasto resultado electoral obtenido por la prima dona de la ultraderecha, sorprende el momento, la forma y las motivaciones alegadas por quien hasta hace poco parecía el bálsamo de fierabrás de la política andaluza. Olona fue un experimento con gaseosa de algún aprendiz de brujo de la poderosa factoría de ficción de la extrema derecha y se ha demostrado incapaz de superar el fiasco electoral.

A ello habría que sumar su fuerte personalismo, que le ha llevado a la desconfianza de sus mentores en sus posibilidades políticas. De hecho, las últimas noticias confirman que se le había privado de la capacidad de interlocución con otras fuerzas políticas en beneficio del segundo escalón del grupo parlamentario, el representado por Rodrigo Alonso, el hombre orquesta de Abascal, que lo mismo sirve para fundar un sindicato ultraderechista que para presidir el Grupo Parlamentario, y el gaditano Manuel Gavira, que durante un tiempo soñó con ser el candidato de Vox en las elecciones andaluzas.

Al tiempo, crisis internas de la formación ultraderechista en Jaén y Granada han venido a conformar un escenario insufrible para Olona, que ha optado por tomar las de Villadiego, algo que viene a simbolizar el estado de descomposición en el que puede estar entrando la extrema derecha en nuestra tierra, que fue la que le abrió las puertas de la relevancia política.

Y mientras en Andalucía vamos de sorpresa en sorpresa, la política nacional tampoco es ajena a las novedades inesperadas. Pedro Sánchez ha aprovechado la retirada de Adriana Lastra para promover un cambio en la dirección federal del PSOE inédito en las formas. El presidente es consciente, como otros muchos cargos del Gobierno, de que el aluvión de medidas para proteger de los efectos de la crisis a los sectores sociales más desprotegidos no ha conseguido mejorar la valoración de la coalición gobernante y de él mismo. Y puestos a buscar soluciones, le ha parecido conveniente acometer una reforma de su Ejecutiva, sin lugar a dudas necesaria, y crear un núcleo duro paralelo con quien deliberar sobre los ajustes necesarios en el tiempo que viene. Pero más allá de estos cambios, el Gobierno tiene que lanzarse a la calle, como venimos diciendo hace ya algún tiempo, y eso no es tarea fácil en unos momentos en los que la crisis hace aflorar el escepticismo ciudadano, sobre todo en las clases medias, el motor que inclina siempre la balanza electoral.

Por lo pronto, Macarena se ha ido, Pedro ha venido y Juanma se enfrenta al reto de la mayoría absoluta donde ya no hay excusas para gobernar.