Comentaba días pasados con un amigo los últimos vaivenes de la política española y más concretamente de los partidos que forman parte de ella. Resulta que después de doce años, más o menos, de que aparecieran nuevos partidos, en especial Ciudadanos y Podemos, estamos volviendo a marchas forzadas al punto de partida que no es otro que el del bipartidismo vigente durante buena parte de nuestra democracia recuperada, con el aderezo de los nacionalismos y soberanismos de toda la vida, metamorfoseados o no.
Este viaje circular, que en algunos momentos pareciera el descenso a los infiernos del propio Dante en su Divina Comedia, ha servido para bien poco en lo que a mejora de nuestra democracia se refiere. Primero hemos asistido a la desaparición de Ciudadanos, que no pudo o no quiso superar el error histórico de Albert Rivera, empeñado más en el disfrute personal de la posición conquistada que en un cambio real del sistema de partidos de nuestra democracia. Su desaparición como fuerza política relevante trajo consigo un efecto no deseado, como fue la revitalización de la extrema derecha militante en Vox.
Rivera, y más tarde Arrimadas, no supieron articular el potencial del centro liberal en nuestro país cansado de votar unas veces a su derecha, el Partido Popular, y otras veces a su Izquierda, el Partido Socialista. Y quizás es que en la dirigencia de lo que fue el primer Ciudadanos convivían ese centrista liberal ilusionado, o quizás iluso, con personajes de claro pensamiento ultraderechista, pongamos que hablo de Girauta. Tal vez por la dificultad de acompasar tan distantes pensamientos o por el poco gusto por las obligaciones del cargo de su líder, Ciudadanos es hoy una especie extinta dentro del universo de los partidos políticos españoles.
Tres cuartos de lo mismo le está ocurriendo a Podemos que solo ha sido capaz de sobrevivir subiéndose en el último momento al tren del proyecto político de Yolanda Díaz. Es verdad que hasta el último momento dudaron hacerlo y solo el recuerdo de la tragedia electoral de mayo los llevó a asumir el camino de la disolución en diferido, mientras Iglesias, Echenique o Montero son ya pasto de historiadores de la política.
Y ahora Vox, la extrema derecha que se había alimentado con el votante más reaccionario del extinto Ciudadanos y también del Partido Popular de Pablo Casado. El anuncio de Espinosa de los Monteros, el líder más peligroso de la extrema derecha por inteligente y cínico, de renunciar al escaño recién conseguido y abandonar la política parece haber abierto en canal al partido ultraconservador. Las disputas internas entre ultracatólicos y ultra neocons le han pillado a Abascal haciendo lo que mejor sabe hacer, comer, beber y disfrutar de la playa y el mar, según uno de los suyos, el antiguo vicepresidente de Vox, Juan Lara, que además no ha tenido empacho en señalar que a Abascal no le gusta el trabajo. Todo apunta a que la formación de extrema derecha ha entrado en crisis, coincidiendo con su entrada también en buen número de ayuntamientos y comunidades autónomas, y que su futuro puede unir el verde de su logo al naranja de Ciudadanos y el morado de Podemos, los colores imposibles de la política española.
Y mientras tanto, la prensa española de derechas, que lleva ya algunas semanas de artículos y crónicas plañideras, empieza a animar la imagen de la autodestrucción de Vox, percibiendo en ello la posibilidad de una única opción de derecha en próximas elecciones, el camino que antes llevó al PP al triunfo electoral. No creo yo que vaya a resultar tan fácil para Feijóo y los integrantes de su club de la comedia, Elías y Cuca, conseguir la exclusividad del voto conservador, pero seguro que se van a empeñar en la compra de las voluntades necesarias.