Ya nada será igual

Que la mentira para generar la desinformación se ha convertido en un grave riego para la salud democrática de nuestra sociedad y de tantas otras, a los resultados de las elecciones americanas me remito, es una verdad inobjetable

Donald Trump, en una imagen reciente de redes sociales.
Donald Trump, en una imagen reciente de redes sociales.

Quién nos iba a decir que en poco más de una semana nada sería ya igual. Nada en el mundo será ya igual tras la contundente victoria de Donal Trump en las elecciones americanas que ha envuelto en tinieblas la esperanza de una sociedad mejor y más justa. La incertidumbre sobre los conflictos armados más reconocibles de los últimos tiempos, Ucrania y Oriente Medio ha llenado de pesadumbre a millones de ciudadanos al tiempo que el pretendido aislacionismo económico y militar del candidato republicano siembra también de negros nubarrones el horizonte económico y político de buena parte de la humanidad.

Y si el mundo ya no será igual tras los ocurrido en Norteamérica tampoco nada será ya igual en nuestra querida España tras las graves inundaciones que la Dana ha provocado en el Levante español y con mayor virulencia en la provincia de Valencia. Porque el agua desbocada no soló arrastró a su paso vehículos, inundó viviendas y locales, llenó de lodo calles y parques, sino lo que es más importante acabó con la vida de más de 200 personas cuya pérdida todos sentimos como nuestra. Y junto a esa tragedia con connotaciones apocalípticas hemos podido constatar la gravedad de la quiebra social que las inundaciones han traído consigo, cuestión esta probablemente más difícil de arreglar que los daños materiales en los que tantas personas luchan cada día.

Y junto a las consecuencias físicas y emocionales de la tragedia cuya importancia no conviene relativizar hay otros elementos artificiales que han contribuido al estallido violento del pasado domingo que puso en el escenario esa quiebra social. Y es que la mentira se ha convertido en un arma poderosa que ha través de redes sociales ha subvertido el equilibrio emocional ya bastante debilitado por la propia realidad de la tragedia. Y es que, como escriben en El País los secretarios generales de UGY y CCOO en su análisis de lo ocurrido, “los bulos también matan, siembran la confusión, la desconfianza y el miedo, debilitando la capacidad de reacción”.

He tenido ocasión de repasar en estos días el concepto desarrollado por la filosofa alemana Hanna Arendt sobre “la banalidad del mal” y el poder de la mentira para que este se imponga. Decía Arendt que mentir constantemente no tiene como objetivo que terminemos creyendo esa mentira, sino que dejemos de creer en todo, que no creamos en nada de tal manera que no seamos capaces de distinguir entre el bien y el mal, porque un grupo social que no distingue el bien del mal es fácilmente manipulable y capaz de cualquier cosa. Y eso lo hemos venido observando a lo largo de la última semana, la mentira de los propagadores de bulos creando el caldo de cultivo para el estallido violento, el más clásico exponente de la quiebra social que alimenta el caos, ese mismo del que alertaba el propio Rey mientras pisaba el barro.

Que la mentira para generar la desinformación se ha convertido en un grave riego para la salud democrática de nuestra sociedad y de tantas otras, a los resultados de las elecciones americanas me remito, es una verdad inobjetable. Que las democracias deben armarse contra el bulo y la desinformación es una necesidad urgente si no queremos que los estallidos sociales acaben sepultando el menos malo de los sistemas de convivencia social que la humanidad se ha dado a lo largo de la historia. Resultaría alentador probar una semana con las redes sociales desconectadas y retornar al paraíso perdido de la realidad.

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