Es difícil dar un porcentaje exacto de trastornos y enfermedades mentales que son diagnosticadas de manera errónea o insuficiente hoy en día. A lo largo de la historia se ha estado aumentando el listado de este tipo de problemas de salud mental, etiquetándolos y clasificándolos según los síntomas o alteraciones presentadas a través de lo que consideramos fuera de la norma social, pero la realidad es que estas afecciones psiquiátricas siguen siendo un reto que solo se ha resuelto en parte, debido a factores que escapan al control de muchos profesionales.
Uno de esos factores es la dificultad que tenemos los mismos pacientes en poder expresar cómo nos encontramos cuando acudimos a la primera parada de nuestro diagnóstico y tratamiento, la atención primaria. Son muchos los profesionales que no derivan a los pacientes a las unidades de salud mental y recetan antidepresivos y ansiolíticos con una vaga información que obtienen del usuario. Aun así, si conseguimos pasar esa barrera y ser diagnosticados por un psiquiatra, se nos plantea el mismo inconveniente: poder decir todo lo que nos pasa en unos minutos de consulta. La mente no se puede ver, por lo que gran parte depende de la capacidad de transmitir información que tenemos, cuando los propios pacientes no sabemos siquiera identificar algún síntoma que estemos sufriendo, y es entonces cuando confluye la dificultad de expresión con la dificultad de identificación.
¿Cómo podemos transmitir una información que no sabemos que nos está afectando o está fuera de la norma social? En las unidades de salud mental es común que haya pacientes con varios diagnósticos, y es que muchos de ellos se solapan en sintomatología y tienen unas barreras muy sutiles que raramente podremos identificar y que desembocan en un tratamiento inadecuado o insuficiente, por lo que la recuperación se hace mucho más larga y difícil por no dedicar el tiempo suficiente en las primeras etapas.
Es crucial cambiar el sistema de detección de problemas de salud mental para poder afrontar este mal que afecta a toda la población, ya sea en primera persona o como parte del entorno del paciente. Actualmente, casi ningún profesional utiliza test o cuestionarios para facilitar que los usuarios puedan identificar su situación y transmitirla, y se limitan a preguntarte como te sientes, lo que provoca una sensación continua de frustración, porque una vez te etiqueten con un diagnóstico, difícilmente lo cambiarán en esa misma unidad de salud mental, y se centran en controlar un tratamiento que quizás desde el principio es inadecuado, y que si no resulta efectivo solo aumentan las dosis o lo cambian por un medicamento parecido, pero en gran parte de los casos, no se replantean si el diagnóstico inicial es correcto, o si se presenta más de un trastorno en el mismo paciente.
Toda esta problemática recae en el paciente, haciéndonos ver que no estamos esforzándonos lo suficiente para mejorar y aumentando la sensación de incomprensión, lo que hace que muchas personas abandonen las terapias al no ver resultados y sentir que todo lo que hacen por mejorar es poco o incorrecto. Esto además provoca que el índice de suicidios se dispare debido a ese desasosiego que sufrimos al ver que, no solo no nos recuperamos, sino que además tenemos que hacerlo en un entorno social y laboral que no contribuye a ello.
¿Dónde está la clave entonces para abordar este tema? La respuesta certera no la sabemos, pero sí podemos decir que la implicación del paciente y su participación en los estudios psiquiátricos es imprescindible, ya que los libros enseñan lo que está registrado, pero en salud mental cada caso es único, y siempre aparecerán nuevas clasificaciones si le prestamos más recursos y atención a la salud mental y a su visibilización.