Era 1992, y en España, estábamos de fiesta ya que vivíamos unas olimpiadas con Barcelona´92 y en Sevilla habitaba la Expo`92. Además, no conforme con ello, decidimos ingresar en la Unión Europea (UE) firmando el Tratado de Maastricht, en ese mismo año.
Uno de los objetivos de la UE era y es, mediante inversiones a las regiones menos desarrolladas, converger en una socioeconomía comunitaria. Es decir, contribuir que los países integrantes de la UE mejoren, por un lado, los indicadores económicos relacionados con la pobreza, desigualdad, inflación, deuda pública, infraestructura y desempleo, entre otros. Para así lograr, con el tiempo, que no existan diferencias sustanciales entre las distintas economías. En este sentido, se pretendía fraguar un continente que alcanzase un nivel de desarrollo similar en cada nación para que sus sociedades tuviesen oportunidades y generasen bienestar.
No obstante, mientras las décadas iban cayendo y los siglos pasando, la realidad actual no sólo ha sido el incremento de desigualdad entre países, sino que ya permea en el interior de cada territorio. Esto ha favorecido al fervor de una extrema derecha reaccionaria; una desconfianza y desilusión hacia la UE donde parte de sus ciudadanos se plantean retirarse de tal integración (Brexit); e, incluso, se visualiza tambores de guerra (Ucrania vs Rusia).
La UE, realmente, nunca llevo a cabo un plan para homogeneizar las economías puesto que la relación de intercambio de importación y exportación entre los países se mantiene igual y no parece que eso vaya a cambiar. Asimismo, los países que producen casi toda la producción de productos con mayor contenido tecnológico no van a estar dispuesto a perder ese privilegio ya que mermaría su poder de decisión y tendría que redistribuir su riqueza.
En esta línea, el diseño de la UE era claro: mantener el poder en el norte y la periferia en el sur. Por tanto, mediante prebendas cubierto de inversiones mantenemos a las regiones del sur pobres y calladas mientras los del norte gestionamos los recursos y nos llevamos los excedentes económicos. Resultado final: los del norte más ricos y los del sur más pobres y, me repito, no solo entre países sino dentro de cada uno.
Este plan, bien orquestado, no iba finalizar con la firma de la UE permitiendo la libertad de movimientos de capitales, mercancías, servicios y personas si no que el círculo se cerraba con la unión monetaria; es decir, el EURO.
Si realmente, existe interés en homogeneizar las economías de un grupo de países, de las primeras medidas que hay que trabajar reside en la unión fiscal. De lo contrario, mantener países con regímenes fiscales distintos conectado a una libertad en el movimiento de capital entre países no hace falta decir cuál será la intención de los propietarios de esos montantes de dinero. En este caso, plantear una unión monetaria antes que una fiscal es tan burda como creer en la casuística de una verdadera Unión Europea a favor de la igualdad.
Finalmente, el 1 de enero del 2002 empezó a circular la moneda única y de, primeras, todo se encareció manteniéndose, eso sí, los mismos salario perdiendo poder adquisitivo. Sin embargo, lo peligroso no era que a corto plazo nuestras vidas se iba a volver más cara; ni tampoco que no éramos dueños de acuñar nuestra moneda; ni mucho menos que dejaríamos de ser poseedores de aplicar políticas de tipo de cambio (devaluación, apreciación de la moneda), que también. Sino que, para ser socio de la moneda única, uno de los criterios que nos imponían desde la UE era cumplir con un criterio de convergencia: “la tasa de inflación no puede exceder en más de 1,5 % puntos porcentual de la tasa de los tres Estados Miembros con mejores resultados en la materia”. Esto nos condenaría en una dependencia socioeconómica eterna.
De pronto, la UE entre sus objetivos principales, apoyados por el Banco Central Europeo (BCE), es la estabilidad de precio. Y para ello, en situaciones de subidas o bajadas de inflación preocupantes recurrirá al establecimiento de políticas monetarias expansivas (bajada de interés) o restrictivas (subida de tipo de interés) donde el estado español solo cabe aceptar decisiones provenientes del BCE puesto que ya no dispone de instrumentos monetarios autónomos.
Una vez pasada la crisis del 2007, presenciamos como el gobierno español claudicaba ante las recetas económicas que nos imponía desde Bruselas, independientemente si condenaba socioeconómicamente a la sociedad. Y, hoy, debido a la crisis del conflicto armado entre Ucrania y Rusia parece que, debido a un aumento importante de la inflación (llegando a superar los dos dígitos) de costes (subida importante de los precios del gas y la energía) la UE sube los tipos de interés con la consecuencia inmediata de incrementar los costes de las empresas y familias vinculado con la cuota hipotecaría.
De esta manera, la pérdida del poder adquisitivo de estos dos actores es más que evidente y los perjudicados de la crisis lo padecerán los de siempre; es decir, todos menos un 1% de la población. En este caso, subir impuestos a los beneficios extraordinarios derivado de las empresas que se han beneficiado de esta crisis no parece ser una opción real por parte de la UE.
Vivimos en la dictadura del 1,5% que nos impone la UE y somos prisioneros de sus medidas socioeconómicas. En este sentido, al no producir recursos básicos e imprescindibles para nuestra actividad económica como gas, energía y gasolina tenemos que importarlo y eso nos genera una dependencia total de aquellas naciones que nos proveen de tales elementos. Por ello, debemos de ganar soberanía socioeconómica y recuperar nuestra cesta de la compra para así no estar supeditado ni a las maquiavélicas maniobras de los países proveedores de tales recursos ni a las consignas de la UE.
Ante está situación, le toca a la sociedad reaccionar. La lucha es transitar hacia un modelo socioeconómico que nos permita una mejora en el precio considerable y estructural de nuestra cesta de la compra protagonizado por la energía (gasolina, luz y gas), alimentos y servicios financieros para así mantener un poder adquisitivo digno. Para ello, es imprescindible que la sociedad combata hacia la construcción de modelos energéticos alternativos; otras pautas en la comercialización y distribución de los alimentos; y unas entidades financieras sin especulación y acceso al crédito sin costes leoninos.
Vivimos cuarenta años de dictadura franquista. Llegó la UE, con su guardia del norte, y nos impuso la dictadura de la inflación que arresta nuestros bolsillos y nos guía al paredón de la limosna. Con ello, margina a los territorios del sur, secuestrando las oportunidades bajo la amenaza del desempleo y sin quedar otra opción que el exilio. A partir de aquí, la vida se convierte en un destierro sin nada de consuelo y con mucha soledad debido a vivir lejos de tu inefable brisa.
Por ello, Andalucía, tierra del SUR, edifiquemos una estructura socioeconómica con la misión de controlar y gestionar nuestra cesta de la compra para así acercarnos a la ansiada soberanía.
Será duro, pero con andalucismo, la victoria estará más próxima y mis paisanos y paisanas podrán llegar a fin de mes.
Por la revolución de los desiguales…