Las dos muertes de Yolande Mukagasana

El 6 de abril de 1994, el asesinato del presidente ruandés, de etnia hutu, desencadenó una ola de violencia confabulada por extremistas que instaban al exterminio de la población tutsi

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Directora de Radio Unizar. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Yolande Mukagasana, escritora, en una imagen de su web.
Yolande Mukagasana, escritora, en una imagen de su web.

Yolande Mukagasana nació en Ruanda en 1954. Murió a los cuarenta años, aunque dentro de tres meses cumplirá setenta. Murió cuando perdió a sus tres hijos, a su marido y a sus hermanos en el genocidio que acabó con la vida de 800.000 personas en Ruanda en 1994. Ella, una de las supervivientes, está muerta desde entonces. A sus cuarenta años tuvo que resignarse a esperar, dejó de vivir para empezar a extinguirse sin morir del todo.

"Este sol malévolo y cómplice / que osa sonreír a los asesinos, / que osa iluminar este país maldito / donde la ley que dirige es la de la sangre. / En la que no veo más que el abismo / donde todo el mundo se hundirá, / un hueco negro donde no hay más que la muerte. / Ningún destello, ningún rayo de esperanza". Así comienza su poema La locura —La folie en su francés original—. Lo escribió quizás por aquello de que la poesía habita el mundo antes mismo que la humanidad, y por eso no puede morir. 

Hace hoy treinta años, Ruanda vivió el genocidio más terrible que se conoce desde la II Guerra Mundial. Y en él, por supuesto, planea la sombra de la espuria política colonial europea. Cuando Bélgica se apoderó del país a fines del siglo XIX dividió a la población ruandesa en categorías étnicas creando identificaciones que señalaban quién era hutu y quién tutsi, y alimentando las tensiones entre los grupos.

El 6 de abril de 1994, el asesinato del presidente ruandés, de etnia hutu, desencadenó una ola de violencia confabulada por extremistas que instaban al exterminio de la población tutsi. Durante cien días, los radicales propagaron mensajes de odio a través de los medios de comunicación, incitando a los ciudadanos hutu a masacrar machete en mano a sus vecinos tutsi, a los que se referían como "cucarachas". Al cabo de tres meses, alrededor de 800.000 tutsis y hutus moderados habían sido asesinados, 250.000 mujeres fueron violadas y la mayoría de los autores continúan impunes.

"La ausencia de las víctimas es la de los verdugos, / la ausencia de los verdugos es la de las víctimas. / Tenemos toda la vida en común, / graciosa especie es la humana". El entonces partido gobernante en Ruanda tenía un ala juvenil llamada Interahamwe, en cuyo seno se crearon milicias de hombres jóvenes que empuñaron armas y listas de víctimas para llevar a cabo la masacre. Hace ahora treinta años. 

La semana pasada 800.000 personas en España entregaron su confianza a una candidatura a las elecciones europeas sin más programa que el de construir una mega cárcel para malhechores y el de odiar al diferente. Ocho de cada diez de sus votantes tienen menos de 44 años y los hombres triplican a las mujeres. Hombres jóvenes alimentados de odio y de estulticia por la peor propaganda de hoy, la de más fácil acceso. Hay decisiones propias que nos hacen morir un poco. Hay decisiones de otros nos hacen morir del todo. 

"Debo salir lo más rápido / de estos sufrimientos que me esterilizan, / que reducen mi cuerpo y mi alma / cuando el mundo piensa que vivo. / Sin embargo fui muerta el día aquel, / los 100 días sin respuesta del más alto / me hicieron dudar de su existencia / hasta el desprecio de los que me lo han enseñado". Yolande Mukagasana: una mujer que murió, una mujer que morirá. 

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