Ganadería extensiva en los Alcornocales, en imagen de archivo.
Ganadería extensiva en los Alcornocales, en imagen de archivo. MANU GARCÍA

Para mucha gente un ecologista es lo mismo que un animalista y viceversa. Amar a la naturaleza se concreta en amar a los gatos, a los pájaros, a los perros. Esta aparente identidad entre ecologismo y animalismo no es, a poco que vayamos más allá de los simples afectos, tan evidente y consistente como a simple vista pudiera parecer. Entre el ecologismo y el animalismo hay diferencias notables que no debemos de obviar si queremos establecer las convergencias también muy importantes que se pueden establecer.

 Para comenzar vamos a identificar las diferencias de objetivos y preocupaciones. El ecologismo tienen como objetivo la sostenibilidad del planeta, sus centros de atención no son los animales, sino los ecosistemas, y la preocupación con respeto al mundo animal se centra en la supervivencia y la conservación de las especies (la biodiversidad) objetivo este que es también extensible a cualquier otra forma de vida no animal. 

El animalismo persigue el bienestar animal pero del individuo animal, no de la especie. Los animalistas rechazan prácticas con animales que aunque ni ponen en peligro a la especie ni tiene impacto sobre la biodiversidad y la sostenibilidad global, si ocasionan sufrimiento, deterioro o incluso la muerte de individuos animales concretos. Bien es cierto que los animales incluidos en la agenda de protección del animalismo no son todos sino aquellos que tienen una mayor cercanía evolutiva con la especie humana. Un ejemplo de esto que decimos es el proyecto gran simio que pretenden otorgar derechos y protección a los grandes primates.

Las diferencias son, pues, notables y claras, mientras al ecologismo le preocupa la, sostenibilidad, la biodiversidad y las especies, al animalismo le preocupa los derechos de los animales, el bienestar animal y los individuos. Estas diferencias no comportan necesariamente ningún tipo de contradicción, pero establecen un espacio de separación que permiten convergencias y divergencias notables. Por ejemplo, una práctica tan cruel, y tan justamente denostada por los animalistas, como las corridas de toros, no tiene por qué ser considerada como antiecológica, pues no afecta negativamente, al menos a primera vista, ni a la sostenibilidad a, ni a la biodiversidad ni a la conservación de ninguna especie. Por el contrario, el derroche energético o los excesos en el consumo de madera son problemas de una mayor gravedad para un ecologista, pero no tienen por qué ser considerados de esta misma forma por un animalista.

Al mismo tiempo que podemos identificar estas diferencias, no cabe duda que existe un sustrato de coincidencia ética y cultural muy importante entre ecologismo y animalismo que no podemos tampoco obviar. Ambos comparten una definición ampliada de la comunidad moral que se extiende más allá del tiempo presente y de la especie humana. Para ecologista y animalista, el conjunto de los miembros de la comunidad moral relevante es más amplio que el conjunto de los miembros actuales de la especie humana. Esto comporta que el sujeto moral (aquel con el que contraemos obligaciones) no es un sujeto que venga definido por su capacidad de contraer responsabilidades, sino de ser afectado en sus derechos, de sentir dolor o maltrato. Animalistas y ecologistas comparten, en cierta medida, una visión moral sensocéntrica frente al clásico raciocentrismo. Este concepto pasivo de sujeto amplía los límites tradicionales de la comunidad moral.

En segundo lugar, ecologistas y animalistas también comparten una misma pasión por la conservación y la diversidad (diferencia). Unos, ecologistas,  orientados hacia la biodiversidad y la sostenibilidad global y otros, animalistas, guiados hacia el bienestar y la diversidad animal. La pluralidad y la diferencia no son vistas como obstáculos morales ni como argumento para la negación de derechos, sino como incentivos positivos para la extensión de la comunidad moral. La otredad de los distintos no es el límite que marca las fronteras de mis obligaciones, sino el espejo donde se refleja mis responsabilidades. Y por último, animalista y ecologista comparten también la tendencia hacia el universalismo moral. Pues en los dos códigos existe un impulso por conquistar nuevos, y más extensos, horizontes para la igualdad.

Sobre esta base de diferencias y coincidencias, creo que la mejor forma de integrar animalismo y ecologismo es sobre una concepción ética de carácter biocéntrico y gradualista (difuso). ¿Qué significa esto? Pues que la comunidad moral es idéntica a la comunidad biótica. Los miembros del conjunto de la comunidad moral son los mimos que los miembros del conjunto de la comunidad biótica. El valor ético central es la vida. Esto no exime a esta definición del biocentrismo de no incurrir también, e inevitablemente, en el antropocentrismo; el antropocentrismo es inevitable, pues toda construcción ética o conceptual es una construcción social y humana. Pero no solo es inevitable, sino que también es deseable, pues de lo contrario lo que estaríamos haciendo es usando la supuesta extensión de la comunidad moral a otras especies para fragmentar y expulsar de la comunidad moral de los iguales aparte de los miembros de la misma especie humana. Esto es lo que hizo cierto el colonialismo inglés en el siglo XIX o el vitalismo racista del nazismo. Un movimiento de ese tipo implicaría priorizar a miembros de otras especies sobre miembros de la especie humana, lo cual destrozaría el impulso universalizador que late y orienta tras la ampliación de la comunidad moral que proponen el ecologismo y el animalismo.

Luego el antropocentrismo es inevitable y deseable, ¿pero qué tipo de antropocentrismo? Un antropocentrismo débil, no excluyente y cooperativo. Evitado el antropocentrismo fuerte, excluyente y destructivo. Lo que está en discusión no es la centralidad, sino la exclusión o la superioridad. No apoyamos la centralidad de nuestra especie porque sea la única, ni porque sea superior, sino porque es la nuestra. Un mero reflejo del egoísmo de especie nos debe conducir a rechazar el antropomonismo excluyente que nos conduce a la reducción de la biodiversidad y a la crisis ecológica.

Desde este antropocentrismo cooperativo convenimos en el interés de la especie en ampliar la comunidad moral a todos los seres vivos. Pero esta ampliación no contradice la centralidad humana, no son iguales moralmente un río y una comunidad de hombres y mujeres, pero no por ello son moralmente inconmensurables entre sí. La ampliación de la comunidad moral ha de estar gobernada por criterios de ética, de tal modo que la pertenencia a la misma esté modulada gradualmente. Todos los seres vivos participan de la comunidad moral biocéntrica, pero no todos participan en el mismo grado y con el mismo estatuto.

Nuestra propuesta es una comunidad moral difusa que cuente con tres estatutos distintos y con dos criterios de modulación de la pertenencia a la comunidad. Proponemos tres estatutos: agentes, sujetos y objetos morales y dos criterios de graduación de la pertenencia: uno antropocéntrico y otro ecocéntrico. Los agentes morales son sujetos morales que poseen derechos valiosos en sí mismo (y, por tanto, generan obligación de respetarlos) y responsabilidades. Son agentes morales los miembros de la especie humana. Los sujetos morales son valiosos en sí mismos, poseen derechos y generan obligaciones, pero carecen de responsabilidad. Podemos entender como sujetos morales a los animales, a algunos miembros de la especie humana, a las generaciones futuras, etc. Por último, el objeto moral son bienes ambientales y naturales cuyo valor es instrumental en virtud de la importancia que tiene para la especie humana o para los ecosistemas. Los objetos morales, los ríos, los árboles, los lagos, las montañas, los minerales, los hongos, las plantas, etc. El grado de protección y de obligación que generan estos diversos estatutos está moderado por medio de dos criterios: uno antropocéntrico (su importancia para la supervivencia de la especie humana), y dos, ecocéntrico (su valor ecológico).

Por medio de esta representación difusa de la comunidad moral biocéntrica es posible armonizar e integrar las demandas de bienestar y protección selectivas del animalismo y los objetivos de sostenibilidad y biodiversidad del ecologismo. El gradualismo nos permite definir de manera modulada el grado de pertenencia (y, por tanto, de protección y obligación) a la comunidad moral de las distintas formas de vida.

Finalmente, existen otras razones que muestran la utilidad de asumir las demandas éticas del animalismo por parte del ecologismo. Estas razones apuntan al hecho de que el reconocimiento de derechos para el mundo animal, la preocupación por la protección del individuo animal pueden ser usados como un dispositivo de blindaje emocional y ético de los objetivos mucho más amplios y globales del ecologismo. Si protegemos el bienestar animal, cuánto no más la supervivencia de la especie. Si somos sensibles al sufrimiento del individuo animal, cuánto no más a la desaparición de especies y de ecosistemas enteros. No hay nada que indique una incompatibilidad entre la sensibilidad frente al dolor y el sufrimiento animal y la conciencia de la crisis ecológica, más bien debemos pensar todo lo contrario.

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