Al principio fue solo una frase hecha que se atenía tanto a sus características saludables para el organismo como a su propio sabor, imprescindible en la gastronomía española y en toda la dieta mediterránea. Hablamos, claro está, del aceite de oliva, oro líquido, ahora más que nunca.
Esta semana han saltado todas las alarmas, después de que algunas marcas estándar de aceite de oliva virgen extra hayan superado los diez euros –algunas incluso holgadamente– en las tiendas y los viales de las grandes cadenas de distribución.
El problema radica en la sequía. La cosecha del año pasado fue mala y la próxima no se espera que sea mejor. En números redondos, las producciones de 2022 y de 2023 van a ser la mitad de una cosecha tipo, unas 660.000 toneladas, cuando lo normal es 1,3 millones de toneladas: la suma de dos compañas para alcanzar la producción de una normal. Eso hace que, en origen, el aceite virgen extra se esté pagando a 6,5 euros/litro, lo que mediatiza por completo el precio final. El aceite de oliva virgen extra sencillamente casi ha duplicado su precio en un año, ya que estaba en 2022 a 3,5. El resto de categorías, obvio, están más baratas, pero también por las nubes.
Los agricultores quieren dejar claro que no hay producción, así que sus ingresos son poco más o menos, no se ven, en cualquier caso, beneficiados con esta subida.
Los mercados simplemente han comenzado a descontar esa mala cosecha en ciernes. Lejos de esperarse los próximos meses que se produzca una bajada de precios, las perspectivas son más bien al contrario: todo indica que los precios no han tocado techo e incluso algunas organizaciones agrarias cree que podrían llegar a verse los 15 euros la botella para el aceite virgen extra.
Además, ha habido algunos movimientos extraños en el mercado europeo que tampoco han ayudado. Por ejemplo, un importante productor como Turquía ha reducido notablemente sus exportaciones a la Unión Europea, al decidir dar prioridad a sus propios ciudadanos debido a la escasez de producción por la que también atraviesa.
Otro asunto sobre el que merece la pena detenerse un momento es la decisión de algunas grandes cadenas de distribución de utilizar el aceite como ‘gancho’ para el resto de la cesta de la compra, algunas incluso recurriendo a una práctica discutible como es el dumping (vender por debajo de coste) o el canje en sistemas de fidelización de clientes, prácticas que no suelen ser del agrado de las empresas productoras ya que se puede generar cierta distorsión sobre el precio real.
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