Hasta hace unas décadas, las familias españolas no solo no se planteaban la necesidad de educar en igualdad a sus hijos e hijas, sino que hacían todo lo contrario, ya que asumían sin más lo que se había transmitido de padres a hijos durante siglos.
Las niñas de mi generación, que nacimos entre la década de los 50 y 60 del siglo pasado, aún tuvimos que crecer con actitudes y pautas educativas muy discriminatorias. En la vida diaria no solo no se cuestionaba, sino que se daba por sentado, que las chicas tenían que aprender a cocinar, a coser, a hacer las tareas domésticas y a asumir los cuidados de los hermanos más pequeños o de las personas mayores, aunque tuvieran que abandonar la escuela para hacerlo. Las madres y las abuelas eran los modelos a imitar y las encargadas de enseñarles estas prácticas, consideradas imprescindibles para que pudieran llegar a ser buenas madres y buenas amas de casa, que era lo que socialmente se esperaba de ellas.
En cambio, a los chicos se les enseñaban los trabajos de mantenimiento de la casa. Y, en muchos casos, se veían obligados a realizar los mismos oficios de sus padres. O bien, desde muy pequeños, se les buscaba algún taller para que aprendieran otro tipo de habilidades que les facilitara encontrar un trabajo, con el fin de que pudieran asumir la función de proveedores de sus futuras familias. Si no eran capaces de cumplir este cometido, se consideraba que no eran hombres de verdad. Y ese era el motivo por el que muchos de ellos no permitían que sus mujeres trabajaran, ya que lo vivían como una deshonra ante sus familiares o conocidos.
Esta diferenciación de roles tan radical, se notaba en todos los aspectos de la vida cotidiana, incluyendo distintas formas de expresar los sentimientos en las relaciones interpersonales. Y saltarse las reglas establecidas podía suponer un estigma social, que les condenaba a una vida difícil de encajar en un contexto tan rígido.
Afortunadamente, a partir de los años 70 muchas cosas empezaron a cambiar a nivel social en nuestro país. Las chicas empezamos a salir del ámbito doméstico para trabajar, estudiar y acceder a estudios superiores y puestos de responsabilidad. Y los chicos también empezaron a desligarse de las obligaciones impuestas por sus padres para elegir un oficio o carrera determinada.
Pero, aunque se ha avanzado bastante en muchos aspectos, todavía observamos que, en el subconsciente colectivo, permanecen ideas que siguen reforzando los roles tradicionales adjudicados a hombres y mujeres. Y aún se dan situaciones de abusos y desigualdad que, desgraciadamente, siguen teniendo consecuencias muy dramáticas y absolutamente inaceptables en nuestra sociedad actual.
Entiendo que este es un tema que hay que abordar desde los distintos agentes de socialización, dado que se trata de cambiar ideas, actitudes y comportamientos muy arraigados. Pero los padres podemos hacer mucho para prevenir, tanto la violencia hacia las mujeres como otros comportamientos violentos que, en los últimos años, son cada vez más frecuentes entre adolescentes y jóvenes. Y, en este sentido, es muy importante que tengamos en cuenta algunas indicaciones:
.- Desde el principio, debemos tratarnos entre nosotros y tratar a nuestros hijos e hijas, como personas con igualdad de derechos y obligaciones.
.-Enseñarles a hablarse entre ellos con respeto y no permitiendo comentarios que puedan dañarles por su condición sexual.
.- Animarles a que expresen sus sentimientos por igual, respetando el grado de sensibilidad de cada uno y sin insultarles ni ridiculizarles por ello.
.-Enseñarles a ambos a realizar tareas domésticas, mantenimiento del hogar o cuidados de otros miembros de la familia, aprendizajes que serán muy útiles a lo largo de sus vidas.
.-Orientarles para su formación académica y su posterior desarrollo profesional, atendiendo a las capacidades de cada uno, independientemente de que sean chicos o chicas.
.- Ofrecerles la oportunidad de elegir aquellos juguetes que les gustan, sin imponerles otros con los que no se sienten identificados. Y facilitarles la realización de deportes acordes con sus cualidades físicas e intereses personales.
¡Y lo más importante!: darles ejemplo con nuestros comportamientos, porque los niños aprenden lo que viven.