El Cadi sigue en primera, fue la respuesta de mi amigo Pepe cuando le escribí preguntando ¿qué va a pasar? Nuestra conversación era cifrada.
Lo de ayer es la querencia a volver al siglo XIX, aunque con rasgos estéticos del siglo XXI: el trumpismo no es otra cosa; el neoliberalismo tampoco. Ayer triunfó la España cuqui que goza de series de televisión que son el teatro simplón del XIX, de la risa tosca y del chiste a costa de alguien. También en las izquierdas hay muchø decimonónicø sueltø, aunque a esas mismas izquierdas les parezca que ellas mismas son muy modernas.
Produce intranquilidad observar cómo una sociedad se dirige, a sí misma, hacia la desigualdad y la injusticia. Sin negar el instrumento manipulador que es la sociedad, la sociedad de masas y los medios de manipulación de masas, son los individuos los que depositan su voto individualmente. Sin negar la alienación de los individuos, que puede hacerle votar esto o aquello, ¿una educación plural y crítica podría devolver a los individuos su espíritu crítico? Eso mismos votantes renuncian a una educación crítica, quieren adaptarse y quedar asimilados para triunfar.
Lo que precisamente se ha elegido este domingo ha sido que la educación pública siga teniendo la peor calidad posible, que la educación mayoritaria sea la dirigida por la Iglesia católica; que la educación mantenga a las actuales elites y pseudo elites en su sitio y sin moverse ni un milímetro; que las gentes crean en algo que saben que no ocurrirá: la posibilidad de la movilidad y el ascenso social. A esto último podríamos llamarlo superstición: con el ritual de enviarlos al colegio de curas, para conjurar un peligro que queremos neutralizar, enviando a los hijos a la escuela concertada o peor y pidiendo al más allá que ocurra. Sabemos que ocurre muy poco, estadísticamente está comprobado, pero se siguen entregando al ritual. La falta de una educación crítica impide tener una idea global de la realidad. El hecho de que el ser humano es un ser que actúa según a Ley del mínimo esfuerzo pone el resto. Su primera habilidad, la curiosidad, “mató al gato”.
Muchas veces hemos hablado de la guerra cultural, o sea, cultivar una cultura que haga posible el trumpismo, el neoliberalismo, la superstición y una serie de valores morales o pseudo morales más primitivos que modernos. ¿Cómo cultivan las izquierdas esas antiguallas? Insistiendo, por ejemplo, en un feminismo hegemónico que desoye los feminismos actuales, abiertos, horizontales, acogedores. Hace poco volvía a leer que el desamor y la expresión del desamor es cosa de las mujeres, que son las que sufren ese desamor, porque sufren el amor. Con todo respeto, ya Quevedo escribió unos versos de desamor, ¿pero no se han dado cuenta de la cantidad de hombres femeninos heterosexuales durante los años 70, 80, 90, ni de sus canciones y versos al desamor? Las izquierdas hegemónicas usan un lenguaje y dicen unas cosas que no convencen a demasiadas personas que repugnan del trumpismo y del neoliberalismo. Sobre todo, la masa social que vota a ese trumpismo y neoliberalismo no encuentra ninguna bienvenida en un mundo de izquierdas, demasiado ortodoxas, demasiado excluyentes: demasiado derechistas.
¿Qué se puede hacer?, ¿qué se puede hacer para que la mayoría de la sociedad no goce del triunfo de la injusticia y la desigualdad? Romperse en mil pedazos. Abandonar ya los clichés clásicos de izquierda clásica y reinventarse: esto es romperse en mil pedazos para recomponerse. Escuchar a los otros, no a los propios. No se trata de unidad, las derechas andan a la greña y han arrasado.
Comentarios