Lo que se vivió ayer en un instituto de Jerez parece sacado de un noticiero estadounidense. El lugar que debe ser el más seguro del mundo, aquel donde estudian nuestros hijos e hijas, se convirtió en una película de terror. No quiero imaginar el miedo que alumnos, educadores y familiares tuvieron que experimentar. Ante todo, me gustaría enviar mi solidaridad a todos ellos.
Pero, seamos realistas, llegará el día después y el paso del tiempo lo convertirá para el resto de la población, en una anécdota escabrosa. Pasados unos días ya no nos importará lo más mínimo lo ocurrido y hablaremos cosas más importantes: el fútbol, la amnistía o tomarnos una Mahou como epíteto máximo de nuestra libertad.
¿Y la salud mental para cuándo? ¿Cuándo tendremos un verdadero sistema sanitario público que ofrezca una atención digna a los problemas psicológicos y psiquiátricos?¿Cuándo se dotará a los centros educativos públicos de recursos apropiados para detectar y trabajar estos problemas?
Pues, muy sencillo, cuando los ciudadanos se lo exijan con firmeza a sus políticos. Mientras una bandera esté por encima de las necesidades reales de su pueblo, poco o nada importarán a la mayoría de políticos estos temas. No, la culpa no es del Señor Juanma Moreno, de Ayuso o Sánchez; la responsabilidad es de los ciudadanos, principalmente de todos aquellos que no entienden que la sanidad y la educación públicas son temas esenciales sobre los que nadie debería siquiera implementar un mínimo matiz ideológico.
Ninguna sociedad está libre de estos sucesos, pero sí se puede intervenir en cómo prevenirlos para bajar su frecuencia y en cómo afrontarlos si llega el caso. Desde un sistema social avanzado se fomenta la tolerancia a la frustración, la resolución de conflictos, la lucha contra el bullying y la atención a la diversidad. Desde la acción pública se trabaja el respeto al diferente, la integración y la inclusión. El precio de no dotar de recursos estas intervenciones es muy alto. Y sí, hay relación entre recortar en recursos en salud mental y estos problemas. España ocupa la tercera posición- según el estudio de 2022 de la ONG Bullying sin fronteras- en su índice mundial de casos, compartiendo podio con México y EEUU; Dos datos más: siendo la cuarta economía de la UE, nuestro país es el número 14 en inversión educativa por alumno y también estamos en la cola europea en número de profesionales de la salud mental.
He leído, a lo largo de estos años, artículos vergonzosos que excusaban la falta de inversión en estos aspectos, como uno que decía que había menos psicólogos y psiquiatras que en los países nórdicos, pero también menos suicidios. Viva el reduccionismo, sí, señor. Aquí todo se arregla con una cervecita. Pues sigamos sin plantear un debate serio sobre educación y salud mental que el caso excepcional de ayer en Jerez puede convertirse en cotidiano. ¡Ah! Y si alguien cree en el castigo como único remedio es que todavía nos queda mucho camino por recorrer.
Por eso, vaya aquí mi abrazo a todos los damnificados por este suceso. Mi pensamiento está con las víctimas, entre las que incluyo también al chaval que llevó a cabo la acción. Toca mirar nuestra imagen en el espejo y reflexionar: En algo fallamos como sociedad si un adolescente se siente tan solo e incomprendido que cree que acabar con todo y con todos es su única salida.
Comentarios