Escuché decir el otro día a Pérez-Reverte que los grandes males de la humanidad son el nacionalismo y la religión. Totalmente de acuerdo con uno de mis escritores favoritos, aunque en otras cosas estoy en las antípodas del autor de Alatriste. Lo que no entiendo es por qué entonces Reverte critica con más dureza a los partidos de izquierda que a los conservadores, sobre todo teniendo en cuenta que la otra opción sería más bandera y religión. Probablemente, será una sensación mía, pero me llama la atención que casi siempre dirija sus comentarios más agrios a este Gobierno progresista. Puedo entender que la decepción con los partidos de izquierda te lleve a la crítica hacia muchas cuestiones, yo mismo sitúo al PSOE en el centroderecha moderado más que en el verdadero socialismo, pero no se puede negar que este Gobierno ha hecho más políticas sociales, en tiempos muy duros, que cualquiera de los anteriores.
Tengo otro desencantado amigo, de origen supuestamente comunista, que el otro día me llegó a decir que si Sánchez y Podemos seguían en el Gobierno el desastre estaba asegurado. Este mismo conocido suele ser muy crítico con el feminismo y demás pero, curiosamente, nunca le escucho crítica alguna hacia el PP y Vox. Cuando le pregunté por sus soluciones a los problemas de España, me contestó que había que hacer más políticas sociales y cuando le insisto en que me diga qué partidos actuales hacen este tipo de políticas me responde que socialistas y Podemos. La conversación quedó ahí, ya que mi amigo no emitió más respuesta cuando vio que mi cabeza explotaba. Ambos dos, el afamado novelista y mi conocido, representan un tipo de señor, mayor de cincuenta, que muestra su cabreo con la izquierda votando, con toda probabilidad, a la derecha. Y, si bien con el bipartidismo de los 90 eso podía tener algo de sentido —ya saben, aquello de PSOE y PP la misma mierda es— hoy, con el regreso de la derecha más rancia, este parecer solo puede tener dos explicaciones: o un evidente caso de esquizofrenia política o que con el paso de los años estos tipos se han convertido en lo que rechazaban en su juventud.
El ejemplo más lamentable de estas posturas está en nombres tan tristes para España como González, Guerra y Leguina. Curiosamente, son ellos los responsables de que mucho votante de izquierda acabara cabreado y son los mismos que hoy hacen el juego a la derecha para defender así los privilegios conseguidos con su traición a las siglas socialistas. Como decía mi padre, cambiaron la pana por el traje con corbata.
Hoy, más que nunca, no hay que perder la perspectiva, pues nos jugamos mucho, quizá demasiado. Ya lo dijo Urkullu, si hay que elegir entre PP-Vox y la amnistía a los políticos catalanes, pues amnistía. Y yo me uno a ese razonar:
Entre PP-Vox y Puigdemont, pues Puigdemont. Entre PP-Vox y Bildu, pues Bildu. Entre PP-Vox y Rufián, pues Rufián. Entre PP-Vox y la unión del resto de fuerzas políticas del Estado, pues me quedo con la unión de todos contra esta derecha neoliberal, ultracatólica y conservadora.
Y ante las esperpénticas manifestaciones por los que dicen putodefender España, pues me quedo con la lucha de los trabajadores de Astilleros. Por cierto a ver cuándo mandan a Ferraz la misma tanqueta que mandaron para acá.
Que no te engañen, es hoy cuando más democracia y libertad hay en España, y la que falta no es precisamente la que la derecha defiende. En 2023 todos sabemos lo que los partidos proponen y ya no cuela el me han engañado. Por suerte más de media España, no mucho más, decidió con su voto mantener al PP y a Vox en el banco de los perdedores. Gracias a vascos y catalanes, y hasta a canarios, por su apoyo a que la extrema derecha no gobierne este país. Reconozco que, como andaluz, los miro con envidia. El pueblo y la clase obrera siempre antes que las banderas.
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