Muchos se llevan ahora las manos a la cabeza. ¡España no es un país de racistas!, claman. Pues se confunden, sí que lo es, y esto no es nada nuevo. Lo triste es que salte ahora, cuando le toca a una superestrella del balompié y no cuando un partido político dice que a tu madre no le suben la pensión porque las ayudas se las dan a los inmigrantes. El racismo en el fútbol existe, y existirá mientras que haya una parte de la sociedad que sea racista. El racismo se mantendrá mientras haya Ultra Sur, Frente Atlético y demás hinchadas radicales con ideología de extrema derecha, ya sean del Betis o del Valencia. El racismo se perpetúa cuando se para un partido en Vallecas por llamar nazi a un nazi, y no cuando se recibe a un jugador al grito de mono o se le tira un plátano desde la grada. El racismo se mantiene vivo — al igual que la homofobia o el machismo — mientras la policía escucha impasible según qué cánticos y no detiene a nadie, eso sí, a los trabajadores que luchan por el pan de sus hijos, mano dura.
Quizás sea bueno que Vinicius nos señale y nos pinten la cara en todo el mundo, porque cuando ocurre en un campo de tercera, cosa que pasa con bastante asiduidad, no se le da importancia alguna. La historia ya nos enseñó el siglo pasado lo que ocurre al reír la gracia y normalizar el odio al diferente, pero es evidente que nadie aprende. Los delitos de odio en este país, como ocurre con la memoria histórica y antes con la violencia machista, se toman como pamplinas, cosas de chavales majetes a los que incluso se les ensalza — “Grandes” llamó Díaz Ayuso al Frente Atlético —.
Ahí queda ahora la imagen de España, esa que algunos dicen querer tanto mientras la ensucian con sus manos. Sí, repito, este es un país racista, como lo es Estados Unidos y el resto de Europa; y lo será mientras no se antepongan los derechos humanos a las banderas alzadas para insultar al que es distinto. Si no, que se lo pregunten a Colin Kaepernick, uno de los mejores jugadores de fútbol americano de los últimos años, al que se expulsó de la liga por arrodillarse ante el himno americano en protesta por el asesinato de ciudadanos negros a manos de policías. Vinicius no es el que ensucia el nombre de España, los que sí lo hacen son los que le gritan “mono” bandera española en mano.
No valen excusas, ningún gesto de un jugador de fútbol justifica el racismo. Gran parte de la sociedad de este primer mundo, que después da lecciones al resto, tiene un grave problema de odio alentado por su clase política y banalizado por los medios de comunicación. Y eso, mientras ocurra en nuestro país, nos hace partícipes a todos. Aquí no valen más postureos.