El primer debate entre los cuatro grandes candidatos a ser el próximo presidente del Gobierno fue, como cabía esperar y si analizamos el clima previo, un debate tenso, bronco pero medianamente respetuoso, meditado y trabajado al milímetro por los equipos de comunicación de los partidos, torpemente dirigido por un moderador que se mojaba más de la cuenta.
En este tipo de debates el presidente del Gobierno en funciones suele partir con ventaja al tener la posibilidad de sacar a relucir las últimas medidas gubernamentales. Sin embargo, Pedro Sánchez no estuvo especialmente brillante en su exposición y siguió apostando por la misma línea conservadora (en el sentido comunicativo) que marcó Susana Díaz en los debates andaluces meses atrás. Sánchez pareció por momentos un espectador aburrido, sabedor de la tendencia de las encuestas, y otras veces un púgil que se defendía con oficio y templanza de los ataques de una derecha encendida y compinchada. Se sabe presidente y no tenía motivos para arriesgar, por eso apenas lanzó propuestas. Es la imagen diseñada desde Ferraz: moderación y diálogo ante todo.
Casado y Rivera, Rivera y Casado, tan fusionados, no dejaron nada en el tintero y sacaron a relucir su esperable retahíla de acusaciones ultrapatrióticas: batasunos, independentistas, golpistas, amigos de Otegi, cómplices de Torra... nada que no hayan repetido una y otra vez en su afán por recuperar los votos migrados hacia Vox. Ambos coincidieron en otro mantra recurrente: la bajada de impuestos (a los más ricos, les faltó decir), referencias a los autónomos y la intención de conectar con las fabulosas (de fábula) clases medias. En lo que se diferenciaron, eso sí, fue en las formas. Casado, que rememoraba lo conseguido por el PP, dibujó un perfil algo más moderado que Rivera, este último más sobreactuado que Al Pacino en Un Domingo Cualquiera, impertinente y tosco por momentos y, sobre todo, ansioso. Sacó una "tarjeta sanitaria única" con la bandera de España y un sinfín de referencias gráficas que no le sirvió para encallar el debate en el asunto catalán.
Su "minuto del silencio" merece una mención especial por lo sonrojante del momento: ese monólogo, con cada palabra estudiada de memoria, parecía el de esos charlatanes de las escuelas de negocio que se abrazan a un marketing de autoayuda empresarial y que luego acaban fracasando. Decía el actor Juan Diego Botto, en su cuenta de Twitter que "cualquier actor sabe que un texto que suena a preparado, a prefabricado, es un fracaso rotundo. A veces, si la cosa sale muy mal, puede llegar a producir vergüenza ajena". Nadie fue tan duro al respecto y nadie lo expresó mejor.
Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pablo Casado, minutos antes del primer debate electoral. FOTO: DANI GAGO
Pablo Iglesias, por su parte, tenía la difícil tarea de quien debe remontar a marchas forzadas. Hasta ahora su campaña va en fase ascendente, aunque no le queda demasiado tiempo. Anoche fue un hombre a la Constitución pegado. Fue una jugada inteligente porque así mataba dos pájaros de un tiro; el primero, no desviarse en ningún momento del discurso sobre la igualdad y los derechos sociales que debería ser siempre la seña de identidad de Podemos, y el segundo, cubrirse de las esperables acusaciones de anticonstitucionalista por parte de la derecha. Lo cierto es que Iglesias, otrora enfant terrible de los debates, adoptó un rol mesurado, calmado y propositivo, y en honor a la verdad, salió airoso y compitió bien.
El primer debate entre los cuatro candidatos no estuvo exento de falsedades. Según la cuenta Maldito Dato (@malditodato en Twitter), mintieron con alguna cifra Sánchez, Rivera y, sobre todo Casado, que soltó hasta seis documentados embustes. El candidato popular sigue utilizando la mentira y los datos falsos sin pudor alguno, lo que viene siendo una irresponsabilidad con su electorado.
No hubo, en cualquier caso, un claro vencedor de este primer round. En líneas generales, Pablo Iglesias salió algo reforzado, Sánchez aguantó el temporal con oficio (aunque nunca desveló si pactará con Ciudadanos) y Casado perdió protagonismo con respecto al gran perdedor de la noche: un Albert Rivera excesivo y obsesionado, muy muy lejos de la imagen moderada con la que irrumpiera en la escena nacional años atrás. Ciudadanos sigue descarrilando.
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