En el anecdotario de estos meses de confinamiento figura ya con letras de oro la rebelión de los borjamaris, gritando como posesos “libertad” en el barrio de Salamanca de Madrid. Mi opinión sobre esta clac del PP y Vox, abanderados franquistas del odio, ya la han expresado con nitidez y contundencia Pepa Bueno en la SER y Joaquim Bosch en eldiario.es, y no hay ni una coma que añadir. Óiganla y léanlo, por favor. Solo decir que es duro compartir el planeta con gente cuyo comportamiento produce pánico y un asco que roza el dolor.
La pandemia me ha descubierto mucha gente maravillosa y comprometida que han agitado los sentimientos más hermosos del ser humano. Quienes estamos dispuestos a mejorar como personas, y a concienciarnos de que hay mucho que cambiar para seguir viviendo en comunidad en esta tierra, intentamos convertir esta desgracia en oportunidad. Pero también hay quienes se atrincheran en su círculo de egoísmo y soberbia y, precisamente ahora, sacan lo peor de sus conciencias para reivindicar su “libertad”, que para eso tienen dinero y pueden comprarla al precio que sea… Da igual a quienes se lleven por delante con sus banderas y sus cacerolas. Por cierto, nos tendrán que explicar por qué no fueron disueltos por la policía cuando vulneraban la ley.
Pero el anecdotario local también tiene su estrella o, mejor dicho, su estrellado. Casi al tiempo que la calle Núñez de Balboa se llenaba de españoles enfurecidos, víctimas de las manías confinatorias del presidente Sánchez, aquí en Jerez el concejal Saldaña ponía fin a su carrera hacia la alcaldía por la vía exquisita de un buen jerez amontillado. El eterno delfín de Pelayo triplicaba la tasa permitida de alcohol en sangre cuando colisionó con tres vehículos. La policía lo interceptó en la calle Guatemala —que en la memoria de Saldaña seguro que ya figurará como Guatepeor— y según el acta policial publicada por este medio, presentaba “fuerte olor a alcohol, mirada somnolienta, repetitivo con sus expresiones, y deambulación vacilante…”. Vamos, lo que mayormente viene siendo presentar síntomas de estar “ajumao”, que diría mi abuela Ana si viviera.
Lo cierto es que este episodio le pondrá difícil rematar la faena de “limpiar de rojos el ayuntamiento”, o de echar a la calle a más “vagos y conflictivos” trabajadores municipales, como hizo en época de Pelayo y explicó ante el TSJA. Cuando tenga que ir a declarar a los juzgados, por un delito contra la seguridad vial, igual recuerde sus risas en la Sala de lo Social mientras los trabajadores y trabajadoras municipales intentaban, sin éxito, obtener justicia tras un ERE grosero y arbitrario.
Hay que reconocerle, sin embargo, al concejal del PP (espero que pronto exconcejal) su gran generosidad de no haber matado a nadie con su vehículo, como el mismo declaró a lavodelsur.es defendiéndose de las críticas por conducir ebrio: “No te voy a negar que he dado positivo, pero no ha pasado nada más, ni he atropellado ni matado a nadie, ni he hecho nada extraordinario". ¡Gracias, Antonio, por ese gesto generoso!
Lo que son las cosas, tantas jornadas de ataques e insultos a los enemigos socialistas, comunistas y podemitas en los plenos municipales, que quedaron en nada, y ahora unas copitas de amontillado le pueden dar la esperada gloria mediática y un gran entierro político. Y todo ello después de esperar años a que la reina madre Pelayo abdicara para, por fin, ser candidato a la Alcaldía. Ella sí que ha tenido suerte, porque en plena pandemia se ha librado, y no me refiero al virus; se ha librado de la Gürtel, tras la decisión del Supremo de dar por prescritos los presuntos delitos que la vinculaban con la trama que financió al PP. Al final nadie paga por adjudicar con el dedo los más de 350.000 euros de dinero público que costó la presencia de Jerez en Fitur en el año 2004. Sobre todo, porque uno de los testigos clave, Isidro Cuberos, apareció muerto en una cuneta tras un accidente de moto.
En fin. Superaremos esta pandemia, aunque aún no sabemos el coste, que será más caro cuantos más” patriotas” salgan a la calle agitando sus cacerolas, su maldad y sus escasas neuronas. También el concejal Saldaña superará este mal trago de amontillado, y hasta Pelayo puede que un día sienta compasión por la gente a la que arrojó a la pobreza. Pero a mí me costará superar un asco que ya duele.
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