Durante la semana pasada se hicieron públicas las candidaturas al Claustro de la Universidad de Sevilla, entre ellas la mía. Mientras que pensaba en la representación del alumnado y en el trabajo que conlleva, no pude evitar acordarme del problema del Free-Rider. La traducción que se suele hacer de free-rider suele ser gorrón, aunque una traducción más literal sería polizón. Consiste en cuando un grupo de personas deciden pagar por un bien o servicio, pero no pueden controlar que terceras personas también se beneficien de él. Estas terceras personas, que no dispuestas a pagar, o sí, pero mienten, y que obtienen los mismos beneficios son los free-riders.
Este problema de economía pública es una de las principales justificaciones para la intervención de la administración en el suministro de alumbrado, faros, parques, seguridad, etc. Aunque en un primer momento no parezca un problema, lo es, ya que favorece la infradotación de estos servicios. De ahí la intervención del sector público, ya sea ofertándolo y financiándolo con impuestos o estableciendo un sistema de transferencias para que los productores no dejen de producir la cantidad socialmente deseada.
Nuestra normativa ha conseguido minimizar este tipo de problemas, pero si nos esforzamos en buscar, podemos encontrar algún caso. El más destacado podría ser el de la representación sindical. Nuestro derecho del trabajo se basa, principalmente, en la aplicación de los convenios colectivos. Los sindicatos negocian estos convenios que, finalmente, protegen a la totalidad de trabajadores del sector, estén afiliados o no al sindicato. Es así como la tasa de sindicación en España ronda únicamente el 16%. Esto, que tampoco parece un problema a simple vista, entraña más problemas de los que parece.
Ya que los sindicatos van a negociar por la totalidad de trabajadores, está justificado que el Estatuto de los Trabajadores recoja la existencia de liberados sindicales, que puedan trabajar a tiempo completo para el sindicato. Sin embargo, en mi opinión, en una economía donde no existe pleno empleo, esta medida no basta para evitar la infradotación de representación y mediación sindical. Generalizar es un error, pero hay quien ha visto en esto una salida laboral. Al igual que en la política, muchas veces el sindicalista mediocre desplaza al idealista. Este, al final, negocia con la patronal y las empresas sin despeinarse, ya que no tiene un interés real en ello.
La infradotación de representación sindical acarrea peores condiciones para los trabajadores. En otros países, para evitar está espiral, solo los trabajadores sindicados pueden beneficiarse del convenio conseguido por el sindicato. Se fomenta así la afiliación y la participación, aparte de introducir la competencia entre sindicatos. Con un serio refuerzo y ampliación del Estatuto de los Trabajadores y otras leyes generales para asegurar un básico de protección a los que decidan no sindicarse, podría ser efectivo. Aun así, para ello haría falta también estar más cerca del pleno empleo y la existencia de mecanismos de control para evitar que la empresa intente despedir a los trabajadores que decidan afiliarse justo después de empezar a trabajar.
Si el problema del free-rider es intenso en la representación sindical, es todavía peor en el movimiento estudiantil y su representación institucional. De aquí mi reflexión de la semana. Se da el caso extremo de que la representación de los estudiantes en los consejos de departamento, claustros o delegaciones tiene una gratificación muy pobre. Podemos estar hablando de un triste crédito ECTS o de usarlo como medalla en el curriculum. Los mayores incentivos para participar en la representación estudiantil suelen ser o querer pasar más tiempo con el grupo de amigos que ocupa Delegación de Alumnos o pertenecer a una organización y concebir la política de la universidad como un frente o campo de batalla más.
Por lo tanto, los incentivos para ser representante del alumnado son escasos, la representación del alumnado es más escasa aún, y la alta cúpula de la universidad suele tener carta blanca para hacer lo que le dé la gana. Si el sistema actual pasa a los alumnos por alto, es por esto. Aunque el movimiento estudiantil extraoficial intente hacer de contrapeso, ha perdido casi toda su efectividad por razones de las que no hablaremos.
Aparte del caso de la representación, si ponemos mucha atención en la vida cotidiana, encontraremos algún que otro caso de free-rider. Como por ejemplo cuando una comunidad de vecinos tiene que decidir si instalar o no ascensor en el bloque y como afecta a la cuota de la comunidad para cada vecino. Y entonces, el vecino del primero dice que no va a usar el ascensor porque para un piso se aguanta y sube las escaleras. Cuidado, free-rider.
Por suerte, la gente no siempre actúa únicamente teniendo en cuenta su beneficio personal. A veces nos mueven factores más allá de lo racional, como nuestras creencias, la empatía o el simple deseo de querer hacer el bien. Son factores emocionales y expresivos que la economía ha tratado muy tímidamente, siempre enfocada en el ser humano como homo económicus, siempre racional. El ser humano es imperfecto, y como tal no puede ser racional. Y menos mal que no lo es. La vida sería muy aburrida si dejáramos que la razón prevalezca sobre todos nuestros sentimientos y pasiones.
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