El niño de mi primo Jesús se bautiza en Arcos, le dijo la serrana a A Pitt. Y si bien él no era muy fiestero, estaba todavía asombrado admirando, sin comprender del todo, como aquí se bendecían las fiestas en forma de juerga. Su carácter tímido y su todavía no dominio del castellano, en una mezcla de andaluz y expresiones de Bristol, le hacían rechazar, por instinto, los grandes acontecimientos familiares. Era inseguro en ese sentido. Una contrariedad ante otras facetas donde mostraba su valor e iniciativa.
- El sábado temprano nos vamos. Ya lo tengo todo preparado. Dormiremos en la casa de mi prima Nieves en la calle Gomeles. Así que no me digas o me saltes con ningún cuento chino que a este niño, el de mi primo, le vamos a echar el agua en San Agustín, delante del Nazareno.
¿Cómo podía negarse Pitt a esa orden ? Mediante una dulce imposición o dicha con el mayor de los saleros, claudicaba siempre. Estaba ya enamorado hasta las trancas y no tenía uno no para ella. Miraba a María embelesado pero sabía que ir a Arcos era pasar una jornada no del todo buena. Y sobre todo porque sus domingos ya eran sagrados para él, tras toda una semana en la bodega cargada de trabajo y consultas con el capitán Eton.
Ya se había acostumbrado al vino de Jerez. Cosa no fácil por ser un caldo que por su graduación alcohólica era tramposo si el estado de ánimo no acompañaba o el estómago estaba vacío. Tenía comprobado que la euforia o la pena no eran compañeras del Jerez. Y que los hígados no respondían bien si se bebía rápido, no como esa cerveza que beben los bárbaros o cualquier licor caribeño que carga el demonio, eso lo bebe cualquiera.
Las constantes bromas de los primos de Arcos en su odio perpetuo a Jerez o su procedencia, muchas veces, lo soliviantaban. Y por qué no decirlo, su sentido del humor era un poco más zafio y más vulgar que el británico o el que gastaban en Jerez, a pesar de la relativa cercanía. Y sus intentos por adaptarse o camuflarse en su entorno o su jerga sólo hacía empeorar la situación. No era amante de generalizar ni era un hombre que se rindiera con facilidad a los tópicos. Pero en tan sólo treinta kilómetros que separaban Jerez del pueblo blanco más bonito de España, notaba una diferencia abismal en cuanto a urbanidad y el sentido propio de como sus habitantes se mueven y habitaban en un contexto ya más industrial. No era como salir de Londres e ir a la campiña, no era tan exagerado, pero sabía que salir de Jerez e ir allí era soportar otras formas, ni más buenas ni más malas, pero diferentes. Porrazos en la espalda, chistes sobre su oficio, el que veían improductivo ante la ausencia de trabajo físico o manufactura. Les percibía un sentido mucho más ahorrativo sobre los bienes y el dinero, y en los bares no se metían las manos en el bolsillo como la gente de la bodega Eton, para pagar, aunque las temperaturas fueran extremadamente bajas. Más de una convidá había pagado ante sus deliberados despistes en la cuenta... Quizás están asustados debido a los traumas infantiles sobre la pobreza, reflexionaba. Pero la conexión absolutamente agrícola en sus formas y en los modos les hacía ver más placer en ahorrar miserias que en meterse una vianda de calidad en la boca, escasas y muy caras, o plantearse siquiera un derroche por puro placer. Pitt, se asombraba, por el contrario, con los gitanos de Jerez en este aspecto. No era normal como se vestían. El viernes Santo ante la Piedad que salía del Calvario. Imitaban a la perfección los modos británicos de los señoritos. Sabedores sin duda, que si no era así, su color, su fama y su exclusión serían todavía mayor. Mayor y extrema si no se disfrazaban de esa manera e imitaban a los payos más exclusivos. Jerez era muy clasista y cruel, demasiado. Pero eso apoyaba la causa de la estética y la belleza, Algo maquiavélico, en ese caso, pero el fin justificaba los medios.
Salió de la bodega el viernes y ya tenía la maleta preparada. Todo ordenado para, sin ganas, acudir al bautizo de aquel primo que lo recibiría a golpes con una barrabasada que él tendría que aguantar por los encantos de María. Pero también sabía que comería de lo lindo y que si era capaz de aguantar un buen rato, el vino correría a raudales y haría que todo fuera más fácil. Comería un buen queso y buenos guisos caseros. Y los dulces culminarían el día junto a copas de aguardiente y bollos de manteca. Un dulce del pueblo con un aspecto muy vulgar pero con un resultado fabuloso. Bueno, se dijo, habrá que armarse de valor y de paciencia. Sabía que en el fondo eran gente buena y muy noble. No dada a conceder amistad ni confianza a la primera de cambio, pero también él venía de una tierra donde la gente casi ni se tocaba, si no era necesario. Dos trajes, dos mudas, sus artilugios para afeitarse y tres camisas. Una pastilla de jabón de lavanda y su cepillo de dientes. Sólo eran una parte del material que María había ya preparado para su viaje.