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Interior de uno de los cascos de bodega de la sanluqueña Barbadillo: FOTO: MANU GARCÍA.
Interior de uno de los cascos de bodega de la sanluqueña Barbadillo: FOTO: MANU GARCÍA.

Había pasado ya un mes y medio y todavía seguía preso, eran las ocho de la mañana y el siniestro altavoz estaba a punto de sonar. El gallo de la muerte. Así lo apodaban ya los pocos supervivientes que quedaban en las celdas tras la gran purga ejercida por los sublevados en Jerez. Fusilamientos, violaciones , torturas y ajustes de cuentas a manos de los poderosos con la bendición y el perdón de la Iglesia católica. Curas encargados de elaborar listas de quienes faltaban a misa los domingos o se saltaban la limosna, y sobre todo de quienes habían sido contestatarios durante todo el periodo republicano.

Delatores, por la gracia de Dios, para iniciar la cruzada que llevaría a España, de nuevo, al medievo y a ponerlos en la cúspide de la pirámide.

Pitt no podía dormir a esas hora, el solo hecho de pensar que iba a escuchar su nombre lo ponía a dar saltos en el catre lleno de pulgas. Con la ropa congelada, tiritando y pasando frío. Esa noche hubo paseo al patio donde con mangueras mojaban a los presos para recordarles, y ponerlos en un estado de locura, quienes, de nuevo, mandaban en la piel de toro. Pitt solía pensar que cualquier ideología sin oposición llevaba a la tiranía a los hombre que sólo ansían el poder. Que la maldad se imponía a la razón si el pensamiento único se mantiene. Y aquella agua fría era la prueba de aquello.

Por el altavoz, de pronto, su nombre. Sonó fuerte y claro. Peter Walcot. Un cabo de la guardia civil fue a buscarlo junto a un compañero y lo sacaron a empujones. Él se resistía, al principio, y casi se puso de rodillas implorando clemencia. Pero algo en su interior se lo impedía.

-Vamos rojo, escoria, levántate. No hagas el vago que vamos a darte el paseo. Entre risas incorporaron su silueta de un cristo y en la resignación de quien ya no puede más con sus acontecimientos y su destino puso las manos para colaborar y que le pusieran unos grilletes. Juntos Iniciaron el camino. Los compañeros, con un poco más de suerte, por todavía poder estar en aquel infierno, lo aclamaban con vítores y le daban ánimos. Incluso uno le llegó a tocar la espalda desde la reja de una celda.

-¡Muere gritando libertad! No les des a estos canallas la satisfacción de pedir clemencia, camarada. Esas fueron las palabras de Pedro Cortés Salado, maestro de escuela y afiliado al partido comunista que en tan sólo dos días también sería fusilado. Pero de pronto, en la más honda de su pena, algo altero el recorrido. Y lo condujeron a una sala donde lo sentaron en una lúgubre silla, en ella había una mesa con una máquina de escribir y una lámpara. La habitación carecía de más muebles. Tan sólo dos cuadros en la pared decoraban aquel infierno. Con dos rostros siniestros.

No entendía nada, ¿ qué estaba pasando? ¿ Por qué demoraban más aquella situación? De pronto la puerta se abrió. Entró primero un sacerdote con una sotana hasta los pies y su alzacuellos. Tenía la cara redonda y una barriga ociosa por la gula y la pereza. Y al lado de él, nada más y nada menos que el capitán Eton. Los dos entraron, se mantuvieron de pie hasta que dos guardias les llevaron dos sillas. El potentado sacó su pitillera de plata y con el ritual que siempre hacía al fumar, con dos golpes sobre ella, se llevó un cigarrillo a la boca. No le ofreció a Pitt.

- Menuda sorpresa me he llevado contigo... Compañero de trincheras en Francia en defensa de nuestro imperio y de su ateza real, y resulta que te traigo de la miseria y me traicionas. Que toda esta chusma lo haga era de esperar, pero tú… Desde luego que ya estoy perdiendo reflejos. Si supieras quién te delató te quedarías a cuadros. Pero ya te enterarás ya, ya te enterarás. ¿Qué creías que vuestras fantasías comunistas y anarquistas iban a triunfar en España? Vuestra idea de un mundo sin orden y sin Dios no tiene sentido. No pensaste ni por un instante que nosotros que tenemos el dinero, a Dios de nuestra parte, los bancos, las fábricas y los medios de producción íbamos a ceder al chantaje de la República, ¿verdad? Menudos ilusos con vuestras asambleas de monos donde entre debates bizantinos pretendéis revertir el orden sagrado de las cosas desde que el señor creó el hombre. Mírate, ¿ dónde han quedado esas frases cargadas de palabras tan utópicas como libertad y fraternidad? Menudo montón de mierda que estáis hechos. ¿Sabes qué? No sólo vamos a volver a instaurar lo que siempre fue, será y deberá ser sino que esta vez cuando ganemos la guerra, porque la vamos a ganar, convenceremos. Con los métodos que sean pero lo haremos. Hasta que esta lacra del bolchevismo se os quite de la cabeza y entendáis que Dios, patria y familia son las únicas consignas a las que os agarraréis en un futuro. Mírate... Tenía muchas esperanzas puestas en ti, ¿sabes? Y ahora eres un monigote. Bueno, no he venido a degradarme y a intercambiar falacias contigo, Pitt. Sólo te diré que te has librado por los pelos pero no te confíes. El infierno te está esperando de todos modos. ¿ Verdad padre Anselmo? El cura con aspecto porcino asintió, diciendo: claro capitán, todo acto impío en contra de nuestra cruzada lleva al caldero de Satanás. Se levantó y se sacó del bolsillo interior de la chaqueta un sobre inmaculado con el emblema real de la Corona británica.

-Parece que alguien ha conseguido que el embajador de su majestad mueva una ficha por ti. Le entregó el sobre y le dijo. Mañana serás libre. Pero esa palabra no la saborearás más jamás. Seguirás trabajando en la bodega, pero a mi manera. A nuestra manera. A la manera que merecéis, malditos perros revolucionarios, o quien más quieres pagará el pato.