Es curioso que la educación concertada religiosa pida libertad, dinero público y adoctrine a sus alumnos en contra de leyes que salen de un Consejo de Ministros que ha sido compuesto por unas elecciones democráticas. Están en su derecho de preferir un Gobierno de derechas, faltaría más, o de ver a un homosexual como un engendro que irá al infierno u omitiendo desde el silencio que esa opción no es tan válida como las demás. Destinando fondos de ese dinero fresco de las arcas del Estado, incluso, a gurús del neoliberalismo católico, que ya existe, que se dirigen a sus alumnos, desde su mezquindad moral.
Queridos lectores: eso es como si a mí me toca un Euromillón, monto una escuela en mi barrio, pido subvenciones y, en nombre de la libertad, empiezo a dar clases de Historia diciendo lo que me salga de los bemoles sobre el acontecimiento que me dé la gana en nombre de mi ideario o religión. Si algo que los pobres no podemos dejar de valorar y ensalzar es al Estado democrático y social con vocación paternalista, algo verdaderamente con herramientas para que los pobres sean menos pobres, en un momento de la Historia donde la derecha lo ve como un enemigo cuando quiere controlar sus finanzas y transacciones en contra de su omertá.
Que lo suyo sería un consenso entre ideologías para que las leyes en Educación no se cambiaran tanto, eso se sabe, pero en este país para conformar mayorías que afecten para aprobar Presupuestos o Leyes todo pasa por los números que conforman la mayoría en el Parlamento, y es lo que tiene la democracia que cuando uno pierde, o su partido pierde, tiene que respetar las decisiones del Gobierno de turno, con derecho al pataleo, pero con deportividad.
Da vergüenza cómo la derecha en nombre y por dominar desde arriba, como siempre, porque la Educación en este país a lo largo de la Historia no ha podido desprenderse de la religión católica y no ha tenido opciones verdaderas para el laicismo y la paternidad absoluta del Estado democrático, dispare al Gobierno en pro de sus beneficios. Utilizando la palabra libertad, incluso han puesto a niños en algunos centros con pancartas, esas que tanto odian cuando se pide justicia, convenios colectivos justos y pan para todos. Libertad de mercados, dicen, libertad para emprender, libertad para no pagar impuestos, libertad, libertad para no pagar un duro en herencias millonarias, libertad para, siempre, joder a las minorías oprimidas, a los pobres que necesitan para mantener su beneficios y a los que no salen de la misma casilla.
Liberalismo, neoliberalismo, utilizan la raíz de la la palabra del modo más cínico y torticero. Y te quedas tan pancho cuando con dinero público, en nombre de su libertad, siguen soñando con aquel nacionalcatolicismo fascista que los encumbró y les regaló el bastón de mando en la educación durante cuarenta años, que la cosa viene de antes, oigan. En el meollo de la cuestión reside la estupidez humana de avergonzarse de su clase social. Es entonces cuando en un espejismo barroco pero grosero empiezas a defender que Amancio Ortega no pague tantos impuestos mientras quieres que tus hijos estudien en la privada como los hijos de Bertín Osborne. Incluso esa concertada a las que algunos sueñan llevar a sus hijos, por darse el regusto de la estética de medio pelito, no está a la altura de la privadas con gran potencia. Así que, háganse un favor y tangan conciencia de clase. Ni por asomo están en el mismo barco.
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