La palabra tapón tiene varios significados gramaticales. La más utilizada es la que define al tapón como una pieza que se pone para cerrar la comunicación hacia el exterior, también como la cosa que impide el paso a otro lugar. A veces, cuando circulamos en coche suelen aparecer tapones. Este tipo de obturadores se podría decir, en general, que son tapas sobrevenidas por algún hecho circunstancial, por ejemplo, una obra en la carretera que ocupa un lado de esta y la convierte en un embudo dificultando el camino. Luego están los tarugos como consecuencia del caos circulatorio. Si es esto lo que ocurre, se añade otro mal que lo conocemos como la boina, o sea pura y dura contaminación y de la peor. El tapón también existe en el deporte, un vivo ejemplo es el baloncesto, pero esa clase de tapirujo es espectacular, ¿quien no ha disfrutado con los corchos de Fran Vázquez?
Dentro de las expresiones cervantinas está la famosa “tapón de alberca”, que tiene varios usos o acepciones como es el típico rollo o amasijo de trapos viejos que se ponen para que una alberca no pierda el agua que se almacena en ella como remanente para el riego. Otra es la destinada a las personas, cuando a una se le espeta “no sirves ni para tapón de alberca”. Es una descalificación grave personal dirigida al individuo con fuerza desgastada o completamente inútil.
Como vemos, el tapón tiene varias utilidades o resultados según que tipo de situación y su aplicación es variada, de hecho, en la política también aparece esa figura y es más común de lo que se cree. Es el tapón de los aduladores, que son aquellos que rodean al líder penetrándolo con los mismos efectos que la carcoma a la madera, presentándole la realidad de forma distinta a la que se expresa. De esta forma consiguen desconectarlo, convirtiéndolo en una suerte de prisionero de la caverna al modo que lo describía Platón y se conjuran para que no vea de la realidad más que la parte superficial, la mera apariencia. Así consiguen que la responsabilidad del fracaso solo sea del líder adulado. A los tapones aduladores solo les interesa vivir del poder, no son visiblemente responsables de las decisiones.
Esos tapones suelen ser personas políticas mediocres que se mueven en la sombra. Nunca se verán dando opinión espontánea, siendo una de sus habilidades la de socavar la iniciativa, la capacidad, la solvencia, dedicando todo su esfuerzo a impedir toda posibilidad de participación y regeneración, construyendo una visión de algo aparentemente extenso, pero hueco en su interior, consecuencia de esto, dicho sea de paso, es la desaparición de aquella manifestación masiva y transversal de millones de personas que impugnaron la corrupción política, económica e institucional en España que conocimos como el 15M, lo que sin duda ha sido un éxito de los tapones, por cierto, muy amigos de los trampantojos, de lo que es una muestra como por la derecha española y sus medias se justifica como normal que Juan Carlos de Borbón, en plena investigación judicial de sus negocios presuntamente delictivos, abandone España sin que se sepa su paradero. Mientras, el resto nos preparamos para afrontar la crisis económica generada por la pandemia del Covid-19.
Los aduladores, por tanto, son los tapones que impiden que la democracia actúe con todo el rigor que merece la buena política lo que ha tenido reflejo en el interior de los partidos políticos, internamente desiertos, cuando se supone que deberían ser viveros de opiniones, sin embargo, es la ajenidad en la participación la que prevalece entre las diferentes formaciones políticas, a lo que debe prestar atención el líder. Es mejor no depender de los aduladores cuya mayor virtud es taponar la verdad, por tanto, debería el líder ampliar el espacio de escucha de opiniones, para así tomar las mejores decisiones. La política no debe ser una profesión vitalicia, que es como los tapones aduladores la entienden, sino una vocación de servicio público no permanente. Si esto lo ignora el líder, este se convierte en el tapón.