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Se puede pensar que una y otra posición han contribuido por igual al desenlace traumático del pasado sábado, eso la historia lo juzgará.

Fueron doce horas para olvidar, incluso para quienes como yo habíamos vivido algunas otras noches de cuchillos largos y navajas cortas, esas noches que se alargaban hasta las primeras luces del alba y que a golpe de dimes y diretes terminaban por producir decisiones que, en bastantes ocasiones, supusieron también cambios importantes en la propia historia de nuestro país.

Pero en esta ocasión nada fue igual, ni antes, ni durante ni después de esos hechos que conmovieron los cimientos de la política española y las entrañas de mi partido, el Partido Socialista. Y todo porque la solución era tan sencilla que nos costó encontrarla.

Durante todo este tiempo en el que las redes sociales se incendiaron con fuego amigo pero también, como no, con el de los expertos en la infiltración tras las líneas enemigas, cuya máxima expresión física se vivió a las puertas de la sede socialista de la calle Ferraz, he sido incapaz de escribir un solo tuit, una única entrada en Facebook, ni tan siquiera fui capaz de proseguir con estas colaboraciones en lavozdelsur.es. Me resultaba tan grosera, al tiempo que suicida, esa escalada de violencia verbal que se producía por momentos intentando entrar en el libro Guinnes de la irracionalidad de la mano de la estupidez humana, que no acerté nunca a encontrar el momento oportuno ni las palabras adecuadas para mediar en semejante ejercicio de sectarismo caníbal en el que nos habíamos sumergido con el aliento insuperable del mensaje subliminal que desde hacía semanas inspiraba la estrategia de Ferraz.

Un mensaje con dos componentes bien definidos, de un lado, la apelación radical a la militancia de base que, de la noche a la mañana y por arte de birlibirloque, se había convertido en motor de la historia, y de otro lado el famoso “no es no” que pretendía blanquear de ideología la negritud de lo que no era más que un cínico intento de mantener el poder interno. Pero como bien dice el presidente de la actual gestora de lo que hemos pecado ha sido de silencio a pesar de los gritos, los que se oyeron en Ferraz durante aquel día y los que venían resonando ya hacía algún tiempo en las redes sociales.

Permitan que llegados a este punto, y parafraseando al coronel Von Stauffenberg en “Walkiria”, afirme aquello de: estamos en guerra, la acción es inevitable  y también las consecuencias. Aunque sólo sea por dotar de legitimidad democrática interna el proceder de quienes entendimos que utilizar el nombre de la militancia en vano descalificando desde el falso debate ideológico a quienes pensábamos que había llegado el momento de asumir responsabilidades políticas no podía resultar impune.

Se puede pensar que una y otra posición han contribuido por igual al desenlace traumático del pasado sábado, eso la historia lo juzgará. Ateniéndonos al desarrollo lineal de los hechos, todos somos responsables, unos quienes dirigían hasta ese día la organización por no haber asumido sus responsabilidades políticas parapetándose desde hace algún tiempo tras la militancia de base en un cínico ejercicio de retórica interesada. Otros por haber pecado de silencio desde el primer fracaso electoral de Sánchez, bien es verdad que siempre se concede una segunda oportunidad que en este caso se mostró igualmente ineficaz empeorando aún más los resultados. Y todo ello por decisión de los órganos del partido, en especial el comité federal aún cuando Sánchez no contara con mayoría en él como finalmente se ha demostrado. Mientras contó con el favor del comité federal la militancia no existió para la dirección, cuando el silencio se convirtió en pecado todo se tornó en apelación continúa a las bases, esas a las que se atribuía la proclamación de Pedro como secretario general cuando en realidad a Pedro lo auparon al cargo los mismos que decidieron que debía abandonarlo, esos mal llamados barones y baronesas, que por mucho que algunos se empeñen no heredaron cargos nobiliarios sino que recibieron el apoyo de los militantes y también de los votantes en los distintos territorios del estado español. Los mismos que entendieron, como miles de militantes y millones de votantes, que el camino del Samurai ya no es necesario en este mundo porque como se afirma en la película que da título a este artículo: "Por novecientos años mis ancestros defendieron a nuestro pueblo, y ahora he fallado a todos”.

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