Las fronteras son límites fascinantes. Son los extremos tangenciales que unen o separan realidades distintas. En las fronteras ocurre que los límites de una realidad se encuentran con los límites de otra realidad y pasan cosas. Las fronteras y los límites son singularidades donde se solapan los contrastes y las coincidencias. Y en el mejor de los casos, ambas condiciones (contraste y coincidencia) se van gradando hasta desaparecer. Pero no siempre es así. Yo nací y viví en Ceuta, una ciudad fronteriza entre dos países y entre dos continentes. Sé de lo que hablo. Esos contrastes también son visibles en cualquier espacio en el que rocen culturas distintas… pero existen otras muchas fronteras cerca de nosotros. Son menos evidentes, pero nos rodean.
Ayer, una mujer solitaria caminaba por la arena de una playa del sur. Justamente por donde el mar se detiene y se desparrama en la arena. La observé un rato imaginando historias sobre ella. Pelo corto, rubio, casi blanco. Caminaba descalza. Se detuvo a fotografiar los correlimos que vacilaban a las olas mientras buscaban alimento. Luego se agachó para fotografiar el ocaso a ras de la arena. El sol caía con majestuosa calma hacia el horizonte, por encima del castillo de Sancti Petri. El cielo se fusionaba con el mar en esa línea inalcanzable y misteriosa. Y la piel, ese conjunto de células, como límite del ser vivo que somos, recibía la luz, la brisa, los aromas, la calidez, la humedad del mar. Sí, muchas fronteras distribuidas en un simple vistazo. Las cosas pasan siempre en esos límites... tal vez porque es justamente ahí, en los extremos, donde ocurren las confrontaciones, los intercambios y los apocalipsis.
Y mientras la mujer caminaba por la arena, ajena a todos los sinsentidos del mundo, detrás de mí, Holger y Lady Lu celebraban su boda. Dos individuos que nacen en lugares distantes, que tienen vidas divergentes y el azar los hace confluir en el mismo tiempo y en el mismo espacio, cercándolos en una burbuja. Y ocurre que cada cuerpo y cada conciencia humana tiene sus propias fronteras, límites que los definen como seres únicos e irrepetibles. Límites que cuando se traspasan y se funden en un abrazo emocional y físico propician lo más fascinante del ser humano: el amor y el deseo de perpetuarse (...por cierto, se llama Mathías)
Sí, los límites son líneas fascinantes. Las sociedades humanas progresan o involucionan desde los extremos, alterando los límites de lo posible y violando las fronteras ideológicas. Los grupos humanos nunca se movilizan desde la comodidad de una situación estable y plácida. Es decir, las clases privilegiadas, las que detentan el poder real en las sociedades, las que dirigen la política por encima de partidos políticos y al margen de los votos, esas, digo, están muy alejadas de los extremos sociológicos. Los cambios siempre ocurren en el límite de la legalidad impuesta por esas clases que detentan tradicionalmente el poder y que trabajan para autoperpetuarse, aunque ello (su permanencia en el poder) suponga la infelicidad de la mayoría de la gente… solo las revoluciones que desarrollan los desfavorecidos o los engañados, pueden violentar los extremos y transformar las sociedades, para mejor o para peor.
Si la sociedad que hemos construido es injusta para gran parte de ella, solo podremos avanzar si somos capaces de atravesar las fronteras ideológicas y éticas establecidas por los poderosos y, una vez transgredidas, experimentar otros caminos. Solo avanzaremos si destruimos las fronteras que limitan, no ya la creatividad y la libertad de pensamiento, sino la dignidad humana. Si la democracia no es capaz de esparcir dignidad para todos, entonces es una democracia fallida. Entonces, sin ninguna duda, tenemos que atravesar el horizonte… la eterna utopía del hombre.
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