Dentro de varios días habrán pasado 87 años desde que el ejército de Marruecos se sublevara contra la II República española. En San Fernando, el 18 de julio de 1936, el jefe del Departamento Marítimo —vicealmirante Gámez Fossi—, en connivencia con militares de Cádiz (generales López-Pinto y Varela), ordenó la salida de las tropas para tomar la ciudad y sumarse así a la rebelión. Ese mismo día obtuvieron La Victoria. Al anochecer, con casi todos los concejales encarcelados, y la autoridad republicana extinguida bajo el osado uso de las armas, militares de infantería de marina, guardia civil y falangistas, comenzaron una represión feroz contra la población civil de filias republicanas. Nunca sabremos con seguridad cuántos isleños (civiles y militares) acabaron tirados de cualquier forma en las fosas comunes de la ciudad, cuántos golpeados en las cárceles habilitadas, cuántos condenados al ostracismo en su propia patria, a la ruina u obligados a huir para salvar la vida.
Ochenta y siete veranos más tarde, y después de seis años de trabajos penosos, Amede ha exhumado un total de 147 cuerpos de personas asesinadas por la barbarie franquista. El próximo 18 de julio se dará a conocer en acto público las primeras identificaciones presuntivas (Centro de Congresos de San Fernando, 19:30 h)… un anillo que rodeaba la falange de un cadáver, unas iniciales, una medalla encontrada en el costillar de otro hombre, unos trozos de mármol blanco bordeando aquel cuerpo, los huesos de un anciano aparecidos entre jóvenes, etc. Pequeños indicios que, a falta de resultados concluyentes de ADN, son datos que ayudan a acotar la identidad de los muertos. Pero, recordemos, los que habitaron las fosas comunes no eran criminales. Los criminales quedaron vivos e impunes. Fueron considerados valerosos patriotas, luchadores en una Cruzada de Liberación Nacional y bendecidos por la Iglesia. Los que dieron las órdenes de matar a indefensos y los que cumplieron esas órdenes desfilaron como pavos reales bajo banderas bicolor al son de fanfarrias militares y sus nombres se santificaron en calles, plazas, colegios y hospitales. Muchos de esos nombres, aunque ya estemos en la tercera década del siglo XXI, siguen campeando en las esquinas de San Fernando… y eso es vergonzoso porque exhalan valores contrarios a la convivencia democrática.
Pero las fosas excavadas por Amede en el cementerio de San Fernando, no son las únicas. Al menos hay otra en el interior del Arsenal de la Carraca, que es muy mal sitio para alojar una fosa común del franquismo. Lo es porque lo militar siempre ha sido muy celoso de miradas ajenas y porque, al fin y al cabo, allí ocurrió que unos marinos violaron la promesa que hicieron para defender a la República y otros marinos murieron por mantener la misma promesa. Allí ocurrió que unos marinos mataron a otros marinos. Y nunca, jamás de los jamases, deberíamos plantearnos cuántos marinos actuales se sienten cercanos a los muertos de la fosa y cuántos justifican a los que mandaron el pelotón de fusilamiento. El simple planteamiento de la cuestión desazona el corazón de todos... pero somos seres humanos, no avestruces que esconden la cabeza. Tenemos que recuperar la dignidad de los muertos y este gato sigue sin cascabel.
La posible fosa común del Arsenal fue descubierta de forma fortuita durante los años 90 por un trabajador de la sección de Movimiento y Arrastre de La Carraca. Relata en primera persona que por esas fechas le ordenaron rehacer un carril para vehículos sobre la vuelta de afuera que rodea el antiguo Dique de las Maderas y llega hasta el tercer cementerio situado a orillas del Caño Chico de Puerto Real. Manejó una máquina con uña y pala. Pasado el puente de madera que unía la isla de Santa Lucía con la vuelta de afuera, a pocos metros del comienzo (señalado en la imagen satelital con un óvalo rojo), encontró en el camino un montículo de un metro de altura que debería deshacer para habilitar el camino. Utilizó la uña para remover la tierra y poder retirarla posteriormente con la pala. En la remoción extrajo unos huesos que inicialmente interpretó como procedentes de un perro. Pero seguidamente apareció un cuerpo humano entero. Lo describe como momificado, tieso y completamente negro. El cuerpo conservaba la ropa, los pies seguían calzando zapatillas y en mitad de la frente se abría un agujero que interpreta como producido por disparo. Relata el trabajador que en ese lugar había numerosos huesos que estima procedentes de unos 20 individuos. Dos trabajadores más fueron testigos del hallazgo.
Se podría pensar que la ubicación de esta supuesta fosa común puede coincidir con la del antiguo segundo cementerio que se localizaba entre el penal de Cuatro Torres y el Dique de las Maderas. En ese caso los cuerpos hallados pudieran ser inhumaciones del segundo de los cementerios que se utilizaron en el Arsenal de La Carraca. Don Juan Manuel García-Cubillana los describe y muestra las ubicaciones en su publicación “La salud y la enfermedad en el Real Hospital y Enfermería del Arsenal de La Carraca (1756-1956)”. De su lectura se deducen dos cuestiones. La primera, que la ubicación del segundo cementerio de La Carraca y la supuesta nueva fosa común distan considerablemente. La segunda cuestión es que los cuerpos enterrados en el segundo cementerio fueron exhumados y vueltos a inhumar en el osario del tercer y último cementerio que hoy sigue existiendo en La Carraca, aunque igualmente clausurado. Por tanto, los restos humanos encontrados por el trabajador podrían pertenecer a una fosa común utilizada en 1936 por militares sublevados para enterrar a fusilados sin control judicial.
Esta ubicación es compatible con el relato que hace el cabo telemetrista de la dotación del cañonero Cánovas del Castillo, Juan Ponte Paseiro [véase República, alzamiento y represión en San Fernando / Amede, 2019], que participó en el intento de recuperar La Carraca para el gobierno de la República. Paseiro relata los asesinatos indiscriminados que perpetraron los sublevados contra los presos del penal de Cuatro Torres en julio de 1936:
"Cuando nos metieron a los del Cánovas en el Penal [23 de julio de 1936] ya había unos 80 civiles, entre ellos estaba el alcalde de San Fernando que era médico y socialista. Los quitaron a todos del Penal y los fusilaron sin juzgar, como a perros rabiosos. Dejaron solo al alcalde que días más tarde lo fusilarían también, a pesar de que todo San Fernando pedía su liberación porque según ellos era muy bueno con el pueblo". [FERNÁNDEZ DÍAZ, Victoria. Juan Ponte Paseiro: del Penal de San Fernando a Cartagena, pasando por Sevilla, Cáceres, 32 días de frente, evasión a la zona republicana por Algodor, Madrid, para luego embarcar en el crucero Libertad. http://exiliomarinosrepublicanos.blogspot.com.es / Consultado en febrero 2019. ]
Luego señala que durante el resto del mes de julio, después de asesinar a esos civiles, mataron a 13 o 14 miembros de la dotación de su buque. Y la pregunta es inmediata: ¿Dónde están esos cuerpos?¿Qué autoridad asume la orden de asesinar extrajudicialmente a tantas personas? Utilizando la macabra lógica de ese momento histórico podría pensarse que la fosa que estamos describiendo (a escasos metros del paredón trasero del penal de Cuatro Torres) sería una solución cómoda para hacer desaparecer a esos hombres sin dejar registro documental. Una solución amparada en la discreción de un establecimiento militar y en la disciplina de un silencio impuesto. Cada fosa común del franquismo es el escenario de un crimen. Es necesario estudiarlo, lo dice la ley y lo impone la decencia. Las personas que ahí siguen tiradas merecen ser reconocidas como seres humanos. No es decente considerarlos simples restos orgánicos dignos de olvidarse.
El gruista de Movimiento y Arrastre del Arsenal detuvo la máquina y comunicó el hallazgo al militar que le ordenó el trabajo. Éste pasó la novedad al almirante jefe del Arsenal, que requirió la presencia del trabajador para conocer los detalles de primera mano. Confirmó la orden: tapar, callar y olvidar. Ninguna noticia debía trascender… pareciera que el tiempo no hubiera pasado y siguiéramos anclados en la Dictadura. Vergüenza. Miedo a la verdad, a reconocer que existen ideologías que matan a hermanos.
¡Claro! ¿Para qué reabrir viejas heridas, verdad? Es más cómodo que las cosas se mantengan como siempre han estado: en la normalidad sociológica del franquismo. Que los patriotas sigan en su sitio, es decir, en ilustres panteones, en las esquinas dando nombres a las calles. Y si esos muertos inoportunos fueron arrojados de mala manera en un boquete, algo habrían hecho… cada cual tiene su lugar en esta historia. ¡Qué cojones!
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