La eterna lucha entre oprimidos y privilegiados

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Columna de opinión escrita por Miguel Ángel López Moreno titualada 'La eterna lucha entre oprimidos y privilegiados'

Hay un payaso junto al BBVA, en la plaza de los hornos púnicos. Hace malabares con tres pelotas de tenis a cambio de la voluntad… pero poca voluntad me parece a mí que fluye por aquí. En el centro de la plaza hay eso, hornos púnicos y fenicios, pero nunca sé cuáles son los fenicios y cuáles los cartagineses. Y me maravilla que haya gente que los estudie y los sepa distinguir. Ya me gustaría. Supongo que con tiempo y dedicación todo se consigue… recuerdo que una vez —con tiempo y dedicación— fui capaz de entender la ecuación de Schrödinger, ese galimatías de símbolos cuánticos que explicaban el electrón. Pero no sé, eso de emplear el tiempo en una cosa u otra lo llevo ahora con mucho recelo. Porque sí, porque a ciertas edades, conforme el tiempo fluye inevitablemente hacia su agotamiento, uno va pensando en lo valioso que es, y hay que decidir cómo se utiliza …o cómo se pierde, que también es una opción. Ya sé que no podré leer todos los libros que debería, ni entender yo-qué-sé-cuántas cosas para estar y ser mejor en el mundo que me ha tocado vivir. No sé… la gente de las aceras, la gente normalita, nos hemos pasado los últimos años tratando de entender —con éxito variable, por cierto— las crisis que nos han echado encima los que mandan en la sombra sin nuestro permiso. Entiendo que la dinámica social se me escapa, que la sociedad va mucho más rápida de lo que yo alcanzo a asimilar y cuando medio asumo las nuevas tendencias, me las cambian y se me queda cara de tonto. 

Sin embargo, hay algo que nunca cambia, ni en esta ni en las anteriores generaciones: la eterna lucha entre los oprimidos y los privilegiados. Los muchos peleando por alcanzar derechos y los menos defendiendo unos privilegios que consideran de su propiedad y que mantienen a costa de la sumisión de los primeros. Desde el principio de los tiempos estamos con esto… parece que esta lucha es el motor de la historia. En lo más profundo, la sociedad humana es muy parecida a una bandada de buitres devorando carroña. No hay mejor escena caótica para visualizar lo peor de nosotros mismos. Los más fuertes apartan, pisotean, aplastan y se hartan de carroña para continuar siendo los dominantes. Los débiles no alcanzan a comer más que los pocos despojos de despojos para continuar siendo los dominados. Esa es una constante en la dinámica vital de los buitres, pero también es una constante en la historia de las civilizaciones humanas. Y me parece que por encima de la ley del más fuerte deberíamos imponer el raciocinio y esa componente cultural que —se supone— nos hace humanos.

Seguro que hay carroña para todos si se acuerda un orden racional… pero no aprendemos. Yo creo que es nuestra condición, que siempre aparece algún grupo que se salta la fila para comer en primer lugar, más y mejor. Somos capaces de componer sociedades avanzadas en lo social y en lo humano (el arte, la creación, la belleza, la ciencia, la conciencia, la tecnología, la solidaridad, la ecología, etc., lo demuestran), sociedades que se organizan en torno a la voluntad popular y, por tanto, teóricamente capaces de elevarnos por encima del caos de una bandada de buitres… pero ¡quia! Son ilusiones. La realidad es que las sociedades democráticas no se organizan en torno a la voluntad popular sino en torno al poder de los mercados. Y cuando nos gobiernan los mercados y sus sacrosantas leyes, se nos va a la mierda la felicidad de las personas, volvemos a la orgía carroñera de los buitres y al darwinismo social. Estos días lo hemos visto en Cádiz (sur de España): los obreros del metal luchan por sus derechos. Los buitres dominantes se los regatean. Los secuaces vocean infamias…  

Sí… conforme el tiempo personal se agota parece fluir con más velocidad. Nos vamos quedando sin tiempo para asimilar las cosas que pasan a tu alrededor. Sin embargo, uno se consuela pensando que nadie alcanza a comprender el universo y mucho menos los vaivenes de la sociedad humana. Bueno, no importa, tampoco comprendemos las utopías o las entelequias y ahí estamos, buscándolas…

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