Es que se nota mucho que no aman la democracia. Hablo de los filofascistas españoles, esos ciudadanos que tienen maneras y hechuras de tales. Es decir, de esa parte de la derecha política, judicial, mediática, militar y eclesiástica que no se resigna a perder el control de los poderes. Son grupos arropados por un sector financiero cuyo único interés es su propio beneficio económico, con independencia de quien gobierne. Esa parte filofascista de la sociedad española —hablo de un sector sustancial del PP, de Vox, de algunos jueces y militares (nunca sabremos cuántos), de una parte de Iglesia y también de muchos medios de comunicación que operan al servicio de su amo—, digo que esa parte de la sociedad española representa hoy a las clases que tradicionalmente han mangoneado este país con total impunidad, y no se resignan a perder el control de las cosas… son esas clases sociales convencidas de que el poder les pertenece por derecho divino; que el poder debe estar ejercido por la gente decente, es decir, por ellos; y no aceptan que la única autoridad es la que emana de las urnas y que de vez en cuando cae en manos de otros actores. No lo aceptan y no se resignan a no tener el poder. A la vista está. Lo vemos estos días con las maniobras para (una vez que perdieron los poderes ejecutivo y legislativo) no perder el control del poder judicial.
En los contubernios políticos, judiciales, financieros y mediáticos de esa parte de la derecha no se está para tonterías ni para perder el tiempo. En esos contubernios se está para evitar que otros gobiernen con los votos de la gente, y se sirven todos los medios para violentar el mandato democrático. Todos los caminos, todas las mentiras, faltas de respeto, insultos, apropiaciones indebidas del lenguaje y de los conceptos, la tergiversación de la realidad tozuda y todas las manipulaciones valen para crear una normalidad de desorden que justifique su asalto al poder. En esos contubernios no hay decencia, ni bonhomía, ni sentido del honor, ni sentido de Estado. En esos contubernios solo vale recuperar el poder al precio que sea. No aman la democracia. Ellos piensan —y lo dicen continuamente y de múltiples formas— que no todos los votos son aceptables. Hay votos adecuados (los que ellos reciben, por supuesto) y hay votos inadecuados. Los inadecuados son los que sirven para formar gobiernos Frankenstein, que así es como llaman al gobierno de coalición PSOE-Podemos. Y también son inadecuados los votos que sirven para formar la mayoría parlamentaria que lo sostiene. Los filofascistas españoles cargan a sus espaldas una larga tradición antidemocrática y nunca han aceptado realmente que la autoridad emane de las urnas y no de la divinidad, como ha sido toda la vida en este país —recordemos que Franco era Caudillo de España por la gracia de Dios… la broma consistía en decir que Franco era Caudillo por una gracia de Dios—. Para estos grupos ideológicos el poder solo lo pueden ejercer las personas de orden y recta moral, y no esos desarrapados, disolventes, comunistas, maricas y bolivarianos, aunque tengan el respaldo popular. ¡Viva el vino!
A los filofascistas españoles les gusta un Estado monolítico, como Dios manda, con un gobierno monocolor —que no tenga necesidad de parlamentar para llegar a acuerdos con otros actores—, y no ese engendro que preside el tal Sánchez, compuesto de recortes políticos indeseables y obligado a negociar cada cosa. Les gusta un gobierno de autoridad, que ordene y mande mucho. Ellos lo llaman gobernar sin complejos. Así lo decía don José María Aznar, ese prócer de la patria española. Y no entienden ni aceptan que haya catalanes y vascos que quieran un Estado de ellos y para ellos. En realidad a casi ningún español le gusta que otros españoles se quieran largar de la casa común. Pero eso es una cosa y la otra cosa es reconocer y aceptar que vascos y catalanes tengan derecho a defender sus querencias mediante la política, porque para eso intentamos vivir en una democracia en donde se pueda defender cualquier idea, incluso la de irse con viento fresco a la puñetera calle. Y si esa pretensión de catalanes y vascos (muchos o pocos, no sabemos cuántos) no cabe en la actual Constitución, entonces tenemos un problema que hay que resolver con la política… y eso tampoco lo entienden los de siempre. Parece que prefieran un problema enconado a punto de explotar a cualquier intento de solución política como plantea el Gobierno de coalición, de ahí la intentona de la derecha caduca para mantener en su sitio a sus magistrados caducados. ¡Se sienten, coño!
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