Dicen por ahí que el corazón une y la razón divide. Y que los hechos invitan a reflexionar, pero las emociones empujan a caminar. Ocurre en la vida y ocurre en política.
Vox despertó a la derecha -e izquierda- con su llegada cuando las gaviotas apenas volaban. En la izquierda, egos e inentendibles motivos desembocan en la continua fragmentación. El meticuloso perfeccionismo acaba destruyendo más que creando. Lo de 'divide y vencerás' se aplica al pie de la letra en la izquierda, pero, si fuera útil con la ley electoral española, coleccionarían legislaturas. Veremos si Yolanda Díaz suma, o resta.
Y es que, para algunos, fallar en una cuestión pesa más en la autoestima -e imagen- que acertar en otras tantas. A otros, aunque las sombras del pasado brillen más que las luces del presente y los fantasmas continúen apareciéndose, un mínimo acierto les es suficiente para reavivar las ilusiones. El ruido está infravalorado. Y el aval de las gestiones mediante datos no es garantía.
Pasa con el fútbol. Si el tablero político se trasladara al deportivo, la izquierda sería el Barcelona y la derecha el Madrid. Por supuesto, salvaguardando las distancias, y no por ideología, pero sí por emociones. Los culés requerían de un juego impecable, con pleno control y regularidad, habida cuenta de que el descuido más insignificante les penalizaría con demasía, especialmente a nivel moral. Un gol encajado, a pesar de contar con varios de ventaja, era capaz de inquietar a los aficionados. Los merengues apenas necesitan ese gol para despertar el anhelo de sus fieles. Si no, miren algunas de sus últimas Champions conquistadas. Una mediocre liga regular no afecta en Europa. La épica engancha. La confianza en que puedes ganar aun yendo perdiendo es inversamente proporcional a la desconfianza en que puedes perder aun yendo ganando. El poder de las emociones.
Políticamente hablando, la izquierda necesita convertir todas las promesas en realidades si gobierna - o que el rival lo haga muy mal si están en la oposición - para confiar en su victoria; mientras que en la derecha creen en un gran resultado aun a sabiendas de que el aire sopla en su contra. El voto castigo es lo que tiene.
Y pasa con la música. Una canción pegadiza con autotune y una base limitada puede romper las radios musicales, mientras que una producción exhaustiva no sale de un estudio. En este mundo de caos, no es de extrañar que el ciudadano opte por escuchar lo que suena más, pero no mejor.
A diferencia de la razón, las emociones movilizan tanto como destruyen. En el caso de Reino Unido, al aislamiento. Ser únicos y especiales es lo que tiene. Tenían que estar en la Unión Europea, pero con su moneda, no con el euro. Solo ellos y sus antiguas colonias conducen por la izquierda en el continente. Intentar ser los Estados Unidos británicos conlleva a decisiones tan drásticas como el Brexit y la elección de un candidato trumpista en locura, cuerpo y forma. El sueño americano. En esto no están solos, también algún japonés intenta parecerse a la sociedad norteamericana sustituyendo colegios por mítines pero tomándose la libertad a tiro limpio.
Ahora, los hechos diluyen las ilusiones despertadas. Ilusión viene del latín ilusionis, que significa engaño. Porque así es la ilusión, ese don humano para creer en cosas que, aunque no vemos, sí imaginamos, y nos ayudan a (sobre)vivir.
Sin estar acompañados por la emoción, los hechos tienden a la infravaloración e inutilidad. La emoción, huérfana de hechos que la refuten, tiende a la frustración, desidia y desconfianza. Porque será precisamente esa, la combinación entre razón y emoción, la que nos produzca el mayor acercamiento posible a la toma de las mejores decisiones. Emoción racional.
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