Comencemos diciendo que estoy totalmente a favor de que se hayan levantado las alfombras de Hollywood y se hayan conocido todo tipo de abusos sexuales respecto a los cuales la actitud tradicional de la industria y los medios era la de mirar hacia otro lado. De hecho, creo que nos quedamos cortos. Porque el resultado de una violación no puede ser una pira en Twitter ni tan siquiera la cancelación de todos los contratos habidos y por haber; el foro no debe ser Twitter sino un juzgado, y el resultado debe ser la cárcel. Por eso, al igual que el me too me parece un movimiento muy positivo, creo que se está prestando muy poca atención a mejorar las legislaciones vigentes para que hechos terroríficos no vuelvan a suceder con impunidad, y demasiada al juicio moral público en medios de comunicación y redes sociales. Y cuando el sistema judicial es sustituido por un mero escarnio público, corremos el riesgo de cometer injusticias.
Woody Allen vivió una acusación de agresión sexual a su hija Dylan Farrow allá por 1992. El caso generó hace casi 30 años un amplio debate, zanjado judicialmente hasta el punto de que Allen no llegó siquiera a estar imputado. Existieron innumerables investigaciones independientes por parte de instituciones dedicadas al abuso sexual infantil, como la Clínica de Abuso Sexual Infantil del Hospital Yale-New Haven o la Agencia de Bienestar Infantil de Nueva York, que no solo no pudieron demostrar el caso de abuso, sino que concluyeron que su hija Dylan no había sido agredida sexualmente y la acusación era infundada.
Estos especialistas médicos destacaron, además, que las ideas parecían haber sido introducidas artificialmente en la mente de 7 años de Dylan por parte de su madre, Mia Farrow. Sin embargo, en 2014, 24 años después de los supuestos hechos y a la luz del me too, se reaviva la atención mediática hacia este tema, con cancelación de películas, censura de memorias y repudio generalizado hacia Allen, sin que haya existido novedad alguna en el caso. Moses Farrow, hijo adoptivo de Allen y Farrow, declara en un crudísimo artículo de 2018 que había estado presente en el día de los hechos y que nunca perdió de vista a Dylan durante la visita de su padre, así como carga contra la manipulación y los abusos de su madre, destacando que dos de sus hijos la han acusado de maltrato verbal y físico y otros dos cometieron suicidio. Hasta aquí los hechos fundamentales.
Por supuesto, todo ello se enmarca en la relación de Allen con Soon-Yi Previn, respecto a la que existió desinformación en su momento y hoy, casi 30 años después de su comienzo, más aún. La pira pública habla de que Allen se acostó con su hija menor de edad —en ocasiones, incluso se la califica de “retrasada”—. Lo cierto es que Previn tenía entonces 22 años y no era ni su hija ni su hijastra. Es la hija adoptiva de Mia Farrow y el compositor André Previn, y con la que Allen jamás vivió.
Hoy tiene 49 años, ha cursado estudios universitarios en Drew y Columbia, y su matrimonio con Allen dura ya 23 años, con quien tiene dos hijas adoptivas —para lo cual, Allen volvió a ser investigado, como cualquiera que conozca los procesos de adopción podrá imaginar—. Por supuesto, es legítimo que a muchas personas esta relación les parezca algo muy feo. Pero, ojo, una cosa es algo que no nos gusta y otra algo que es un hecho delictivo. La relación de Allen y Previn es una entre mayores de edad y consensuada por ambos. Y tener una actitud prejuiciosa y paternalista respecto a la capacidad de juicio de Previn es, entre otras cosas, bastante machista. Pueden, además, comprobar su versión y su capacidad de juicio en la entrevista que realizó en 2018.
Miremos con perspectiva. Los supuestos hechos delictivos habrían sucedido hace 28 años. Fueron analizados y evaluados desde todos los puntos de vista posibles. Todo el mundo en Hollywood conoce esta historia hasta el detalle, porque fue una mina de oro para los medios sensacionalistas en los años 90. No ha habido ninguna novedad, ningún dato que no fuera conocido entonces —si acaso, solo las declaraciones de Soon-Yi y Moses a favor de Allen—. Pero, en cambio, actores y actrices que han trabajado a lo largo de esos 28 años y que, por tanto, conocían perfectamente la historia, dicen ahora que están muy arrepentidos. No se equivoquen: sabían entonces lo mismo que ahora. Pero entonces aquello no dañaba su imagen o sus posibilidades de ganar un Óscar y ahora sí.
Hipocresía, cinismo y meras acciones de relaciones públicas. Woody Allen es hoy un cabeza de turco y declararse en su contra es poco menos que una medalla fácil de colgarse. Lo difícil es arriesgarse a posicionarse a su favor, como han hecho actores y actrices como Diane Keaton —y todas las exmujeres y exparejas de Allen exceptuando, claro, a Farrow—, Alec Baldwin, Scarlett Johansson o Javier Bardem. No son personas defendiendo la pedofilia y el abuso sexual, sino defendiendo a alguien a quien la justicia, con la colaboración independiente de expertos en pedofilia y abuso sexual, demostró inocente hace 28 años.
Pero el caso es que ya todo da igual. Woody Allen es el demonio para una buena parte de la sociedad, y da igual que haya datos, informes y resoluciones judiciales, que muchos ven al director con cuernos y rabo. Y, ojo, esto me parece legítimo. Lo que no me lo parece es que esas percepciones justifiquen que un libro no pueda editarse o una película no pueda filmarse y estrenarse. Aparte de lo distópico de estas consecuencias, reivindico mi derecho a leer y a ver lo que me dé la real gana. Señores, que me he tragado El triunfo de la voluntad —documental dirigido por Leni Riefenstahl que celebraba el histórico congreso del Partido Nazi en 1934— y hasta una basura como Raza —película con guion de Jaime de Andrade, seudónimo del mismísimo Franco—. Y, además, por más que los que disfrutamos con el cine y los libros de Allen vivamos en una espiral del silencio, somos más de lo que podría parecer, hasta el punto de que sus memorias han sido uno de los fenómenos de ventas de 2020. Twitter es solo una pequeña parte de la sociedad.
Esta semana salían unas declaraciones de la actriz Elena Anaya, quien, en un tono desenfadado, contaba que Allen la picaba con frases como “Eres la peor actriz de la historia”. Explicaba que la ayudó mucho a mejorar porque sabía lo que quería, y, si uno revisa las distintas entrevistas de la actriz, encuentra frases como “Fue muy cariñoso”, “Me dijo que estaba muy agradecido porque yo había hecho un esfuerzo enorme, lo había dado todo y que era una excelente actriz”, etc. Pero ya da igual todo. Woody Allen es un monstruo, y da igual que la propia Anaya explique lo contrario y que le encantaría volver a trabajar con él. Twitter ha dictado sentencia, la misma que no dictaron los tribunales.
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