(A Angelita Villagrán Peralta, por su ayuda y sobre todo por mantener tan vivo y con tanto fervor el recuerdo de su padre.)
El día 27 de noviembre está declarado en España como el “Día del maestro” en reconocimiento de la importante labor social desarrollada por los hombres y mujeres que en el mundo dedican su vida profesional a la educación y a la enseñanza. Después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura en 1957 el conocido escritor francés Albert Camus dirigía una sincera y hermosa carta de agradecimiento a su maestro de enseñanza primaria Louis Germain por todo lo que había hecho por él durante su infancia de niño pobre, a la vez que le confesaba que nada de lo que había llegado a ser en la vida habría sido posible sin su decisiva influencia. Aquellos y aquellas que hemos dedicado nuestra vida profesional y laboral a estas tareas de la educación sabemos que palabras como las que Camus escribía a su querido maestro constituyen la mayor satisfacción que podemos esperar por nuestro trabajo.
Como Camus, también yo fui un alumno pobre, hijo de un trabajador de viñas de Trebujena con una familia numerosa a su cargo que mantener con el escaso e inseguro salario que rendían las faenas temporales que imponían las necesidades de cultivo del viñedo También como él tuve un maestro al que quise y al que tengo mucho que agradecer por todo lo que de bueno, mucho, hizo conmigo y con los demás compañeros que compartimos su magisterio y su buen talante en los años finales de la década de los 60 del pasado siglo como alumnos de Educación Primaria.
Mi maestro en esos años se llamaba Diego Villagrán Galán, don Diego. Don Diego fue un gran profesional de la enseñanza, “uno de esos maestros de la República” que pasado el tiempo me ha recordado al maestro de la película “La lengua de las mariposas”, un hombre que es recordado por Angelita, su hija, también maestra, como una persona cabal, honrada y sobre todo con un profundo sentido de la justicia. Como el maestro de esta película también era D. Diego un hombre nacido en el seno de una familia de tradición liberal, de claras ideas republicanas casi cercanas al socialismo, unas ideas que mantuvo durante toda su vida. En relación con esta faceta me contaba su hija que ella recordaba las noches en las que D. Diego se pasaba horas la clandestina Radio Pirenaica durante los años de la dictadura franquista.
Mi amigo Juan Antonio Cordero Moyano, otro de sus alumnos y también maestro, lo recordaba así en una colaboración que escribió para la Revista Programa de Feria de Trebujena del 2008: “D. Diego Villagrán ha sido el mejor profesor que he tenido. Y no sólo por lo que me enseñó sino también por su persona, su cariño, su comprensión, su bondad y por el aprecio que le tenía a todos y cada uno de sus alumnos”. Una certera imagen que compartimos todos aquellos que tuvimos la gran suerte de convivir con él en esas horas de clase que tan cortas se nos hacían a muchos de nosotros.
Tenía con sus alumnos una relación muy cercana, bromeando constantemente con ellos. Por ejemplo, con Juan Antonio Cordero, al que D. Diego estimaba mucho, se metía en ocasiones por aquello de su apellido y le decía: “Tú no eres Cordero ni nada, tú lo que eres es un <<agneau sans laine>>, es decir, un cordero sin lanas. Se lo decía en francés porque este era un idioma al que siempre tuvo mucho cariño y del que gozaba de un muy buen nivel, como más adelante referiremos. De la misma manera, sus alumnos mantenían con él una relación muy cordial y sabiendo de esta cordialidad y buen talante de D. Diego algunos de ellos, los más pícaros, le gastaban ciertas bromas, como cuando le echaban sal al agua del búcaro que entonces había en el aula para sobrellevar los rigores de los últimos meses del curso escolar y esperaban a ver su reacción de sorpresa y enfado que siempre duraba bien poco, o cuando le robaban algunos de sus cigarrillos “Bonanza” y este con su proverbial despiste ni siquiera se daba cuenta. Así era también nuestro maestro don Diego Villagrán.
Después de terminada la enseñanza primaria aún tuve la gran suerte de tenerlo de nuevo como maestro en los cursos de la modalidad de Bachillerato RTV, una especie de bachillerato a distancia dependiente del entonces llamado Centro Nacional de Enseñanza Media por radio y Televisión. En esta modalidad de Bachillerato, sólo hasta 3º curso, recibíamos clases diarias de algunos maestros de Trebujena y al final de cada curso nos visitaban unos examinadores de Cádiz que nos examinaban de todo el contenido de cada asignatura del curso, hasta de gimnasia en el viejo campo de fútbol de tierra. Se impartían estas clases en las instalaciones del antiguo Hogar del pensionista y algunas dependencias anejas y colindantes con uno de los laterales del anteriormente citado campo de “Fútbol Viejo”. En estos años, claro está, en Trebujena no existía aún instituto de Bachillerato.
Recuerdo que en esos cursos de Bachillerato Don Diego nos enseñaba francés. Su nivel y dominio de esta lengua, como ya se ha apuntado, era muy bueno. Recuerdo también que cuando tuvimos que marchar a Jerez para continuar con el cuarto curso de Bachillerato al Instituto Álvar Núñez, a una profesora de francés de ese nuevo centro le llamó la atención el buen nivel que traíamos los alumnos procedentes de Trebujena, llegando a encargarnos expresamente que le trasladáramos sus felicitaciones a D. Diego por el trabajo hecho con nosotros en Trebujena con el aprendizaje de este idioma extranjero. En esa época al Instituto Álvar Núñez lo llamábamos “Instituto Nuevo”, pues hasta entonces sólo existía en Jerez el Instituto P. Luis Coloma.
Siempre me pregunté cómo había adquirido don Diego Villagrán este nivel de conocimiento de la lengua francesa. La explicación de esto último parece encontrarse sin duda en el hecho contrastado de que el padre de D. Diego, Diego Villagrán Chamorro, había estado trabajando en la primera Azucarera Jerezana de El Portal que había empezado su primera campaña a finales de 1900: el grueso de la maquinaria que se instaló en esta planta industrial fue montada por la empresa francesa Carion-Delmott, algunos de cuyos empleados debieron quedarse hasta el cierre de la azucarera en 1906.
El padre de D. Diego, según parece hombre inteligente y despierto, compró bastantes libros para aprender la lengua francesa y así poder entenderse y relacionarse con el personal técnico y obrero de esa nacionalidad. Posteriormente, su hijo, el joven Diego, persona autodidacta, siempre muy curiosa intelectualmente y perseverante en todo lo que emprendía pronto sintió curiosidad e interés por esta lengua. Así habría empezado a encariñarse con ella y a aprenderla y estudiarla en los libros que su padre había llevado a casa y seguramente también con las orientaciones recibidas de este. En este sentido, me cuenta su hija Angelita que una vez que se hubo jubilado y marchó a Sevilla incluso pensó muy en serio en la posibilidad de matricularse en francés en la Escuela de Idiomas, algo que finalmente no llegó a hacer, o que cuando oía hablar en francés a algún nativo inmediatamente intentaba entablar con él una conversación en su lengua, con cualquier pretexto, como la ocasión en que estando en la playa de Chipiona oyó a su lado a un señor hablar francés y para llamar la atención del hablante empezó a pronunciar en voz alta “Mon dieu comme il fait froid” y terminó haciéndose amigo de este ciudadano francés con el que se carteaba en ese idioma. Posteriormente, como se verá más adelante, completaría su conocimiento y formación con el estudio de esta lengua en los cursos primero y segundo de la carrera de Magisterio que inició en el curso 1930-1931.
De esos años de Bachillerato en Trebujena con don Diego Villagrán y con otros maestros, entre ellos su hijo Diego, desgraciadamente fallecido hace poco tiempo, guardo con cariño la presencia en mi memoria de algunos compañeros y compañeras con los que compartí esta nueva experiencia y la nueva singladura del Bachillerato que tan anómala resultaba entonces para los hijos e hijas de la clase trabajadora de aquella España franquista en la que eso de la movilidad social no dejaba de ser una ficción más del régimen y los estudios aún constituían un coto cerrado y reservado para determinados grupos y clases sociales. Porque en esos años en Trebujena, como en tantos lugares, los hijos de los obreros del campo no teníamos asegurado nada de antemano, nada excepto seguir la estela de nuestros padres en el trabajo del campo en las viñas.
Aunque no he venido a estas páginas para a hablar de mí, en mi caso, por ejemplo, yo empecé a estudiar bachillerato por una serie de circunstancias que, casualmente, terminaron sorteando el guión social prestablecido e inamovible previsto para los hijos de los obreros: sólo la insistencia machacona y la capacidad de persuasión de otro maestro ante mis padres para convencerlos de que yo debía estudiar, además de la valentía de estos al adoptar la decisión que finalmente tomaron, lo hicieron posible. Y en aquellos años no era esta una decisión fácil en medio de las estrecheces propias de una familia numerosa a cargo de un trabajador de campo. Aún recuerdo que cuando necesité el certificado médico para mi ingreso en Bachillerato, acudí para ello a la consulta del médico D. Manuel Miejimolle, pero en mi casa no había en ese momento dinero para pagarlo y mi madre tuvo que pedirle a este médico que le permitiera satisfacer su importe cuando mi padre empezara la temporada de trabajo en la viña.
Entre los compañeros y compañeras de estos primeros cursos de Bachillerato en Trebujena guardo con especial cariño el recuerdo de Antoñito “Porreno”, Cabral, hijo de “Lorenzo Ramillado”, de Agustín Tejero Castillo, de Manolo y a su hermano Pepe, ambos hijos del “Hortelano” y de tantos otros de los que espero que sepan perdonar mi flaca memoria. Me gustaría destacar especialmente la presencia en esos años de bachillerato con D. Diego Villagrán de un grupo de compañeras, muchas de las cuales terminaron convirtiéndose en magníficas profesionales después de terminar sus estudios. Ya en esos años estas mujeres, entonces unas adolescentes, destacaban de manera sobresaliente en sus estudios. Todas ellas eran unas magníficas estudiantes que sobresalían de manera especial en el grupo de la clase: recuerdo con especial cariño también la brillantez de la tristemente desaparecida Paqui Villanueva, de Antonia Valderas, de Paqui Bautista o de “Fifi”. Menudo puñado de jóvenes coincidieron en esos años en la clase. Para todas ellas mi afecto y reconocimiento.
Según me cuenta Angelita, la hija de don Diego, apenas han quedado en su casa documentos o recuerdos de su padre a excepción de algunas fotos y su título de maestro firmado por el presidente de la Segunda República y alguno más. El motivo es que D. Diego prefirió que esos recuerdos suyos estuvieran en manos de sus nietos y de esta manera se los fue repartiendo a medida que estos se iban haciendo mayores. Así, a uno le daba algunos de sus dibujos, a otro su carnet de estudiante de Química de la Universidad Central de Madrid o a otros, por ejemplo, ciertos documentos con sus notas obtenidas en las diversas etapas de estudio por las que pasó.
Afortunadamente hemos podido localizar cierta documentación, poca, es verdad, en los archivos municipales de Trebujena y Jerez de la Frontera y de la que nos serviremos para completar algo más de su vida durante los primeros años de su juventud. Don Diego Villagrán Galán, nuestro maestro, fue también, como Camus, un estudiante pobre con pocos recursos, sobre todo a partir del fallecimiento de su padre ocurrida en 1931, una circunstancia que lo obligó como veremos luego a abandonar sus estudios en Madrid y a regresar precipitadamente a Jerez para ponerse a trabajar y ser el sostén de la familia. El fallecimiento del padre lo convirtió de golpe en el nuevo cabeza de familia. Sabemos que en diciembre de 1930 D. Diego vivía en la ciudad de Jerez de la Frontera, en la calle Banastos número 6. Tenía D. Diego en esta fecha 20 años pues había nacido en Trebujena el año 1910 y compartía este domicilio familiar con el resto de su familia.
Estaba formada la unidad familiar por su padre, Diego Villagrán Chamorro, también nacido en Trebujena, con 61 años de edad y de profesión secretario del juzgado del pueblo sevillano de Herrera, su madre, otra trebujenera de 57 años llamada María Galán Camacho y sus hermanas Francisca y Juana, solteras, de 30 y 25 años respectivamente, ambas también nacidas en Trebujena. Completaba el grupo familiar Catalina Camacho Galán, su abuela materna, nacida también en Trebujena y con 87 años en 1930. Todos los integrantes de la unidad familiar sabían leer y escribir, algo que no era nada baladí para la época de la que hablamos, sobre todo en el caso de las mujeres.
Don Diego había estudiado Bachillerato en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Jerez entre los años 1922-1928 donde según certificaba su director Horacio Bel en esa fecha había observado una intachable conducta y un Sobresaliente aprovechamiento en sus estudios. Desde 1922 hasta 1928 en que cursó el Bachillerato en don Diego había venido disfrutando de una beca subvencionada por el Estado con la cantidad de 1350 ptas. anuales creada en 1922 para premiar a los estudiantes pobres y con escasos medios. Cuando comenzó sus estudios universitarios esta beca le fue trasladada a la Universidad Central de Madrid para el curso 1930-31 a donde marchó don Diego para estudiar en su Facultad de Ciencias la carrera de Química.
Don Diego estuvo disfrutando de esta beca hasta abril de 1931 por cumplir hasta esa fecha las tres condiciones que se exigían, a saber, no tener suficientes recursos económicos, haber tenido una calificación de sobresaliente durante el bachillerato y haber observado una conducta inmejorable. Pero ese mismo abril de 1931 la vida se le iba a truncar a don Diego pues en ese mes estando él en Madrid, como se ha dicho, su padre fallecía en Herrera (Sevilla). Por este motivo se vio obligado a abandonar los estudios universitarios de Ciencias al tener que renunciar a la beca que le permitía estudiar en Madrid pues con su vuelta a Jerez perdía también una de las condiciones para ser becario, la de ser alumno oficial.
Pero no por eso se arredró nuestro joven maestro. Para aprovechar el curso 1930-31 decidió alternar el trabajo manual para mantener a su familia con el estudio como alumno libre de la carrera de Magisterio. No sabemos a qué trabajos manuales se dedicó el joven Diego Villagrán, pero fuera el que fuera resultaban insuficientes para sacar adelante a su familia y a la vez costearse los gastos que originaban los nuevos estudios de Magisterio. De modo que en mayo de 1931 se dirigió al recién establecido ayuntamiento republicano de Trebujena adjuntándole una factura por un importe de 136 ptas. que había tenido que gastar en libros de la nueva carrera. Para esta exigencia D. Diego se basaba en un acuerdo que por lo visto había adoptado la corporación municipal trebujenera en diciembre de 1922 por el que esta le había concedido entonces ese beneficio académico desde esta fecha hasta que terminara una carrera. El Ayuntamiento de Trebujena le comunicaba a los pocos días que sintiéndolo mucho no podía acceder a lo solicitado debido a que en el presupuesto de 1931 no había consignada cantidad alguna para ese fin.
Ante esta negativa D. Diego se dirigió un mes más tarde, el 8-7-1931, al Ayuntamiento de Jerez explicándole la situación en que él como estudiante y su familia habían quedado después de la muerte de su padre, haciéndole parecida petición que la que ya había presentado ante el Ayuntamiento de Trebujena. Le pedía al consistorio jerezano que le ayudara con una subvención por el importe de los libros y de la matrícula de Magisterio. Pasada esta solicitud a dictamen de la Comisión Municipal de Instrucción Pública este no pudo ser más favorable a las pretensiones de don Diego: el 16-7-1931 aquella acordaba proponer al Pleno que se accediera a lo solicitado por D. Diego porque a su juicio demostraba “un decidido amor a los estudios y legítimos deseos de mejoramiento que en último término han de redundar en beneficio de la sociedad”.
Apenas un año más tarde, en octubre de 1932, en cumplimiento de las condiciones que el Ayuntamiento de Jerez le puso para concederle la subvención anterior, D. Diego rendía cuentas y le informaba por escrito de las asignaturas de la carrera de Magisterio que en apenas un año había aprobado: en ese tiempo había aprobado 15 de las 41 asignaturas, y prácticas de enseñanza, que componían los cuatro cursos que según el Plan de Magisterio de 1914 integraban esos estudios, es decir, algo más de la tercera parte de su currículum.
- Convocatoria de septiembre del curso 1930-31:
Dibujo de 2º, Aprobado; Historia Natural de 3º, Aprobado; Música de 1º, Sobresaliente.
- Convocatoria de junio del curso 1931-32:
Gramática de 1º, Notable; Pedagogía de 1º y de 2º, Notable y sobresaliente respectivamente; Música de 2º, Sobresaliente; Prácticas de 1º, Notable; Caligrafía de 1º, Notable; y Caligrafía de 2º, Aprobado.
- Convocatoria de septiembre del curso 1931-32.
Historia de la Pedagogía 4º, Notable; Elementos de Literatura de 4º, Aprobado; Agricultura de 4º, Aprobado; Rudimentos de Derecho y Legislación Escolar de 4º, Aprobado y Gramática de 2º, Notable.
Don Diego acabó sus estudios de Magisterio en 1934 cuando contaba con 23 años de edad, obteniendo en esta fecha el título de Maestro de Primera Enseñanza. Terminada la carrera obtuvo su primer destino en la población gaditana de Medina Sidonia donde permaneció hasta los años finales de la década del 40 del pasado siglo. Aquí sirvió una escuela ubicada en una especie de palacio cedido al Ayuntamiento por la Duquesa de Medina Sidonia. Al llegar a Medina vivían con él una de sus dos hermanas solteras y su madre, hasta que la primera se casó y se marchó a vivir a Vejer. En esta población trabó una sincera y gran amistad con Ángel Ruiz Enciso, un maestro sevillano que llegó a ser posteriormente alcalde del pueblo por Izquierda Republicana y que fue fusilado a raíz del golpe de Estado en la localidad. Estando ya este detenido en su domicilio, Don Diego, a pesar del riesgo que ello implicaba en esos días de 1936, decidió una noche ir a visitar a este maestro amigo.
Al poco de estar en la casa se presentó un sargento de la Guardia Civil y una pareja con la orden de vigilar la casa y de detener a cualquier persona que allí se encontrara con el detenido. Don Diego se libró entonces de ser arrestado y encarcelado porque conocía algo a este sargento de antes de la Guerra por haber jugado con él y con otros que frecuentaban el casino algunas partidas de dominó en algunas ocasiones. La gran amistad y el recuerdo que unían a D. Diego con este maestro fusilado se ha mantenido en su familia hasta hace unos años pues su hija, después de fallecido ya D. Diego, ha acudido al cementerio de Medina para depositar unas flores en la fosa común donde reposaban los restos de aquel amigo de su padre. Una hermosa y triste historia de amistad que se repitió en muchos lugares de la geografía española.
En su destino de Medina, tras los primeros días del golpe de Estado, D. Diego tuvo que vivir la dolorosa experiencia de ver llegar detenido a su hermano mayor Federico el cual desempeñaba el puesto de secretario del Ayuntamiento de Paterna y que había sido conducido desde este último pueblo a la cárcel de la población asidonense acusado de izquierdista colaborador con las autoridades del Frente Popular de Paterna y de haberse opuesto al triunfo de los militares sublevados en la localidad, una grave acusación que le valdría finalmente una condena de ocho años por inducción a la rebelión militar cumplida en el Castillo de Santa catalina de Cádiz.
En una investigación publicada sobre la persecución que sufrió Federico Villagrán se ha atribuido, erróneamente a nuestro juicio, a la supuesta influencia ejercida por D. Diego sobre determinada autoridad política de Medina el que su hermano Federico no hubiese sido fusilado al llegar a la cárcel de Medina. Según esta investigación esta supuesta influencia de D. Diego habría conseguido que su hermano Federico fuera encarcelado al llegar en la azotea de la cárcel de Medina y no en su patio, evitando de esta manera una “saca” y su fusilamiento, como venía ocurriendo en dicha cárcel por las noches.
Esta misma investigación atribuye igualmente a D. Diego Federico dos hermanos inexistentes, un hermano llamado Pepe dueño de una bodega en Jerez a principios de los años 40 del siglo pasado y otro supuesto hermano llamado Andrés que habría sido concejal en la primera corporación republicana de 1909 en Trebujena. La verdad es que D. Diego sólo tuvo un hermano varón, su hermano Federico, nacido en Jerez y nueve años mayor que. Federico estaba casado con la maestra trebujenera Petra Bustillos Pérez con la que vivía en Paterna, aunque mantenía casa abierta y empadronamiento en Jerez, en la calle Padre Hortas Cáliz nº 3, donde figuraban en 1930. Además de su esposa, en este domicilio vivía una cuñada soltera de 24 años llamada María y su suegra, Palomares Pérez Gómez, viuda de 65 años, todas ellas nacidas en Trebujena y residentes en Jerez desde 1928. Petra Bustillos, como tantos maestros en Jerez, sufrió la represión laboral y política que se impuso al Magisterio por los vencedores, llegando a ser sancionada temporalmente con la suspensión de empleo y sueldo.
Los primeros años de la posguerra fueron años de escasez y de penuria económica. El sueldo de maestro no daba entonces para gran cosa. Muchos de los maestros y maestras debieron buscarse para sobrevivir alguna otra ocupación, además de las clases de “permanencias”, que compaginaban con su actividad principal en la enseñanza. Fueron muchos los maestros que lo consiguieron realizando ciertos estudios de “enfermería” para hacerse practicantes. Uno de ellos fue D. Diego, como se desprende del expediente de 1940-41 sobre esos estudios que hemos localizado. Una vez concluida estos estudios don Diego obtuvo el título de practicante en Medicina y Cirugía. Ejerció también esa segunda actividad en Medina Sidonia desde 1940-41 en que obtuvo el título y en su destino de Santa Cruz de Tenerife al que se incorporó el año 1951, según indica el registro de su título en la Delegación Administrativa de Enseñanza Primaria de Santa Cruz de Tenerife. Después de esta última escuela de Canarias D. Diego obtuvo nuevo destino en El Cuervo (Sevilla) al que se incorporó aproximadamente en 1957, según se recoge también en la diligencia de registro de su título por la Delegación Administrativa de Sevilla. Desde esta localidad sevillana se trasladó a Trebujena, aproximadamente a finales de los 50 o principios de los años 60.
Debemos concluir ya estas páginas. Con ellas sólo he pretendido plasmar algunos recuerdos personales de estos años de alumno con D. Diego y dejar escritos unos retazos de la vida, pocos en realidad, de este gran maestro y gran persona que para mí y para muchos otros trebujeneros y trebujeneras que lo conocieron fue el maestro D. Diego Villagrán Galán. Sé que estas expresiones de gratitud de sus alumnos sí le hubieran gustado. Cuando a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado se planteó ante el Ayuntamiento de Trebujena una iniciativa para rotular una calle del pueblo con su nombre, él manifestaba que, bueno, pero que por qué habían de ponerle su nombre a una calle, que al fin y al cabo él no había hecho más que cumplir con su deber y con su trabajo.
Parece ser que la iniciativa no tuvo éxito porque la tirantez y el enfrentamiento político existentes entonces en el pueblo entre las dos principales formaciones políticas de la localidad no lo permitió. Aunque sabemos pues que D. Diego no era hombre al que le gustaran estos reconocimientos oficiales, nosotros sí hemos querido situarnos en la obligación de valorar y de reconocer los méritos de aquellas personas de nuestro pueblo que realmente se lo merecen, y el maestro D. Diego Villagrán Galán sin lugar a dudas fue uno de esos paisanos que entonces hubiera merecido tal distinción. Ya hace casi 30 años de su fallecimiento, pero nunca es tarde para hacer que resplandezca un poquito de justicia y se reconozca el mérito social de estos hombres y mujeres dedicados a la educación entre los cuales, repito, el maestro D. Diego Villagrán figura como un digno representante.
No quiero terminar sin expresar mi agradecimiento a aquellos amigos que con su información, poca o mucha, han contribuido también a que estas páginas se escriban: a Manolo Aguilar Villagrán, a Juan Antonio Cordero Moyano y a Agustín García Lázaro. A todos, muchas gracias.
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