1. Introducción.
En la madrugada del 3 de abril del año 1767 el Alcalde Mayor de Jerez, Juan Sánchez Tordesillas, acompañado de escribanos se presentaba en la Casa y Colegio de los Jesuitas de la ciudad y les intimaba el decreto real de expulsión y de ocupación y confiscación de todos sus bienes. Se les concedía 24 horas para que abandonasen los Colegios y se dispusiesen a dejar las tierras del reino encaminándose al exilio. Desde ese momento, como afirma el profesor Javier Vergara, se asiste a “una fiebre obsesiva por inventariar los bienes de los llamados a partir de entonces jesuitas expulsos…” (Véase VERGARA; JAVIER: “El proceso de expropiación de la biblioteca de los jesuitas en Pamplona (1767-1774), Revista de Historia Moderna, nº 26, 2008, p. 325) Los libros, impresos o manuscritos, y toda la documentación de archivo y papeles, por muy insignificantes que parecieran, depositados en todos y cada uno de los Colegios jesuitas que la Compañía tenía en España en el momento de su expulsión van a ser también objeto de ese afán desmedido por inventariar, indizar o catalogar.
En nuestro importante Archivo Histórico Municipal se conservan diez legajos (nº 110 a 119) que suman casi 270 expedientes, cronológicamente entre los años 1767 y 1809, que detallan todo lo ocurrido con los jesuitas y sus bienes, o “temporalidades”, desde su expulsión hasta la fecha extrema indicada. Esta documentación, rica por la información útil que contiene para muy diversos centros de interés historiográfico, no parece que haya sido hasta el momento muy utilizada como base o centro de esas investigaciones. (Véase sobre esto ORELLANA, CRISTÓBAL: “La documentación sobre la expulsión de los jesuitas en el Archivo Municipal de Jerez”, Revista de Historia de Jerez nº 22, 2019, año, pp.185-216)
El propósito de esta colaboración es en este sentido desde luego muy modesto: aprovechando la celebración del Día Internacional de los Archivos hemos querido escribir los comentarios que siguen acerca del contenido de uno de esos legajos y expedientes relativos a la expulsión de los jesuitas del Colegio de Jerez. Nos referimos al legajo 111, expediente 3450. Un expediente que trata sobre todo lo relativo al inventario realizado en 1767 de los libros incautados de la biblioteca común del Colegio de la Compañía de la ciudad y de aquellos otros libros de uso particular hallados en los aposentos de estos jesuitas, además de las vicisitudes sufridas por estos libros desde 1767 hasta 1790.
Un tratamiento más a fondo de este tema requeriría, es cierto, de una reconstrucción bibliográfica de los libros inventariados que recogiera entre otros aspectos: autores, título de las obras, lugar y año de edición, idioma en el que están escrito, clasificación de los mismos según la materia tratada en ellos, valor de su tasación en el momento de hacerse el inventario, etc. Lo sabemos. Pero todo ello, obviamente, excede de la disponibilidad de espacio que el lugar donde escribimos hoy permite, aunque en ello andamos.
2. La expropiación de la biblioteca del Colegio de los Jesuitas de Jerez de la Frontera: El inventario de los libros.
La Real Provisión del Supremo Consejo de Castilla de fecha 23 de abril de 1767 recogía en 24 capítulos una “Instrucción” de lo que se debe observar para inventariar los Libros y Papeles existentes en las Casas que han sido de los Regulares de la Compañía.
El capítulo I de esta “Instrucción” mandaba, en primer lugar, que debía realizarse un índice separado para los libros impresos y otro para los manuscritos, expresándose el tamaño de marca mayor, folio, cuarto u octavo. Los libros serían ordenados alfabéticamente escribiendo el primer apellido de los autores, poniéndose a continuación el nombre propio entre paréntesis y todo el título de la obra (Cap. II) En el caso de los libros impresos debería añadirse además en el inventario el lugar y el año de edición (Cap. III) y en el caso de los manuscritos en vez de título se copiarían los dos primeros renglones con los que empezaba la obra y los dos últimos con los que la misma terminaba (Cap. IV) Los papeles y libros hallados en los aposentos de los jesuitas se reconocerían uno a uno haciéndose con ellos un índice particular que luego se trasladaría al índice general finalmente formado y todo trasladado al lugar que ocupase la biblioteca común.(Cap. VIII) Con los demás papeles manuscritos, reducidos en la “Instrucción” de abril a instrumentos públicos, libros de cuentas y razón, vales y cartas de correspondencia, se harían legajos de cada una de las clases anteriores, sin omitir papel alguno por inútil y despreciable que parezca, pues todos se deben recoger y ordenar con el mayor cuidado, debiéndose archivar la correspondencia en las clase de correspondencia de intereses pecuniarios, correspondencia literaria y correspondencia privada (Cap. X, XI y XII) Una vez formado el inventario general de los libros, aquellos que fueran impresos debían tasarse y anotarse el valor de esta tasación al lado de cada uno de ellos (Cap. XVI)
En Jerez no se empezó a poner en práctica lo ordenado en la anterior “Instrucción” hasta los últimos días del mes de junio de 1767, más de un mes después de su publicación. Según explicaba el Alcalde Mayor de la ciudad y Juez Local de Temporalidades Juan Sánchez Tordesillas el motivo de esta demora se había debido a que hasta principios de ese mes de junio de 1767 las instalaciones del que fue Colegio de los jesuitas en Jerez habían estado ocupadas con los regulares que en él se congregaron procedentes de otras provincias de Andalucía con motivo de la expulsión decretada, y posteriormente con los procuradores que en él concurrieron asimismo antes de ser remitidos a Cartagena y como lugar de tránsito de los que al mismo destino procedían del Puerto de Santa María e Islas Canarias. Libre ya de estas ocupaciones, el 28 de junio se dictaban las primeras disposiciones encaminadas a ejecutar lo mandado en relación con el inventario de los papeles y libros, tanto de los existentes en el archivo del como en la biblioteca común, ajustándose para ello a los particulares que se prevenían en la Real Orden anterior.
Para realizar el inventario de los papeles, documentos, y libros del archivo del Colegio fue designado el escribano público de la ciudad Gregorio de Flores y para realizar el de los papeles sueltos que se hallaran en los aposentos de los regulares se nombró a Juan José de Ocharán, contador de ella. Respecto al inventario de la Biblioteca Común del Colegio y de los libros, tanto impresos como manuscritos, que se hallaran en los aposentos lo primero que se hizo fue valorar que estos libros estaban escritos en los “idiomas vulgar y latín, e impresos y manuscritos, y comprende materias teológicas, de Filosofía, Metafísica y otras ciencias”, motivo por el cual “la confección de dicho inventario requeriría de personas de particular inteligencia en estos asuntos.” Para ello se pasó avisó a los conventos de San Francisco, San Agustín, de la Victoria y Santo Domingo a fin de que en cada uno se nombrara al religioso que considerasen más indicado para el empeño que se les encargaría y que fueran conocedores de esas materias.
El 12 de julio se presentaron en el colegio de Jesuita los siguientes religiosos designados por sus superiores y daban comienzo los trabajos para confeccionar el inventario bibliográfico: P. Juan Valladares, por la Orden de la Victoria, lector de Sagrada Teología; P. Francisco de Mora, por San Agustín, regente de estudios; fray Pedro Muñoz, por Santo Domingo, lector de Sagrada Teología y P. Fco. Manuel Rodríguez, por San Francisco, lector de Moral. La primera tarea fue llevar a cabo un reconocimiento general y proceder a la separación de los libros impresos de aquellos manuscritos así como a la separación de los mismos por materia, según trataren de Teología, Filosofía u otras ciencias, trasladándose los libros a la celda o aposento rectoral.
En la primera semana de agosto de 1767, después de 27 jornadas de trabajo, el inventario de la Biblioteca General del Colegio y el de los libros hallados en los aposentos estaban ya concluidos. Solo quedaba pendiente, tal como mandaba el capítulo XVI de la “Instrucción” de 23 de abril de ese año, la tasación y aprecio de cada uno de esos libros inventariados. Por su parte, el 15 de julio concurría al Colegio Jesuita el escribano público Gregorio de Flores designado para llevar a cabo el inventario de los libros, legajos y papeles del Archivo, “sin extraviar ni extraer papel alguno”, un inventario este del Archivo que ya había sido principiado por el propio Juez de Temporalidades y Alcalde Mayor de la ciudad Juan Sánchez Tordesillas.
Para llevar a cabo la labor de tasación y aprecio de los registros bibliográficos recogidos en este inventario, excepto los manuscritos a los que no se les adjudicaría valor alguno, se nombró al maestro librero de la ciudad Rodrigo García Esteban el cual sobre el índice general ya acabado debía anotar al margen el aprecio individualizado de cada asiento. El conjunto de los libros, tanto los hallados en la Biblioteca Común como los encontrados en los aposentos, fue tasado y apreciado con un valor de 6.000 reales de vellón y pico.
Concluido el inventario, este fondo bibliográfico quedó depositado en las instalaciones de la biblioteca común del Colegio, como bien viene a indicar un informe elaborado en 1768 por el Maestro Mayor de Albañilería y Arquitectura Pedro de Cos y por el tallista y ensamblador Andrés Benítez Perea a consecuencia del reconocimiento realizado de la Iglesia, Colegio de la Compañía, retablos y otras dependencias, todo a requerimiento del Supremo Consejo de Castilla:
“Para subir a las piezas altas de dicho Colegio hay dos escaleras, la una chica y la otra principal, y subiendo por esta se encuentra en su desembarco al frente una librería con el todo de los libros que se encontraron así en ella como en los aposentos de los regulares al tiempo de la ocupación de temporalidades, que de todo se halla hecho formal inventario faltando solo las obras del Ángélico Dr. Santo Tomás que en virtud de superior orden se entregaron para su uso al que regentea la cátedra de filosofía de dicho Colegio; también se halla en dicha librería un altar de oratorio…”
Las obras del Angélico Doctor Santo Tomás que se dice en el anterior informe que faltaban en la biblioteca en ese año de 1768 eran 11 tomos en folio y pasta de las obras de Santo Tomás de Aquino y 7 más, 6 de ellos en octavo en vitela, y uno en cuarto en pergamino de la obra del cardenal jesuita Roberto Belarmino. Estos 18 tomos faltaban en esos momentos porque estaban en poder del presbítero prebendado de la Iglesia Colegial de la ciudad Francisco de Celis, que había sido hasta la expulsión de los jesuitas catedrático de la cátedra de Filosofía en el Colegio. En 1781 este presbítero había solicitado del Juez Comisionado de Temporalidades de Jerez que le permitiera seguir en el uso de los mismos, con el compromiso firme de su devolución a la biblioteca en el momento que se los reclamaran, una petición a la que se accedió y una devolución que hizo en su momento.
No era esta la primera vez que desde que se finalizara el inventario de los libros un particular solicitaba prestados algunos de los libros expropiados. Ya antes, en 1779, había sido el marqués de Villapanés, Miguel María Panés, propietario de una importante biblioteca privada, quien pedía por necesitarlos 19 tomos que se hallaban sin uso en la biblioteca jesuita: 1 tomo en folio, Rosetum Theologium, de Petrus Medrano; 3 tomos en folio forrados en pergamino, Teología Speculativa et Moralis, de Joanne Marín; 1 tomo en folio, Defentio Immacula concept. Virg., de Fernando Salazar; 1 tomo en folio forrado en pergamino, In cántico Canticorum, del mismo autor; 2 tomos en folio forrados en pergamino, Annus Theolog., del P. Martín Esparza; 1 tomo en folio forrado en pergamino, Singularia Moralis, de Quintana Dueñas; otro tomo de Singularia ídem; 2 tomos (1º y 2º vol.), de a folio forrado en pergamino, Disert. in Scrituras, de Antoine Augustin Calmet; 1 tomo de a folio, en pergamino, De voluntate Dei, del P. benedictino Ruiz de Montoya, 1 tomo, De Trinitatis, ídem; 1 tomo de a folio, In apocalipsis, de Fco. Rivero; 2 tomos de a folio, De Biblia, de Fortunato Fanensis; 1 tomo de a folio, De incarnatione, de Ioannis de Lugo; 1 tomo de a folio, Comentarii in quatuor Evangelistas, de Juan de Maldonado.
Finalmente, en el inventario elaborado se recogían en torno a los 667 registros, por lo que se refiere a los fondos existentes en la biblioteca común general. A ellos habría que añadir otros 175 registros correspondientes a los libros y manuscritos hallados en los aposentos que ocupaban los regulares jesuitas del Colegio jerezano. Comparado con el de otros colegios jesuitas, este fondo bibliográfico inventariado en el de Jerez resulta de un tamaño pequeño, si se lo compara por ejemplo con otros como los de Pamplona, Salamanca, Granada, Murcia, Córdoba y otras ciudades populosas.
3. Desidia ilustrada: abandono y destino final de la Biblioteca del Colegio jerezano.
Desde que se concluyeron los índices de esta masa bibliográfica existente en las “librerías” de los colegios jesuitas al poco de su expulsión en 1767 aún habría que esperar once años, a 1772, para conocer el destino y la aplicación que habría de darse a estos libros incautados en todo el territorio nacional por el gobierno ilustrado carolino. En ese año una Real Provisión de fecha 2 de mayo del Consejo Extraordinario de Real Consejo de Castilla mandaba cumplir una “Instrucción” formada sobre el destino de todas las librerías existentes en las Casas, Colegios, y Residencias que los Regulares expulsos de la Compañía dexaron en estos Dominios, con las reglas oportunas para proceder a su entrega, y otras prevenciones que se han estimado convenientes. En esta nueva “Instrucción”, como regla general, se ordenaba el envío de los libros expropiados a las bibliotecas de los palacios episcopales existentes en cada diócesis, con algunas excepciones que se especificaban en la normativa real antes citada.
Además, los fondos de las bibliotecas de aquellos Colegios jesuitas que se encontraran en ciudades donde hubiese universidades de reciente creación se destinarían a ellas con el objeto de servir para la educación de sus estudiantes y funciones literarias. Por otro lado, la mencionada “Instrucción” de 1772 establecía que el fondo documental de cada Colegio, es decir, los papeles manuscritos, de pura disciplina interior y exterior de los jesuitas, y los demás que miran a su gobierno político (…) e igualmente los que correspondan a la clase de títulos de pertenencias y derechos temporales que correspondían a los expulsos, se remitirían al Archivo de San Isidro el Real de Madrid. Finalmente, la “Instrucción” de 1772 establecía también que antes del envío de los libros a las bibliotecas episcopales debía procederse a un expurgo y reconocimiento a fondo de los mismos para determinar cuáles de ellos contenían máximas, y doctrinas perjudiciales a el dogma, religión, buenas costumbres y regalía de S.M.
Por lo que se refiere a Jerez de la Frontera, debe decirse que, a pesar de lo ordenado en la mencionada “Instrucción, desde la elaboración del índice de la biblioteca en los primeros días de agosto de 1767 nada se había hecho ni dispuesto respecto al destino de sus fondos hasta agosto de 1783, como veremos a continuación. Es decir, once años después de que la anterior “Instrucción” de 1772 fijase la aplicación y destino que habría de darse a los libros de los jesuitas, los libros del Colegio jerezano seguían deteriorándose y aniquilándose sin remedio debido a la ausencia de unos mínimos cuidados de conservación y a las inadecuadas condiciones, sobre todo por la humedad, del local donde habían quedado en el momento de la expulsión y llevaban ya más de 16 años depositados.
Pero, finalmente, la Biblioteca Arzobispal de Sevilla no pudo formarse por falta de pieza competente y por tanto los libros de la biblioteca de los jesuitas de Jerez, y las de otras localidades y ciudades del Arzobispado, no se enviaron como estaba previsto para la creación de esta biblioteca arzobispal. Ello dio lugar a que estos libros se convirtieran en un apetecible bocado para ciertas instituciones, las cuales quisieron convertirse en las destinatarias finales de esos fondos bibliográficos. Y así lo solicitaron.
Así, en julio de 1783 la Junta Provincial de Temporalidades de Sevilla había acordado ordenar a las juntas municipales dependientes del distrito de Sevilla que pusieran a disposición de la Real Sociedad Económica de Sevilla dichas bibliotecas, entregándolas a la persona que esta destinara para la entrega, previa remisión del índice de los libros a su director, Martín de Ulloa. Desde Jerez se llegó a remitir el índice de la biblioteca. Parecía, por tanto, que este iba a ser el destino final de los fondos de la biblioteca del Colegio Jesuita de Jerez. Sin embargo, no era sólo la Real Sociedad Económica de Amigos del País sevillana la única institución interesada en esos fondos: la Academia Sevillana de Buenas Letras, en consideración a no haberse formado la biblioteca Arzobispal y estarse “aniquilando” dichas librerías ya se había dirigido antes al Real Consejo solicitando que todas las librerías de los que fueron Colegios de la extinguida Compañía de Jesús que existieran en los pueblos y ciudades del Arzobispado de Sevilla se destinaran a la biblioteca de San Acacio de Sevilla, reservando para la propia Academia aquellos libros más apropiados a los fines de la misma.
En vista de esta petición, en una reunión del Real Consejo Extraordinario celebrado el 31 de julio de 1783 se acordó, en primer lugar, que al igual que ya se había practicado con las bibliotecas de los Colegios jesuitas de la ciudad de Sevilla, todas las bibliotecas de los demás pueblos y ciudades de su Arzobispado, entre ellos Jerez, se entregasen a la Universidad Literaria de Sevilla para aumento de su biblioteca pública y en segundo lugar que, tal como la Academia pedía, aquellos libros que se hallaren en dichas Librerías que sean de su instituto se separasen y se les entregaran. Por lo que respecta a la Biblioteca del Colegio de Jerez, todo parecía indicar, otra vez, que sus fondos iban a ser destinados finalmnete a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, si nos atenemos a la carta que el 29 de agosto de ese año remitía el Juez Municipal de Temporalidades de Jerez a dicha institución conteniendo el índice de los libros.
Sin embargo, cinco años más tarde, en 1788, a pesar de lo ya acordado por el Real Consejo en 1772, y de estas últimas peticiones, los libros de la biblioteca de los jesuitas jerezanos aún seguían en el mismo sitio donde quedaron tras su inventario, deteriorándose e inutilizándose a marchas forzadas y en un estado tan lastimoso que amenazaba su total perdición.
En una Carta Orden de 29-2-1788 de la Dirección General de Temporalidades del Reino dirigida al Juez Comisionado de Temporalidades de Jerez, en respuesta a una anterior petición de este último, se le autorizaba a que se pudieran poner en venta los libros que dice se hallan en aposento humedecido y apolillados con el fin de que no se pierdan enteramente. De modo que estos libros fueron sometidos a una nueva tasación para pregonar su venta y salida a subasta. Se encargó de este nuevo aprecio de su valor a Fco. de Paula Peralta, profesor de Humanidades y bibliotecario de la biblioteca del marqués de Villapanés. En su declaración de aprecio informaba y confesaba a las autoridades locales jerezanas que habiendo considerado con la mayor escrupulosidad la estimación que dichos libros pueden gozar en la República Literaria el día de hoy y el lastimoso estado de conservación en que se hallan, juzgaba que podrían valer los enunciados libros poco más o menos dos mil doscientos rs. de vellón. Si tomásemos el nuevo valor de tasación de estos libros como un indicativo del estado de conservación que presentaban ahora en 1788, veintiún años después de su inventario en 1767, el resultado de esta nueva valoración no podía ser más claro y decepcionante: desde que en 1767 se valoraron en 6000 rede vellón “y pico” hasta marzo de 1788 en que se practicó la segunda dicho valor había descendido en casi el 67%.
El 23 de julio de ese año de 1788 se publicó el primer pregón para la venta de los libros y así se continuó haciendo hasta septiembre sin que apareciera nadie haciendo postura alguna para su compra. En vista de ello el Juez de Temporalidades de la ciudad se ve obligado de nuevo a informar de esta circunstancia al director General de Temporalidades del Reino comunicándole que en vista de que habría una gran dificultada para que apareciera alguien queriéndolos comprar todos juntos por estar los más perdidos e ilegibles y que algunos, sin embargos, se encontraban en buen estado, le pedía autorización para poder venderlos sueltos.
Volvióse de nuevo a pregonar la venta de los libros hasta 31 de diciembre, sin que apareciese ninguna persona o institución interesadas en hacer postura para su compra. Parecía que nadie se interesaba por los libros de los jesuitas, en el estado en que habían quedado, por ese precio de tasación, ni en conjunto ni sueltos, ni en la ciudad ni en los pueblos comarcanos donde también se pregonó la subasta.
Un año más tarde, en noviembre de 1789, de nuevo se ve obligado el Juez Comisionado de Temporalidades de Jerez a comunicar por segunda vez con la Dirección General de Temporalidades del Reino para reiterarle la imposibilidad de encontrar postor para la compra de los libros en conjunto, insistiendo en sacar a subasta lotes sueltos de aquellos que se encontraban en estado regular, proponiendo que los demás, la mayoría, que ya están inservibles y que no sea fácil su venta se den de limosna a algunos de los conventos pobres como son Francisco, terceros, los Calzados y Capuchinos, pues de permanecer sin uso se pierden todos precisamente. Finalmente, ya en mayo de 1790, el Padre Ministro del Convento de la Santísima Trinidad Calzados de la ciudad, fray Gonzalo de Pina apareció ofreciendo por la compra de todos los libros de la Biblioteca jesuita 1.100 reales de vellón, pagaderos para el verano próximo, cuyo remate se celebró el primero de junio.
Paradojas del destino: dado el destino final que como vemos tuvo la Biblioteca de los jesuitas del Colegio de Jerez, pasando a manos de uno de los conventos de la ciudad, es muy probable que, como ocurriera en 1835 con las bibliotecas de otros conventos de la ciudad con motivo de Desamortización, algunos de los libros que fueron de los jesuitas, finalmente, terminaran también como aquellos engrosando y poblando los anaqueles de la Biblioteca Provincial de Cádiz inaugurada en 1851. Los pocos aprovechables que quedaran después de 84 años de aquella primera expropiación de 1767.