Cádiz es el deseo

Cádiz es una ciudad rara que vive instalada en trolas fantasiosas; aquí se eleva cualquier chorrada a la categoría de dogma

JOSE PETTENGHI ARTICULO

Biólogo y profesor.

Vista aérea de Cádiz.
Vista aérea de Cádiz. MANU GARCÍA

Cádiz es el deseo insatisfecho, la ciudad donde nunca pasa nada pero puede pasar de todo. No me puedo sustraer a estos días azules y este sol de la infancia. Termina el verano y uno se pone más tiernecito, más sensible.

Miro hacia adentro, miro hacia Cádiz y pienso que lo más auténtico, tal vez lo único genuinamente gaditano, sea un viaje en un bus de la línea 3. Ni siquiera los baratillos de los domingos, que están siendo invadidos por guiris en busca de un Zurbarán o de un valioso incunable. Ya ves, en los baratillos. Entre los escombros de Cádiz.

El verbo que declina Cádiz es 'perder'. Que está perdiendo hasta su identidad si no la perdió hace décadas, cuando el primer crucerista puso su pie en San Juan de Dios, compró unas castañuelas Made in Korea, un botellín de agua y se fue otra vez al barco.

Cádiz es una ciudad rara que vive instalada en trolas fantasiosas. Aquí se eleva cualquier chorrada a la categoría de dogma, donde el nativo tiene una visión edulcorada y autocomplaciente de su ciudad, y la calle Sagasta, qué bonita que es. Y mientras, mirando a ver si llegamos a fin de mes.

A este narcisismo 'gadita' contribuye, de forma muy interesada, ese 'poltroneo' y ese inmovilismo tan propio de Cádiz, el de los apellidos apolillados, el de los aires de grandeza, el del clasismo, el de las pocas lecturas, poco viajado y apoltronado en sus perniciosos mitos 'neocarrancistas'.

Ahora han vuelto al poder local y hacen lo que hicieron siempre (y lo que se espera de ellos): clientelismo, parientillos, trepas con carnet de Primera Especial, con un relevo generacional que se queda apenas en un asunto familiar. De austeridad, de decencia, de lo benéfico y de lo solidario ya vamos hablando otro día. Lo nuestro es el negocio.

Como en el negocio con la prensa local, ocupada en sus estupideces habituales, que si un 'perribús', que si rosarios vespertinos, matutinos, beduinos o alcalinos y otros pasacalles. Una prensa antigüita y derechona, aferrada a las migas de pan que caen de la mesa del poderoso, y adicta a la subvención.

La otra pata que sostiene el tenderete es la patronal hostelera, codiciosa y siempre quejumbrosa.

En fin, que poco ha cambiado Cádiz: desde la suprema cursilada pemaniana de Señorita del mar, novia del aire, hemos pasado a lo de 'Jonathan, no te metas pa lo jondo'. Lo demás sigue igual.

Se preguntaba Leonardo Sciascia cómo se puede ser siciliano. Pues en Cádiz igual: te toca, y te toca.

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