Venecia, la joya del Adriático, ha perdido unos 125.000 habitantes desde 1950. Hoy apenas quedan 50.000, y bajando. Variados problemas la arrinconaron como una ciudad crepuscular, y el turismo masivo le ha dado el golpe de gracia. En Venecia, hoy día, existen más camas turísticas que habitantes.
Lo mismito que está ocurriendo en Cádiz, esta Venecia del Atlántico: por la presión de una potente maquinaria económica que lo ha apostado todo por el turismo de masas. Hoy Cádiz, como Venecia, es víctima de una modernidad estandarizada que la conduce a una mera mercancía turística y hostelera que reduce a cero a las demás opciones de desarrollo.
No se lea esto como un ataque al turismo, no se trata de impedirlo, sino de hacerlo sostenible y controlado. Resulta complicado mantener el respeto recíproco entre visitantes y residentes; son dos mundos diversos que están condenados a estar juntos.
Pero hay asuntos que los apartan. El elevado coste de vida que provoca el turismo también lo sufren los nativos. Y el cierre de negocios familiares “de toda la vida” reemplazados por establecimientos orientados al turismo.
Quizá lo más sangrante sea la carestía y escasez de vivienda ante la proliferación de la vivienda turística. El alquiler es una quimera y se paga un pastón por auténticos cuchitriles.
Y uno se pregunta, ¿quién puede poner hoy en alquiler un piso en Cádiz? Pues alguien que tenga más de una vivienda. Pero así, el inquilino no podrá ahorrar para comprar una, y el propietario gana un dinerito para comprar otra y alquilarla.
Autoridades locales y patronal hacen piña: que si no es para tanto, que no es una cuestión de números, y se sacan de la chistera planes ilusorios que no conducen a nada.
La anterior alcaldesa, feroz valedora de anteponer cantidad a calidad, preside hoy el Puerto y mira complacida cómo los cruceros vomitan a diario miles de turistas en una ciudad que más parece el pasillo de una pensión. Para ella eso es el éxito.
Codiciosos especuladores capaces de llevarse por delante desde azulejos centenarios a restos arqueológicos. Donde los demás vemos el oxígeno de un parque, ellos ven cemento y billetes de banco.
Una patronal hostelera que usa chascarrillos interesados para que no se implante la tasa turística.
Políticos inútiles, y una prensa local vendida, intentan convencer a un aborigen fácil de contentar que este es el mejor de los mundos. Y mientras, Cádiz, medio viva, medio muerta, está en el duermevela de un mal sueño:
- ¿Y no se puede hacer nada?
- Sí, se puede hacer una cosa.
- ¿Cuál?
- Despertarnos.
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