Comenzaré con una frase que ya apareció en mi último artículo; “Debemos perdonar a los engañados, no a los engañadores”. O expresado en sentir bíblico: Misericordiosos los que son engañados porque ellos, al final del túnel, descubrirán la verdad machadiana. Pero antes que nada habrá que definir ¿quiénes son los engañados y quiénes los engañadores? Si decidimos que los engañadores son los que ostentan el ático de la pirámide social, o sea el poder; los engañados son los que soportan la amplia base de esa pirámide, o sea los currantes, las clases populares.
En nuestra hispana sociedad burguesa, desde la restauración de la democracia, la información veraz y, más o menos, contrastada y objetiva ha ido perdiendo peso rápida y progresivamente. Un reducido grupo de empresas dedicadas a la comunicación social: Unidad Editorial, Vocento, Prisa, Planeta, e incluso la Conferencia Episcopal, Atresmedia, Mediaset, RTVE etc. conforman un oligopolio que controlan todo, o casi todo, el espectro comunicativo, donde se aplica su interesada ley en defensa de sus propios intereses, pues tienen el poder suficiente para determinar y legitimar ante la población la disposición de imponer su relato y no les importa construirlo a través de engaños, falsedades, fakes, difamaciones, tergiversaciones, desinformación etc. pues tienen la capacidad de aplicar qué es lo que hemos de seguir, qué es lo que debemos creer, qué debemos votar, qué debemos consumir, así como, qué hemos de desechar, pues días tras día se introducen en nuestras casas, en nuestros centros de trabajo, en nuestro ocio e incluso colonizan nuestras mentes. En definitiva, son los que prácticamente crean conciencia, ya que deciden el 80% de todo lo que vemos, escuchamos y leemos para informarnos.
Y ahora, un apunte. Cabe introducir una pregunta clave: ¿por qué crees que los grandes multimillonarios y el poder financiero “compran” y se hacen dueños de los grandes medios de comunicación? Esta mercantilización de la información la define perfectamente Noam Chomsky en lo que él ha llamado “beneplácito de la publicidad”, o sea tratamiento especial y no disruptivo para los intereses de esas empresas que ingresen cantidades importantes de financiación para la supervivencia del medio, aunque sean portadores de corrupciones, ilegalidades o falsificaciones… eso no importa. Ya se explica en primero de periodismo: lo que no se publica, no se conoce, o lo como lo definió Rafael Correa (ex presidente de Ecuador): “la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta”.
Lo decía el poeta: ¿Tu verdad? No. La verdad / y ven conmigo a buscarla / La tuya, guárdatela. Bien es cierto que los seres humanos vivimos interpretando. Pero no todas las interpretaciones son iguales, No todas guardan la misma distancia y el mismo respeto en relación con los hechos. No todas parten desde el sentido ético. Bien es cierto, también, que desde sectores minoritarios de comunicación frente a esos poderosos oligopolios, que imponen su verdad absoluta, es bastante difícil hacer creíble, o al menos que lleguen al conocimiento del conjunto de la ciudadanía, las denuncias de la corrupción de la economía, de la política, de unos medios de comunicación carentes de ética y que vulneran su propio código deontológico. Algo habrá que hacer: ¿Una ley de medios de comunicación social?
Parece ser que poco aprendemos, porque es de sentido común que estas acciones, estas actitudes son conocidas por una amplia mayoría social. Ahora cabe la pregunta: ¿entonces, por qué somos incapaces de reaccionar, sin en democracia, es el pueblo, la mayoría social, quien debe ostentar el poder popular? ¿Por qué no se actúa? ¿Acaso, somos necios? ¿Estamos locos?... La partida se decide en: o se defiende el negocio o bien se defiende los derechos que nos igualen. Todos hemos de ser políticos de nosotros mismos. Si Don Antonio Machado nos invita que la Verdad (con mayúscula) es algo que se busca y que se busca en compañía, en diálogo y con los demás. No lo dejemos para el próximo lunes de la próxima semana del próximo mes del año que viene.
Como antídoto, siempre queda “la resistencia”, al menos seamos, como mínimo, resistentes y a ser posible resilientes. Siempre nos quedará París. Gracias.